Habrá que hacer como en las cajetillas de tabaco, que advierten que «Fumar mata». Voy a ponerles varios ejemplos de cómo el buenismo está matando esta sociedad. En este caso es mediático, pero también puede ser político, económico o académico.
Todo empezó en las páginas de opinión de La Vanguardia el pasado viernes. En teoría, el diario referente de la antaño poderosa burguesía catalana.
Había un artículo de opinión de Miguel Trías sobre «Inmigración: mitos y realidades». El titular ya presagiaba lo peor. Empecé a leerlo, sin embargo, con interés. «En la mitología de la extrema derecha, la inmigración es el chivo expiatorio de los males que aquejan a Occidente», afirmaba en las primeras líneas. Y luego pedía un «debate sosegado» sobre la estrategia a seguir.
Daba, como buen economista, incluso algunos datos: «España cuenta en la actualidad con unos ocho millones de inmigrantes, casi todos llegados en los últimos 25 años». ¿Se pueden acoger ocho millones de personas poco más de dos décadas?, me pregunté.
Al fin y al cabo, España tiene aproximadamente unos 50 millones de habitantes, lo cual quiere decir que son un 16%. Muchos más en algunas zonas, por supuesto, porque no se reparten homogéneamente. Sin generalizar, pero todo el mundo sabe también que algunos barrios se han convertido en guetos islámicos —fíjense lo que pasó hace poco en Salt— y que hay zonas no-go donde las fuerzas y cuerpos de seguridad tienen problemas para actuar. Es decir, donde el Estado está ausente.
A continuación ponía como ejemplo Norteamérica, ya saben el famoso melting pot. Pero qué conste que decía también cosas con las que podía coincidir. Como cuando hablaba de contener «el flujo migratorio» y promover «políticas de integración». Aunque, en este caso, una cosa es la teoría y la otra práctica. Terminaba, eso sí, con otra llamada a «combatir la demagogia y los prejuicios» y a «aplicar la empatía para con el otro».
Me preocupé por buscar el currículum del articulista. Miembro de la junta directiva del Círculo de Economía, es abogado en ejercicio desde 1981, ha desarrollado su carrera profesional en varios bufetes hasta llegar a Cuatrecasas, donde fue director de la oficina de Barcelona hasta el 2018. Después venían varios consejos de administración y experto en fusiones. «Debe haber ganado una pasta», volví a pensar para mis adentros porque estas operaciones mueven mucho dinero. Y, como en las guerras, hay vencedores y vencidos. Lo que no decía, claro, es dónde vive. Pero estoy seguro de que no vive en Salt, en Rocafonda o en cualquier otro municipio con un elevado porcentaje de inmigración.
Yo vivo en Martorell, una población a unos treinta y pico de kilómetros de Barcelona. Casi un 18% de la población es extranjera, según datos oficiales. Pero lo de siempre, las cifras siempre son a la baja. Los sin papeles no salen en las estadísticas y los nacionalizados —tras diez años de residencia en España— dejan de salir. Además, en mi barrio calculo que son más, el 30 o el 40%.
Por eso, es muy fácil escribir sobre la inmigración cuando vives en la Bonanova —o la colonia El Viso por poner el equivalente en Madrid—. Cerca de mi casa yo he visto hasta nicabs. Y, créanme, se te ponen por corbata. La percepción sobre la inmigración cambia cuando vives en un barrio con mucha inmigración.
El señor Miguel Trías me recuerda al exgobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos. La entidad difundió en abril del año pasado un informe con el mensaje subliminal de que los inmigrantes vienen para pagar nuestras pensiones. «España necesitará 24 millones de inmigrantes para mantener la relación entre trabajadores y pensionistas», titulaba un diario tan próximo entonces a La Moncloa como El País.
En este caso siempre me asaltan las mismas dudas: si los inmigrantes pagarán nuestras pensiones… ¿Quién pagará las suyas? ¿Más inmigrantes? Y lo mismo: el lugar de residencia. Yo no sé dónde vive el exgobernador —dejó el cargo el año pasado— pero atendiendo a que fue nombrado director general del Banco de Pagos Internacionales supongo que tampoco es en Parla, Torrejón de Ardoz o Coslada.
Para terminar, les voy a poner otro ejemplo del mismo diario que sirve para ilustrar cómo la mayoría de medios —con la excepción de LA GACETA— tratan el tema. Apenas unas páginas más allá daban la siguiente noticia: «Detenida una pareja en Elche por someter a su hija de tres años a una ablación», rezaba el titular. En este caso, no era un artículo de opinión sino una información. Con esta frase parecía, ya me entenderán, una pareja de Elche de toda la vida. Aunque, en la foto distribuida por la Policía, ya podía observarse que la mujer iba tapada de arriba abajo. La intervención quirúrgica, por cierto, había provocado a la niña «lesiones irreversibles». Se pueden imaginar cuáles. El padre en cuestión alegó una «creencia cultural». También se pueden imaginar cuál.
Luego me llamó la atención este párrafo, que no he sabido encontrar en la edición digital: «La familia, proveniente de Malí, llegó a España en mayo del 2024 y, desde entonces, residen legalmente en el país» ¿Llegaron legalmente? ¿En este caso, cómo hemos dejado entrar a gente que es capaz de practicar una ablación a su propia hija? No se integrarán nunca. Al menos… éstos.