La Cumbre Mundial de la Educación que se celebra este aƱo en Doha ha puesto de relieve que en una gran mayorĆa de paĆses, incluyendo muchos desarrollados, existe un alto grado de insatisfacción respecto de su sistema educativo. Aunque mal que abunda, consuelo de cabezas huecas, este sentimiento general no nos debe llevar en EspaƱa a la resignación o a la desidia en un Ć”rea tan crucial de nuestra posición en el mundo. La educación ha sido y es en nuestros lares un grave problema sin resolver durante toda la edad contemporĆ”nea. Son cĆ©lebres los lamentos de nuestros regeneracionistas de finales del XIX y tambiĆ©n de la generación del 27 del siglo pasado sobre la cuestión. Durante nuestra reciente etapa democrĆ”tica, que arranca en 978, no sólo no hemos avanzado en tema tan crucial, sino que la universalización y masificación de la enseƱanza primaria y secundaria no han ido acompaƱadas de la necesaria mejora de la calidad. El lamentable espectĆ”culo ofrecido por nuestros ciudadanos cuando se les pregunta en la televisión por cualquier suceso o se recaba su opinión sobre este o aquel asunto y se muestran con frecuencia incapaces de articular tres frases mĆnimamente coherentes sintĆ”cticamente correctas nos demuestra todos los dĆas el bajĆsimo nivel cultural que padecemos. TambiĆ©n resulta frustrante el recurrente suspenso que recibe EspaƱa en los informes PISA sobre el rendimiento de nuestras escuelas e institutos. Por no hablar del decepcionante nĆŗmero de lectores de periódicos o de libros comparado con indicadores similares de otras naciones europeas.
Es sorprendente que los responsables pĆŗblicos sean tan reacios a comprender el papel clave de la educación y sus efectos beneficiosos en una amplia variedad de campos de nuestra vida colectiva. De hecho, de entre los diferentes capĆtulos del llamado bienestar social, educación, sanidad, protección a la infancia y a la vejez, atención a los discapacitados y vulnerables, es precisamente la educación aquĆ©l al que se deberĆa prestar una atención prioritaria por tener consecuencias determinantes en todos los demĆ”s. AsĆ, una población bien preparada es mĆ”s competitiva, lo que aumenta el volumen de ocupados y con ello el PIB per cĆ”pita, lo que se traduce a su vez en convivencia pacĆfica, mejor salud y mayor recaudación tributaria. Por otra parte, si la gente posee los conocimientos adecuados, evita los hĆ”bitos nocivos de vida, es menos proclive a dejarse llevar por emociones destructivas y se arma de instrumentos crĆticos de anĆ”lisis de la realidad que la protegen frente a manipuladores y demagogos. Una buena y sólida educación, en fin, habilita para la discusión argumentada, la tolerancia y la participación constructiva en la res pĆŗblica, a la vez que predispone a escuchar las razones de los que piensan diferente. Si estamos de acuerdo en que el modelo ideal de sociedad es la sociedad abierta, es decir, la que se organiza mediante la regla de la mayorĆa, la separación de poderes, la independencia de la justicia, el pluralismo y el respeto a los derechos humanos y las libertades civiles, no cabe duda que Ć©sta es tanto mĆ”s realizable cuanto mĆ”s educados sean sus integrantes.
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Una colectividad humana cuyos miembros estĆ©n equipados con un bagaje intelectual y moral del suficiente alcance y densidad y que, en consecuencia, disfruten de un buen nivel de comodidad y seguridad, es difĆcil que apoyen a propuestas totalitarias o a utopĆas delirantes, como estamos viendo con consternación estos dĆas en EspaƱa. QuizĆ” sea por esto que, a pesar de la retórica reinante al respecto, los polĆticos no estĆ©n verdaderamente interesados en que sus conciudadanos dispongan de la formación que les inmunice frente a sus abusos y martingalas. Yo afirmaba recientemente que una guĆa Ćŗtil a la hora de votar es discernir quĆ© candidatos se comprometen en su programa a suprimir gasto superfluo y a aligerar el Estado de ineficiencias y duplicidades. Hoy aƱado que su compromiso con una educación de calidad es sin duda otra seƱal inequĆvoca de que merecen nuestra papeleta.