«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Demencia, inocencia y otras falacias

31 de marzo de 2016

Se ha impuesto en casi todos los medios sociales y políticos, el tergiversar el sentido de las palabras con objeto de intentar arrimar una realidad incómoda a las propias teorías preconcebidas, ya que su reconocimiento en sentido estricto, nos obligaría a replantear unos supuestos que nos resultaría incómodo tener que reconocer, pues contradicen las “verdades oficiales” sostenidas, y tendría que conllevar unas consecuencias poco aceptables para una sociedad occidental adormecida, con pocas ganas de asumir retos de calado que entrañen molestias y quebrantos en el benéfico orden en el que nos hemos atrincherado.

Se dice continuamente que estos terroristas islámicos, son unos “dementes”, que actúan irracionalmente, que son unos locos que persiguen unos fines imposibles, que carecen de apoyo en el seno de las sociedades en las que están ubicados y que no representan el sentir mayoritario de los musulmanes, ni tampoco sus teorías tienen fundamento en la religión islámica.

Vayamos por partes: En primer lugar no son unos dementes, actúan con una lógica implacable para la consecución de sus fines, aunque es una lógica que se basa en unos dogmas distintos y contrarios, en un sentido de la vida y una teología distinta a la de Occidente. El que se sacrifiquen por la causa no es síntoma de locura alguna, ni que sus mentes no razonen, lo hacen impecablemente pero a su manera,  desarrollando un modelo de guerra en el que pueden incluso conseguir sus objetivos militares, que de forma convencional les sería absolutamente imposible.

Lo que es evidente, es que dicho comportamiento, hoy no es aceptable en Occidente, y por eso, como no coincide con las motivaciones o principios aceptados por nuestra forma de ver el mundo en estos momentos, tildamos su comportamiento de irracional, por no estar de acuerdo con nuestra manera de entender la realidad y el papel del ser humano en su relación con la divinidad. No olvidemos que Islam significa sumisión, y para ellos, esa es la única actitud aceptable del ser humano con respecto a la voluntad divina. No es concebible, y además anatema, apartarse del plan divino, un acto de soberbia infinita, un desafío al orden de la “creación”.

Desde su óptica, su táctica es perfectamente coherente con sus principios y creencias, su orden de prioridades es diferente al nuestro, por tanto donde nosotros vemos a un loco fanático, inculto, ellos ven un mártir perfectamente consecuente con su visión de Dios y de la vida. ¡No estamos tratando con unos locos desorganizados sino con unos seres tremendamente racionales conforme a sus objetivos e ideales!

La otra mistificación es que carecen de apoyo entre los creyentes, que no tienen simpatizantes entre la población mayoritaria musulmana, lo cual es falso; es verdad que la mayoría no estaría dispuesta a inmolarse,  pero con la boca pequeña condenan los atentados, y también es cierto que la mayoría de los musulmanes individualmente considerados, son gente decente y trabajadora (lo que no es incompatible con el hecho de que compartan ideologías y dogmas con los activos)  aunque ninguno se atrevería a condenar los principios básicos bajo los cuales operan y se sacrifican los activos. Digamos que la mayoría es pasiva, lo cierto es que la mayoría de la humanidad es pasiva, tanto la musulmana como la de las demás naciones, pero no nos confundamos, sería muy difícil conseguir una condena sincera de sus labios de forma colectiva institucional. Por ello no es correcto asumir que todos son inocentes de las actividades que llevan a cabo sus correligionarios, de hecho hemos visto manifestaciones populares entusiastas favorables en algunas ocasiones en países islámicos tras atentados en los que Occidente ha sufrido graves pérdidas.

Una organización terrorista o militar, sin una base solida popular difícilmente puede sobrevivir, hay múltiples ejemplos en la historia reciente, cuando un grupo sobrevive a las presiones y represión institucional es porque tiene un apoyo logístico entre las poblaciones subyacentes. El que en Europa haya una población musulmana muy abundante es condición de que puedan seguir actuando entre nosotros. Lo estamos viendo todos los días.

La tercera falacia es que dichas actuaciones carecen de fundamento en su religión o en su tradición multisecular. Cualquiera que haya leído el Corán o los Hadiths y conozca la historia de la expansión del Islam no puede emitir semejante afirmación.

Por tanto, cuando nos enfrentamos a este problema, para intentar resolverlo,  lo primero que debemos es reconocer a qué nos estamos enfrentando, en toda su extensión: Estamos ante una nueva clase  conflicto trasnacional, consecuencia de la globalización,  los desequilibrios en el desarrollo regional, individual y colectivo, y una gran facilidad en las comunicaciones, tanto de personas como de ideas. Esto nos ha llevado a un choque frontal entre dos maneras de entender el mundo. Antes estaban cada una en su área de influencia, ahora se han superpuesto, `provocando un choque entre una visón basada en la pura fe y otra fundamentada básicamente en la razón. Esas son nuestras armas respectivas.   

Ellos nos están combatiendo con  las suyas y nosotros respondemos con las nuestras pero con las manos atadas a la espalda.

Es una situación crítica, que ha sido propiciada por la traslación de masas de población de países islámicos, y de otras procedencias pero ese es otro asunto que aquí no vamos a considerar,  al seno de Europa, como mano de obra barata para liberar a los europeos de aquellos trabajos considerados menos atractivos, lo cual en determinados países ha generado una dependencia de esa colectividad extranjera a la hora de desarrollar su normal actividad económica.

Como dicha emigración masiva no fue sometida a ninguna clase de filtros, exámenes o requisitos ideológicos a la hora de asentarse, estos acabaron creando sus estructuras sociales cerradas en el interior de la propia sociedad europea: una forma de vida distinta y contraria en sus principios morales y sociales a la de la sociedad que las acogió.

La solución más que difícil es trágica y dolorosa, ya que supone vulnerar principios esenciales de nuestra propia cultura contemporánea. Nos vemos atrapados por el hecho de que no todas las religiones son iguales, en cuanto a aceptar nuestra tolerancia ideológica y moral, algunas se niegan a aceptar aquellos principios occidentales que no se conforman con su fe y que contradicen su fin último de cara a la salvación: la divergencia en tales cuestiones fundamentales pone en peligro al propia estabilidad de nuestro sistema.

Un planteamiento realista sería: ellos están aquí, es un hecho, y no tienen intención de aceptar nuestras doctrinas políticas ni sociales, lo que nos obliga a tener que considerar una opción muy incómoda, que ya se ha dado en otras épocas de la historia, cuando se producían choques culturales de tal intensidad, una decisión políticamente muy incorrecta, pues nos confronta de nuevo con el dilema de que para mantener la paz en nuestras sociedades hay que exigir una cierta homogeneidad ideológica.

El viejo dilema tan denostado entre nuestros actuales teóricos de la evolución social: “conversión o expulsión” ¿Nos suena…?

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