«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

¿Dónde estabais en el 31?

21 de junio de 2024

Hasta donde sabemos Franco jamás pronunció esa frase. Y no por falta de ganas. Pero no contra la izquierda, claro. Sino como reproche a quienes le reclamaron el poder (ahora democracia, su excelencia, gracias por los servicios prestados) una década después de haber hecho mutis por el foro el día en que la tricolor ondeó en el edificio de la gobernación de la Puerta del Sol sin que los españoles hubieran votado tal cosa.

-Somos el Gobierno provisional de la República-, le dice Miguel Maura a un oficial de la Guardia Civil que custodia la entrada del kilómetro cero del poder. Le acompaña Manuel Azaña, que titubea de la sorpresa que le produce que los monárquicos entreguen la cuchara sin más. Los conspiradores —algunos, como Niceto Alcalá-Zamora, pasan las horas en casa de Gregorio Marañón— no salen de su asombro por lo sencillo que resulta todo. No hace falta pegar ni un tiro: la derecha se ha quedado en casa.

Que tal cosa suceda obedece a que sean dos conservadores y católicos como Maura y Alcalá-Zamora, que fue incluso ministro de Alfonso XIII, quienes propician el golpe de timón contra la monarquía. Más irónico aún es ver a Miguel en el ajo mientras su hermano Gabriel asiste al último consejo de ministros presidido por el rey. Acabada la reunión el monarca se acerca al ministro de Hacienda, Juan Ventosa: «Podría, seguramente, resistir. Pero la fuerza material no puede emplearse cuando no se tiene fuerza moral para ello».

No hay revolución. No aparecen los anarquistas, comunistas o socialistas que antes tiñeron de sangre la historia de España con los asesinatos del general Prim (1870), Cánovas del Castillo (1897), Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921). Ni siquiera la izquierda burguesa afrancesada de Azaña es el motor de cambio del 14 de abril. Ni en el mejor de sus sueños los cabecillas del pacto de San Sebastián podían imaginarse que tomarían el poder tras el fallido golpe militar de Jaca en diciembre.

La historiografía oficial y los profesores de Historia que padecimos en el bachillerato (no todos tuvimos la suerte de tener a Fernando Paz) presentan el cambio de régimen como un proceso modélico, como si fueran Ónega y Gabilondo hablando de la Transición. Sostienen que las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fueron un plebiscito sobre la forma de Estado. Los españoles no votaron tal cosa, pero la inacción de los monárquicos y el comunicado final del rey dejaron el camino expedito a los republicanos.

Es bueno recordar que casi siempre son las minorías organizadas las que cambian el rumbo de la historia y no el pueblo en su conjunto. Que aquello no era un plebiscito lo atestiguan los propios periódicos republicanos la mañana del 14 de abril, que destacan que los resultados son muy importantes pero que sería prematuro empezar a hablar de triunfo completo. «Es como si quisieran dar a entender que unas elecciones municipales no pueden tomarse como una plataforma decisiva para cambiar el régimen», escribe Pla en El advenimiento de la II República.

Frente a lo que dicen Sánchez y Bolaños la desinformación y los bulos no los han inventado pseudo periodistas ni difamadores en las redes sociales. Los periódicos de aquella mañana esgrimen mil argumentos por los que España jamás dejará de ser monárquica: la corona es parte del paisaje, la blindan el ejército, la marina, el latifundismo hegemónico en la mitad sur, la clase media, los funcionarios y, por supuesto, la Iglesia Católica. Pla apenas puede evitar la carcajada cuando lee lo mal que envejecen en apenas unas horas los artículos de ese 14 de abril. Ningún experto lo vio venir. «Los viejos son los más hiperbólicos, los que más mienten”.

Antes que Sánchez, Azaña ya era pionero en la lucha contra el fango y la desinformación. Recién estrenado el régimen, el presidente republicano promulga la ley de defensa de la República —censura en la práctica— que propicia el cierre de cientos de periódicos y limita las libertades constitucionales. Jamás en España se había censurado tanto en tan poco tiempo. Aquellos años, por supuesto, aún cuentan con la leyenda rosa que le escriben los más ilustres majaderos del —aún— reino de España y los eternos aspirantes a ingresar en el club. Véase la estrechísima colaboración, cómo no, del PP, si hasta Aznar presumía de leerse las obras completas de Azaña, ese escritor sin lectores dispuesto a promover una revolución para tenerlos, en palabras de Unamuno.

Hoy las peores pesadillas sobrevuelan Zarzuela y rememoran aquella frase de que España se acostó monárquica y se despertó republicana. Y sin que un solo alabardero saliera a las calles a defender el orden vigente cuando la franja morada comenzaba a ondear en los edificios oficiales. Quizá sea por aquello de que en un país de funcionarios la bandera del sueldo es siempre la que cuenta con mayor aceptación.

El décimo aniversario de la coronación de Felipe VI ha ayudado a despejar algunas incógnitas. Una de ellas es que Prisa (quién sabe si allanándole el camino al PSOE) ya no está con la corona. El miércoles todos los periódicos de papel dedicaron su portada a la efeméride real a excepción de El País, que no le dio ni una mísera línea en primera plana. Si la pervivencia de la monarquía pasa exclusivamente por el favor de una izquierda que amnistía a los golpistas que se levantaron contra el Estado en 2017, entonces hasta el discurso del 3 de octubre nos va a parecer una ensoñación.

.
Fondo newsletter