Tengo la sospecha de que el algoritmo me la juega y me quiere convertir en un xenófobo de primera división. Salen en mis redes sociales muchísimos vídeos de robos y violencias de emigrantes a chicas o a mayores o a preadolescentes. A mí me llevan los demonios. Alguna vez he comentado mi sospecha, y me han respondido que no es el algoritmo, que estas cosas son así de frecuentes, pero que los medios sistémicos las ocultan sistemáticamente. Yo no lo sé.
Sí sé que a mis compañeros de trabajo no le salen estos vídeos, sino que el algoritmo a ellos les fomenta su felicidad socialdemócrata y les pone imágenes que demuestran que la economía va o como una moto o como un cohete. Y que lo malo es el fascismo. Están encantados.
Contra lo que puede parecer con este arranque no vengo a hablar contra el sesgo o, al menos, no como mi primera intención. Demos por bueno que hay de todo, y que también existen —conozco de primera mano a varios— emigrantes admirables, que ponen muy buena voluntad en integrarse y que trabajan como el que más. No diremos que todo es mentira como en aquella famosa coplilla de Campoamor, ni que todo depende del cristal con que se mira, sino que todo es verdad y que el cristal con que se mira actúa como una lupa de aumento, subrayando unas cosas y no otras a unos y a otros.
Sabiendo esto, y contrarrestándolo con sentido común y sentido crítico y aplauso para los que de verdad vienen en son de paz y con ganas de contribuir, digamos que, puestos a aceptar un sesgo, es mejor aceptar el sesgo de las víctimas y los problemas de convivencia en nuestras calles. ¿Por qué?
En absoluto por agriarnos el carácter, sino por un puro instinto de supervivencia. El mecanismo se ha estudiado para explicar por qué la memoria recuerda mejor los momentos de miedo de tristeza o de dolor. Lo hace porque de ellos podemos sacar una enseñanza más importante para nuestra seguridad inmediata que si sólo recordásemos aquellos momentos en que estábamos en la gloria. Nos urge más detectar peligros que regodearnos en el bienestar.
En este caso, para una toma de conciencia política, sucede algo muy parecido. Esos discursos que nos dan, pongamos por caso, la media verdad luminosa, que es estupenda y agradecemos, pero nos ocultan la otra mitad tenebrosa, nos impiden tomar las medidas preventivas cuando todavía se está a tiempo. Si no caemos en una xenofobia furiosa, que sería una estupidez y una ceguera, es mejor que sepamos los problemas que conlleva una sociedad multicultural donde la ley se vulnera —esto es lo peor— con creciente frecuencia.
Y junto a esto, tan utilitarista, hay una razón mucho más profunda. Si hay un lugar en el que hay que estar siempre es junto a la víctima inocente, junto al jubilado al que le han okupado la cosa, junto a quien no puede salir tranquila por su barrio, junto al adolescente que no encuentra un ambiente de estudio y preparación seria en la enseñanza pública, etc. Si la propaganda o el discurso o el argumentario de la izquierda consiste en ocultar esas víctimas reales, en hacer triunfalismo como un juego de manos con cuatro datos y en despistar con peligros inexistentes como la ultraderecha y tal, hay una superioridad moral en quien se ocupa y preocupa y visualiza a las víctimas.
Sigo pensando que mis algoritmos están afónicos de darme la voz de alarma, y me niego a que me cieguen a otras realidades más positivas, pero la voz de alarma hay que oírla. Por auténtica solidaridad y por prevención. Nuestras sociedades no pueden ser indiferentes a la ilegalidad, el crimen y el abuso.