«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El bar

29 de agosto de 2023

El domingo por la noche se abrió en España una ventana de libertad televisiva. Se emitía en La Sexta una película: El Bar, de Álex de la Iglesia. En ella, en un momento dado, los protagonistas encienden la tele. Sale un informativo y una periodista (real) cuenta una noticia que es mentira. Ellos saben que la tele miente. Es una mentira orquestada por el gobierno y los protagonistas, que conocen la realidad, lo ven con claridad. El programa informativo era de La Sexta.

De este modo, La Sexta emitía una película en la que La Sexta aparecía como un ejemplo de manipulación informativa; una manipulación de un nivel delirante al servicio de intereses gubernamentales que, en la historia, alcanzaban además una naturaleza criminal.

¿Era un sueño? ¿Había sustancias alucinógenas en mi gazpacho? ¿Ha cambiado de repente algo el cine español? Ese instante glorioso no era algo aislado. Toda la película era así. El bar, casi en su totalidad, podía ser visto como una corrosiva crítica a la España reciente, a la España de la pandemia.

La película se rodó en 2017. Al estrenarse, pareció una buena comedia; al verse unos años después, tras el Covid, nos parece una genial obra de arte llena de presciencia que anticipa y retrata al carboncillo la miserable España de la pandemia.

La historia (que he de reventar) es la siguiente: unos ciudadanos quedan atrapados en un bar, un bar normal, de los que hay o había en cada esquina. Uno de ellos sale y recibe un disparo. A partir de ese momento, quedan encerrados allí, y con el paso de las horas llegan a la conclusión de que es la policía quien les tiene encerrados y que la causa es el miedo al contagio de un virus.

La película cuenta un encierro, ordenado por las autoridades y ejecutado por la policía. Se dan cuenta de que a ella no se la puede llamar.

En el interior del bar hay una persona contagiada, y eso, que motiva la trama, cambia la situación entre los ‘encerrados’. Surge la división entre infectados y no infectados y, al aparecer unas vacunas, la lucha por conseguirlas y una nueva distinción entre vacunados y no vacunados.

Los niveles de vileza a los que son capaces de llegar van en aumento. Empiezan señalando, mintiendo, acorralando y acaban asesinando. Entre los encerrados se desarrolla un estado de naturaleza a través de un descenso: del bar pasan a la trastienda y de la trastienda a las alcantarillas.

La genialidad visionaria de Álex de la Iglesia, su feliz numen le llevó a localizar el encierro/refugio en el bar, el espacio de la socialización española, elogiada y criticada a la vez en la película, pues el conocimiento entre los lugareños es meramente superficial. Todos cargan con una soledad que no se remedia allí. Son completos extraños.

En el bar perecerán, como primeras formas viles, un expolicía fascista y un fetichista argentino y la implacable dueña, Terele Pávez. Hay una cronológica gradación femenina en la película: Pávez, Carmen Machi como ludópata almodovariana y Blanca Suárez, joven y guapa, actual, liberada de la negrura ibérica, heroína y superviviente final.

El bar es encierro/refugio y, no es casual, fue el lugar de la disyuntiva política, liberal y popular durante la pandemia. La terraza, imposible en la película (hubieran sido todos acribillados), era la liberación ayusista y el principio de normalización en el encierro. El lugar físico que ocuparía la terraza es, en la película, el lugar de las muertes.

(Genialidad anticipatoria del film: el encierro era la no-terraza, la imposibilidad de la terraza)

Álex de la Iglesia estira el costumbrismo del bar hacia una especie de esperpento negro. Hay chaskis, pinchos de tortilla, un trago clásico y nostálgico de coca cola, ballentine’s y los personajes, para pasar al submundo de las cloacas, han de untarse en aceite de freidora.

Sin saber lo que vendría, la película narra un encierro por virus en España. Lo provoca el gobierno, con mentiras; la policía lo ejecuta; los medios mienten, extienden la patraña, y del terror son víctimas los ciudadanos, que van envileciéndose. O, más bien, abriendo su inmenso potencial de vileza. Su fealdad no es gratuita. Son feos porque son terribles.

No son tan dóciles como lo seríamos unos meses después, pero sí mezquinos, atroces en la insolidaridad. Surgen entre ellos las sospechas, los recelos, la lucha por la supervivencia… Los no infectados someten a los supuestamente infectados. Se matan por una vacuna. Y todo eso lo hacen entre heces, chapoteando en las aguas fecales.

No se puede caer más bajo.

En esas peripecias, van desapareciendo. El darwinismo fílmico de siempre. Aguanta Mario Casas, con su dicción de Epi, publicista en la película y por ello capaz de enfrentarse mentalmente a la encerrona como narrativa. Queda al final (no nos sorprende) la chica joven. La española contemporánea. La mujer no carpetovetónica, la que no iba al bar ni pega con el bar. Ella, superviviente, aparecerá, ya vacunada, en un Madrid distinto. Saldrá del subsuelo, emergerá de esa pesadilla nueva, cambiada, trastornada por la experiencia, caminando como una zombi entre ciudadanos que de nuevo parecen normales, aunque sepamos de lo que son capaces.

Es imposible no ver en esta película una crítica ¿involuntaria?, un anticipo de la pandemia. A veces pasa esto en las artes: hay un presagio, una entrevisión profética. Álex de la Iglesia vio la España del Covid dos años antes. Si en El Día de la Bestia, mediados de los 90, llevó su acción delirante al edificio más emblemático de la Gran Vía; en El Bar se va a los Mostenses, muy cerca, pero no para subir sino para bajar. Llega donde las ratas, las alcantarillas. Ahí sitúa la comedia ennegrecida, aceitosa, churretosa.

La España que sale del Covid es Blanca Suárez vacunada tras un baño de heces en la ignominiosa experiencia general del encierro. Y sólo así, sin querer o de un modo alegórico-profético, sólo de una manera tan disimulada que parece una revelación, es posible la subversiva y refrescante crítica al horror español.

Si la película fuera de 2022, el director sería un valiente. Como es de 2017, el director es algo más importante: es un vidente a través del que España se manifestó.

El Bar es una película reveladora. Que revela y que es ella misma revelación. La experiencia española se anticipó por ella.

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