El reciente nombramiento de José Luis Escrivá como Gobernador del Banco de España ha motivado todo tipo de comentarios y reflexiones de crítica y defensa. Las voces críticas a su nombramiento señalan que, como hiciese antes con el nombramiento de Dolores Delgado —entonces ministra de Justicia— como Fiscal General del Estado, se trata de una decisión por parte de Pedro Sánchez que pone en tela de juicio la independencia de esta notable institución. Algunas de estas voces, además, han trazado ciertos paralelismos con respecto a la última vez que un ministro fue nombrado Gobernador, comparando así la figura de Sánchez con la de Francisco Franco y la de Escrivá con la de Mariano Navarro Rubio, quien fue ministro de Hacienda entre 1957 y 1965 y Gobernador del Banco de España entre 1965 y 1970. Sin embargo, considero que estos paralelismos no son acertados. El contexto y los actores, por más que se empeñen quienes han esgrimido este argumento, presentan diferencias insalvables.
La trayectoria de Navarro Rubio es una de entrega a su país, cosechando además unos logros y distinciones que atraviesan el campo militar, académico y político, forjando su nombre como uno de los líderes más importantes de su tiempo. Formado como oficial del ejército, Mariano Navarro Rubio no sólo destacó en el ámbito militar, sino que su formación académica fue igualmente rigurosa. Doctor en Derecho, con sólidos conocimientos de Economía y Finanzas, su carrera política lo llevó a desempeñar papeles clave en la reconstrucción de la España de posguerra.
Su capacidad para maniobrar en escenarios difíciles, su liderazgo y su visión lo convirtieron en el principal artífice del Plan de Estabilización de 1959, un programa que transformó una economía estancada en una dinámica y competitiva. La historia lo reconoce como el padre del milagro económico español. Bajo su gestión como ministro de Hacienda, España pasó de tener un déficit comercial a un superávit, reduciendo la deuda pública a cero y prácticamente erradicando el desempleo, algo que parece inalcanzable en el contexto actual. Su talante democrático le posicionó como uno de los principales artífices de lo que luego sería la pre-transición española y, en muchos aspectos, su trabajo puso los cimientos sobre los que se edificaría la democracia actual.
Tras su paso por el Ministerio de Hacienda, en efecto y aunque deseaba abandonar la política, Navarro Rubio asumió el cargo de gobernador del Banco de España a petición directa de Franco. No porque él lo solicitara, sino porque su valía y aportaciones eran reconocidas incluso por aquellos que no compartían su visión aperturista. De hecho, a lo largo de su mandato como gobernador, Navarro Rubio no dudó en criticar abiertamente las políticas económicas del gobierno, demostrando una independencia de criterio que le valió la persecución política en el infame caso Matesa. A pesar de su inocencia, el proceso fue orquestado por sectores falangistas para apartarlo de la vida política. Esta persecución fue tolerada por Franco, quien veía en él una amenaza por su carácter aperturista y su cercanía al ideario liberal y democrático que emergía en España. Navarro Rubio fue imputado e indultado, lo que truncó una estelar trayectoria política sin posibilidad de defenderse ante un tribunal y ante la sociedad española. Así, lejos de un sirvo del régimen de la España de entonces, Navarro Rubio se enfrentó al mismo y encontró la muerte política por su valentía al hacerlo, algo difícilmente concebible del ahora gobernador Escrivá.
El impresionante legado de Navarro Rubio es difícil de comparar con la figura de José Luis Escrivá, cuya trayectoria profesional y política palidece frente a la de Navarro Rubio. Escrivá es un perfil más político que técnico, de lo que da fe su gestión al frente del Ministerio para la Transformación Digital y de la Función Pública, cuyos resultados distan mucho del impacto fundamental que tuvo Navarro Rubio como ministro.
Así, si deben compararse ambos personajes; esta comparación no debe realizarse en forma de paralelismo sino para revelar el profundo abismo que existe entre dos estilos de liderazgo, dos visiones del servicio público y dos niveles de competencia y compromiso con España. Ni Sánchez es Franco, ni Escrivá es —ni mucho menos— Navarro Rubio.