Las recientes elecciones norteamericanas pueden interpretarse también en relación con el cambio climático. Podría decirse que los estadounidenses lo han rechazado al menos en parte votando a lo que aquí llamarían un negacionista.
Pero entonces ¿cómo están las cosas? Si fuera de Occidente los BRICS van a la suya (ahí tenemos a China liderando todos los rankings de contaminación), y dentro Estados Unidos se baja de la moto climática, ¿quién queda para salvar el planeta?
Pues quedamos nosotros. Ya lo ha dicho Mo2reno Bo2nilla, que esta semana prometió que Andalucía será «líder y referente» en la compensación de emisiones de CO2. Necesita a la sociedad civil y por ello anunció el compromiso climático del Betis, que se une a la lucha.
China no está, EEUU se escaquea, pero ahí va el Betis.
España ha decidido estar a la cabeza en lo de salvar el planeta. Ya ha dado a la ultrafanática Teresa Ribera, sacerdotisa primera del clima en Europa y detrás viene una casta de científicos, políticos y activistas del clima que ríete tú de los hare krishnas.
La idea de que el hombre cambia el clima es contundente, pero aun lo es más la de que pueda detenerlo, cambiarlo al revés. Descambiar es un verbo que inventó El Corte Inglés y que ahora queda para la burocasta del clima.
El hombre no solo cambia el clima, también puede descambiarlo. Es más, puede hacerlo la Unión Europea sin la ayuda de China, Rusia o EEUU, como una madre soltera o como Maite Galdeano: ¡sola!
Para creer algo así hay que despreciar mucho la realidad. La política del clima es así: al poder político, como sabemos poco controlado, se le suma la legitimidad progresista, vieja conocida, y además la legitimidad providencial salvaplanetas a lo Greta Thunberg.
Pero ni siquiera acaba ahí, porque a todo ese poder (político e ideológico) se le suma el poder de la Ciencia, como en la URSS con el lysenkoísmo: Estado más Ciencia, ¡a ver quién les tose!
Pero no, tampoco termina ahí, porque el cambio climático, en lo que tiene de fin de mundo, nos lleva a un momento apocalíptico, así que de las políticas climáticas depende la salvación humana. Esto la da al poder un plus escatológico.
Por eso leemos y escuchamos las barbaridades más tremebundas emitidas sin ningún rubor. ¿Cómo van a dudar de semejante misión cuando además les apoya la Ciencia? Napoleón a su lado sería un titubeante diputado del Grupo Mixto.
Hace unos días, un filósofo progresista italiano pedía, como forma más adecuada de la política, que «el gobierno se dedique a hacer la oposición», lo que parece una buena definición de dictadura.
Ante cualquiera tentado de hacer esa objeción contestarán con el antifascismo, otro ropaje de legitimidad (y llevamos unos cuántos…). «El fascismo y la crisis climática se entremezclan en una única amenaza indistinguible», sentenció un activista climático también hace unos días.
El clima, que toma las formas más dramáticas y antihumanas (dana), es lo que es por una mezcla de capitalismo y fascismo: el capitalismo lo crea, el fascismo lo niega.
Apresuradamente están trasladando al clima toda su chamarilería de esquemas y conceptos políticos. Uno es el delito de odio. Un científico se ha quejado de recibir amenazas en Twitter: «Soy un objetivo del odio». No solo hay un negacionismo climático («que mata»), también un «odio climático». Por definición, estos delitos se cometen contra minorías. ¿Quién sería ahora la minoría? El científico. El odio climático se dirige contra el científico como si cada hombre o mujer del tiempo fuera Miguel Servet. Esto sería un paso más en el negacionismo, a muy poco ya del ultranegacionismo… «Son personas que no solo desoyen a la ciencia, sino que la enjuician y descalifican», explicó el científico odiado, Fernando Valladares, que sintetizó en un párrafo glorioso la dificultad a la que se enfrenta. «Es muy difícil mantener la calma ante personas que se muestran deliberadamente refractarias al conocimiento científico». Por el momento la están manteniendo, pero esto podría cambiar.