Leo en un tuit de la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, a la sazón secretaria general de Unidas Podemos y ecofeminista, que esta semana se cumplen tres años desde el primer Gobierno de coalición.
Mi primera reacción ha sido la de indignación. Ione Belarra no ha pensado en ellas. El ministerio de la otra súper nena –su semblable, su soeur— ha saneado las cuentas de la agencia Ogilvy dedicándoles un anuncio por Navidad pero, a la hora de la verdad, no las tienen en cuenta.
Podemos es la representación menos sofisticada del poder oligárquico. Puede que en la historia del parlamentarismo español no haya habido jamás mayores tontos útiles
En efecto, no es la semana adecuada para celebraciones. Justo, justo estos días, las charos andan de moscosos. Y miren, dedicarlos a semejante hito democrático no les va bien. Como mucho, si les ponen unos churros con chocolate y una batucada a las doce del mediodía, podrían hacer el esfuerzo. Pero, ya digo, es toda una desconsideración hacia el colectivo que sostiene el aquelarre ministerial.
Belarra reivindica –-ningún tuit sin mostrarse oprimida, ninguna acción sin su ofensa– el derecho a gobernar de su formación «a pesar de la resistencias de las estructuras del 78». Mi comentario político será breve. Podemos es la representación menos sofisticada del poder oligárquico. Puede que en la historia del parlamentarismo español no haya habido jamás mayores tontos útiles. Creen ser «la Francia Insumisa», con la inteligencia necesaria para ser un grupo respetado, pero, al mismo tiempo, denuncian un complot para que no prosperen sus acciones. Al final, lo que hay en el ministerio sitcom del que maman es una falta de finura intelectual escandalosa, una inutilidad sin parangón y una nula formación en lo que respecta a los arcanos jurídico-administrativos del Régimen.
Sin embargo, el asunto que verdaderamente me parece reseñable es que el spot navideño que pretende meterse hasta la cocina –nunca mejor dicho– de los hogares españoles y decirnos cómo debemos gestionar una familia o una cena e intervenir nuestras celebraciones, no es más que falso costumbrismo setentero español. La estética del ama de casa y la situación familiar descrita nada tienen que ver con el título de la campaña. El mensaje es superfluo, pero ya nos hacemos cargo de que de alguna manera había que tapar el fiasco de la Ley Prenda. El caso, ministras, es que la señora que protagoniza el anuncio no es una charo.
Para empezar, una charo pata negra no cocina. Sí, en efecto, siente predilección por las viandas requemadas, pero no las saca del horno, sino del envoltorio de Cascajares. Por lo general, está divorciada y en la mesa del solsticio se reunirá con un vástago, dos como mucho, completando una bonita estampa jarraitxu softpower donde no faltarán rastas, mullets, pantalones de saltimbanqui y otros identificadores del activista con inquietudes “sociales”.
El charismo no es una clase social, es, sobre todo, y como decía André Gide sobre la burguesía, una mentalidad
La charo auténtica, delatora pandémica por excelencia, ha permitido que estas fiestas su hije, que estudia biológicas o políticas en Somosaguas, acuda relajando las medidas antiCOVID a la VPO que heredó de la ominosa dictadura franquista. Magnánima, ha decidido templar su faceta de social justice warrior y dejar su máxima de «ponte la mascarilla» para el transporte público y la cola del centro de salud.
El charismo no es una clase social, es, sobre todo, y como decía André Gide sobre la burguesía, una mentalidad. Practica el activismo de baja intensidad y, estos días, está contenta. Se ha aprobado la ley Trans y, además, ella ha conseguido un descuento en un taller de sexo tántrico. También tiene cita en la peluquería para retocar el Mondrian capilar que gasta. Como para desperdiciar sus moscosos celebrando el Gobierno de coalición.