«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.
Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.

El ave y mi españita

16 de junio de 2024

Cojo a menudo el ave. Desde hace años. Y con él me pasa como con mi españita. El bólido me asombró tras cientos de viajes en coche, autobús o en aquellos viejos trenes que tardaban cuatro horas. Y he sido un orgulloso usuario. Pero ahora sufro su ocaso en silencio. Como las almorranas. La semana pasada toqué fondo en la estación Chamartín-Burundi, ese lugar tercermundista que parece pensado para maltratar al usuario, que debe esperar de pie durante horas a unos trenes que ya nunca salen en hora.

El personal acaba sentado en el suelo de cualquier manera y se pelea por los cuatro enchufes mal puestos, que fallan a menudo, para cargar sus móviles y tabletas. La estación está diseñada como esos ventanales a los que se les colocan pinchos de alambre para que no se posen las palomas. Así nos trata Adif. En Chamartín-Burundi cada vez se espera más. Y cada vez hay menos bancos. Y uno deambula con cara de tonto entre máquinas de vending y baretos que cobran el flautín de un jamón presuntamente ibérico como si fuera de oro.

Como ya no estoy en política ahora viajo en primera. Dejó de importarme un pimiento lo que piense el personal. Puedo distraerme durante un rato en una sala vip que tiene poco de vip y tampoco es lo que era. Pero ese día en cuestión viajaba en una de esas dos líneas con las que tanto se mete el ministro Puente, responsable de los desaguisados. Iryo y Ouigo, además de ser responsables de la bajada de precios, suelen salir en punto. Mucho más que Renfe, que ahora te devolverá el billete sólo si se retrasa más de una hora y media y no quince minutos como antes.

Pero, como digo, el día en cuestión no se salvaba nadie. Bajada de tensión en la catenaria, decían. Sea lo que sea eso. Yo ya había llegado a Chamartín-Burundi alguna vez bajo la lluvia, pisando charcos de camino a la parada de unos taxis que no llegaban y a los que, en una enorme cola, tuvimos que esperar bajo el agua durante media hora. Esta vez estábamos apelotonados en la estación esperando a salir. Cientos de personas apretujadas que no sabían cuánto tiempo debían esperar. Porque, por la razón que sea, ni siquiera funcionaban los paneles de información. Ninguno. De vez en cuando, alguien chistaba mandándonos callar a todos y luego gritaba «¡¡el Iryo de las 14,45!!» para que algunos, sudando por la aglomeración y calor que hacía, atravesáramos la turba de camino al control de equipajes. Todo el orgullo que sentí algún día por esa formidable infraestructura se ha esfumado.

Con mi españita pasa lo mismo. Comienzo a perder el orgullo. Los trenes no funcionan, las carreteras están cada vez más bacheadas, llevar a cabo cualquier gestión en un organismo público es un insulto, la desigualdad crece, los delincuentes se salen con la suya, Hacienda te revienta mientras los servicios son peores y nuestros gobernantes, cada vez de peor nivel tras secuestrar el poder, se ríen en nuestra cara. Estuvimos a punto de adelantar a Italia. Ahora vemos cómo muchos países de nuestro entorno nos arrollan.

En Chamartín-Burundi, un conato de rebelión no tuvo éxito. Un grupo a mi lado coreó sólo un par de veces «Óscar Puente, hijo de puta». El ministro, responsable del desaguisado, debía estar tuiteando, quizá señalaba a algún periodista. Un día de estos alguien acabará harto. Y algún conato tendrá éxito. A los Óscar Puente de turno les va a faltar calle para echar a correr delante nuestro.

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