«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.

El cielo está en Paiporta

7 de noviembre de 2024

En la zona cero hay mucho caos, es un completo descontrol, el puesto de mando se parece más a una feria donde cada cual monta una carpa para exhibirse, que un lugar donde, bajo un mando único, todos estén coordinados y vayan a una.

También es verdad que el pillaje ha sido la tónica habitual por las noches en muchas zonas, son continuas las alertas que suenan en las radios de la policía avisando de delitos de todo tipo. Así pudimos comprobarlo mientras la Guardia Civil nos escoltaba para que pudiéramos entregar unos medicamentos pasadas las 11.00 de la noche del pasado sábado.

Pero bajo el barro, que es mucho, hay también mucha belleza, y uno, paseando por ese fango pútrido, puede saborear un pedacito de cielo, por increíble que parezca.

Junto a los vecinos de toda la vida hay miles de voluntarios de toda España (y del resto del mundo) que han ido a ayudar a los afectados por la gota fría. Gente que se ha pedido una semana de vacaciones, gente que se ha gastado buena parte de sus ahorros en material de primera necesidad, agricultores que han dejado a un lado sus trabajos para remover escombros con sus tractores, otros que han puesto sus todoterrenos a disposición de los demás para retirar los coches de las calles… y la lista sería interminable: rescatistas, electricistas, ingenieros, médicos…

Miles de personas que se han desplazado a la zona cero para ayudar a desconocidos, a personas de las que lo ignoran absolutamente todo: su filiación política, sus gustos musicales, sus filias y sus fobias… voluntarios que, a diferencia de quienes parlotean en platós y redes, ayudan sin mirar a quién.

Mientras los tertulianos y activistas de móvil y salón insinúan que habría que echar de allí a los voluntarios que no votan determinadas siglas, los voluntarios ayudan a todo el que lo necesita, aunque se trate de su peor enemigo en lo político o en lo religioso. Por la calles de Paiporta y de tantos otros pueblos uno ve encarnada la máxima evangélica de dar la vida por los amigos (¡y por los enemigos!).

Hay gente que, con muertos y desaparecidos en la familia, conserva aún fuerza suficiente para limpiar su casa y la del vecino con cepillos y palas día y noche. Incluso la fuerza necesaria para, entre lágrimas y con una energía que la policía no es capaz de contener, echar a las autoridades que, después de abandonarlos, pretenden hacerse la foto por aquello del relato.

Las calles de la zona cero están llenas de mileuristas ayudando a los afectados ante la inacción de quienes con mayor obligación deberían haber estado presentes desde el primer momento. Tan es así que, si hay comida, bebida y material de limpieza e higiene, es por tantos héroes anónimos (no ante los ojos de Dios) que llevan abasteciendo a los afectados desde hace ya una semana.

Es imposible no ver belleza incluso en las peores situaciones. A pesar del barro, las bacterias, el hedor, los muertos… a Dios el dolor no le es ajeno y se hace presente en medio de la desgracia.

En una de las parroquias de Paiporta ocurrió algo ciertamente extraordinario. El vídeo circula por redes. La sacristía se llenó de agua hasta unos dos metros de altura, todo quedó removido y manchado de barro. ¿Todo? No todo. El cáliz y el corporal quedaron intactos, en su lugar, sin una gota de barro, como si allí no hubiera llegado el agua, aunque estaban a sólo un metro del suelo.

Tuvimos oportunidad de asistir a misa en esa misma parroquia, en una sala del segundo piso, donde no había llegado el agua. Y el sacerdote nos dio la comunión bajo las dos especies con ese mismo cáliz. Estábamos allí, unas treinta personas, la mayoría vecinos, rodeados de destrucción y oscuridad, a lo lejos se escuchaba la maquinaria pesada trabajando y llovía con cierta intensidad.

Los cantos de las mujeres se elevaban al cielo como un faro que ilumina el mundo entero, mientras las lágrimas de otros descendían hasta el suelo y se mezclaban con el barro de las botas, y la fe de esos paiportinos que lo habían perdido todo, pero que de rodillas daban gracias a Dios, hacía todavía más evidente que el cielo no ha abandonado a Paiporta.

Pero hasta llegar al cielo definitivo nos queda todavía un valle de lágrimas muy largo que recorrer y nuestros hermanos valencianos han empezado a transitarlo ya.

Fondo newsletter