Jaime Caravaca, un señor desconocido del gran público hasta el lunes pasado —trabaja de bufón en garitos de mala muerte—, hizo un comentario repugnante sobre el hijo de tres meses de otro señor llamado Alberto Pugilato.
Todo sucedió a raíz de una foto que subió Alberto a sus redes, celebrando el nacimiento de su tercer hijo. El comentario de Caravaca no lo vamos a reproducir porque no tiene pizca de gracia y tampoco es necesario. Y no es el único comentario que ha hecho, ya que son numerosas las burlas que hace a los hijos de familias que no le caen bien.
A Jaime se le dijo que pidiera perdón —lo que cualquier hombre sensato y educado hubiera hecho—, pero muy chulo él, dijo que ni hablar del peluquín, que no pensaba disculparse.
Y claro, gracias a Dios, todavía queda gente que no está dispuesta a tolerar una falta de respeto a su familia y que se toma en serio la defensa del honor. Así que Alberto, cumpliendo su palabra, porque un hombre vale lo que vale su palabra, se presentó en el garito donde actuaba Caravaca y delante de los cinco espectadores presentes hizo lo que tenía que hacer, ofrecer un espectáculo verdaderamente pedagógico.
Últimamente se ha dicho mucho que Twitter no es la vida real, el lunes Jaime pudo comprobar en primera persona que a veces es una prolongación de la vida real, aunque yo me atrevo a ir más allá: Twitter en realidad nos anula para la vida real.
Si Alberto se hubiera limitado a contestar el tuit con otro improperio (lo que hacemos la mayoría) quizá se habría desahogado pero no habría defendido el honor de su familia, y Jaime no habría aprendido de un modo tan didáctico que hay líneas rojas infranqueables. Tan infranqueables que la barrera que uno se encuentra al cruzarlas es física.
Gracias a los dos bofetones —muy mesurados y proporcionados— no volverá a escribir para el resto de sus días nada contra la familia de Alberto, y seguramente lo pensará mucho antes de escribir contra cualquier otra familia.
No faltarán los que, escandalizados, griten que la violencia nunca es el camino. Pero se equivocan enormemente. A veces sí es el camino. El día que alguien se acerque para agredir a los hijos de uno, si éste no ejerce la violencia para defenderlos, cometerá una enorme injusticia, ya sea por cobarde o por gilipollas. Y quienes sufrirán esa falta de valor serán sus hijos. ¿Y no es acaso el ataque al honor y a la dignidad otro tipo de agresión contra nuestros hijos?
Aunque algunos puedan escandalizarse, que a nadie le quepa ninguna duda de que Alberto es mucho más pacífico que Caravaca. No sólo por la ingente cantidad de violencia verbal que sale de la boca de Caravaca, sino porque para ser pacífico primero hay que ser una amenaza, y entonces elegir el camino menos agresivo. Y eso hizo Alberto, que pudiendo fundir a Caravaca y dejarlo muñeco, le dio dos collejas como las que cualquier padre da a su hijo cuando se pasa de la raya (quizá un poco más fuertes, claro está, que la proporcionalidad es importante) y luego le hizo una breve reflexión.
Sin embargo lo de Caravaca no es pacifismo, pues no puede ser pacífico quien no representa ningún peligro. Caravaca es tan sólo un pobre hombre que acaba de descubrir que ser un cretino sale un poco caro. Y hablando de precios, si a Alberto le cae una multita, tendríamos que procurar que le saliera gratis.
En cualquier caso, bien por Caravaca, que al final, a pesar de toda la jauría de progres aplaudiendo sus tuits, ha pedido disculpas. Y todavía mejor por Alberto, que ha aceptado las disculpas como un caballero.
Queda así demostrado que el bofetón perfecto sí existe.