«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

El dedito en la llaguita

30 de agosto de 2021

Estamos a punto de estrenar un nuevo verano en nuestra memoria, que es donde los veranos alcanzan todo su esplendor, en mitad del invierno. No es mal momento para dedicar un artículo a la nostalgia. Se está convirtiendo en una fuerza protagonista (¿paradójicamente?) de la más rabiosa actualidad.

El diario El País ha acusado de nostálgicos que fomentan la islamofobia, nada menos, a los que recuerdan nada más que, en muchos países musulmanes, incluyendo Afganistán e Irán, las mujeres iban antes con minifaldas a la universidad. Es una acusación tan rara, que el periódico ha tenido que meter marcha atrás y resignificarla en sus redes sociales, pero ahí queda, en la memoria, justamente. No me extraña que les gusten tan poco las evocaciones.

Otro conflicto alrededor de la nostalgia tiene como protagonista a Ana Iris Simón, autora del libro Feria (Círculo de Tiza, 2021). La acusan de tradicionalista por recordar que sus padres, con su edad, ya tenían muy pagada la casa en propiedad y buenas perspectivas laborales. Víctor Lenore se pregunta por qué esta nostalgia de Ana Iris Simón produce tantos sarpullidos, mientras que otras no o incluso (como Podemos en su universidad asturiana de verano) resulta emancipador hablar de las «tradiciones rebeldes», esto es, de «cómo las luchas del pasado iluminan las luchas del presente», y ahí queda eso. 

Hay muchos planos distintos. Por supuesto, la desconfianza originaria del progresismo ante la nostalgia, que olvida, como dice el escritor Mario Crespo, que «en su justa medida, es una herramienta de transformación poderosa de la que salen muchas cosas buenas». Si quisiese escribir hoy un artículo tradicionalista, con ilustrar esta idea clara de Crespo lo tenía hecho. También está, como denuncia Víctor Lenore, la descarada asimetría en el tablero de juego, por la que, si una nostalgia favorece a la izquierda, es bonísima; pero, si se sale del discurso programado, es lamentable, facha y, para colmo, melancólica. 

Yo quiero añadir una explicación más. Lo vi claro cuando un tío mío me estaba contando lo bien que vivían en su época, a diferencia de la de ahora. Eran recuerdos personales, honestos y auténticos, pero vi claro la diferencia esencial con Ana Iris Simón. Este caballero, al que tengo un gran cariño, pertenecía al grupo de los privilegiados de su tiempo. Sería un tema para otro artículo comentar el cambio de las élites que se está produciendo en Occidente y la proletarización de las antiguas clases medias y altas, pero eso, tan real, no hace ningún daño al mito del progreso, porque la rueda de la fortuna siempre ha volteado a los privilegiados y ahora los hay (de otro color político, de otra categoría, por otros motivos —eso sí— menos meritocráticos) como los hubo entonces. Los privilegios de viajes, restaurantes caros, coches apabullantes y viviendas exclusivas siguen siendo ahora los mismos, si no más, pero en manos distintas y con menos estilo.

Las fotos de chicas afganas en minifaldas tienen la misma fuerza secreta. Cuestionan el mito del progreso político en donde éste más presume. En los derechos de las mujeres y, además, en sus libertades más personales

La nostalgia de Ana Iris Simón tiene, en cambio, un valor neto, porque señala una situación que era mejor para los no privilegiados de entonces. Para todos: objetiva y con un peso neto fácil de comprobar. Es una nostalgia que pone el dedo en la llaguita de esta época nuestra que, a pesar de toda la parafernalia de su demagogia y sus publicidades igualitarias, sólo ha conseguido cambiar (exactamente igual que en la escena final de la novela La rebelión en la granja de George Orwell) a los privilegiados; pero al precio altísimo, además, de empeorar muy significativamente el bienestar de los humildes. 

Las fotos de chicas afganas en minifaldas tienen la misma fuerza secreta. Cuestionan el mito del progreso político en donde éste más presume. En los derechos de las mujeres y, además, en sus libertades más personales. La nostalgia de Ana Iris Simón no es tampoco una nostalgia cualquiera. Cuando los progresistas oficiales se reconcomen, hay que comprenderles. La delicada y resignada nostalgia de mi tío les puede divertir, hasta regocijar, porque es el signo de su victoria; la nostalgia de Ana Iris es la prueba de su fracaso.

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