«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El desarrollo no es lo que dicen

13 de octubre de 2021

Hay que recuperar la vieja idea del desarrollo, una situación dinámica, aplicable a todos los países, ricos y pobres. Idealmente, se traduce en una sensación general de sus habitantes, la de que los bienes y servicios materiales son cada vez más baratos. Es claro que, en la situación actual de España, esa impresión deja mucho que desear. La prueba es que los automóviles son, cada vez, más caros y, también sube el precio del “recibo de la luz” (electricidad). Además, esos dos tipos de bienes o servicios, junto a otros, son más necesarios que nunca. De poco sirve que el transporte colectivo de personas haya bajado de precio, si la gente necesita moverse mucho más que antes. También, es cierto que la sociedad española está organizada de un modo en el que los servicios públicos satisfacen necesidades crecientes. Eso es lo que se llama “bienestar social”. Pero, nada es gratis. Al contrario, el llamado “Estado de bienestar” (propuesto por todas las fuerzas políticas) se cobra una cantidad creciente y desproporcionada de impuestos. Por cierto, ese rubro es el responsable del constante aumento de precio, tanto para los coches como para la electricidad. El extraordinario coste de la burocracia pública se traduce en una estadística inexistente: la suma, en metros cuadrados, de todos los locales destinados a servicios públicos. Imagino que sería una cantidad asombrosa; desde luego, no para de expandirse. Téngase en cuenta que un exceso de impuestos viene a equivaler a un recorte del derecho de propiedad.

Los españoles atravesamos una grave crisis económica, esto es, la pérdida de la satisfacción material de bienes y servicios

El verdadero desarrollo no se mide, tanto, por el aumento de la producción pública o privada, como por el cálculo de la productividad de uno u otro sector. Tampoco, hay estadísticas sobre el particular.

No cabe la duda de que los españoles (y otros muchos grupos nacionales) disfrutan de un sorprendente cambio tecnológico, especialmente del que toca a las comunicaciones. Ahora bien, el auténtico desarrollo no sería la suma de esos bienes y servicios, sino el resultado después de restarle los inconvenientes que le acompañan. Póngase, solo, la contaminación, la basura, la rápida obsolescencia tecnológica. Tampoco, existen estadísticas completas al respecto. La impresión general es que tales costes adicionales son altos y expansivos.

A los efectos estructurales del desarrollo, hay que añadir, ahora, un hecho circunstancial de extraordinaria magnitud: la epidemia del virus chino. No consuela que haya sido una pandemia y que, ahora, tienda a ser una endemia. En la contabilidad de cada país, hay que anotar el coste monumental de los gastos ocasionados por la “lucha” contra la epidemia. Baste recordar, en España, la cifra aproximada de unos 150.000 fallecidos por esta causa, algo así como el equivalente de una cruenta guerra. Solo, por ese dato, podríamos atestiguar que los españoles estamos atravesando una grave crisis económica, esto es, la pérdida de la satisfacción material de bienes y servicios. Por desgracia, la economía española se basa, exageradamente, en las actividades turísticas. Se trata de un factor muy frágil, pues la oferta de turismo es amplísima en otros muchos países. Ahí, se ve lo vulnerable que es tal especialización.

Junto al extraordinario coste, en vidas humanas, de la epidemia, hay que agregar un dato estructural de altos vuelos. La población española ha llegado a la mínima tasa de fecundidad (nacidos por mil mujeres en edad fértil) del mundo y de toda la historia española. Es un récord negativo, este de la “productividad demográfica”, que resulta vergonzoso.

No será “sostenible” un progreso material con un coste desorbitado de la burocracia pública

Pueden apuntarse algunos hechos positivos para el desarrollo de la sociedad española. Es el caso de la fabulosa expansión de la población dedicada a la enseñanza: profesores, alumnos, empleados. Pero, al tiempo, se debe argüir que las universidades españolas solo han egresado un premio Nobel científico: Eso fue hace más de un siglo.

En conclusión, para medir algo tan sutil como el desarrollo, no se adecuan los índices tradicionales: el Producto Interior Bruto, la tasa de paro, etc. Hay que introducir el coste o el precio de las satisfacciones materiales. Por ejemplo, en lugar de la proporción de desempleados (del total de la población activa), habría que calcular el grado de adaptación a su empleo de todos los trabajadores. No debe de ser muy alto, cuando se contabilizan tantos empleos a tiempo parcial o de carácter eventual.

Una idea muy útil, aunque, mal interpretada, es la del “desarrollo sostenible”. Significa que cualquier mejora no basta con que sea ocasional; debe durar lo suficiente como para acoger el bienestar de las generaciones futuras. No será “sostenible” un progreso material con un coste desorbitado de la burocracia pública.

Una última falacia dominante es la “globalización”: creer que el desarrollo se va a conseguir a escala de toda la Tierra. Antes bien, la mejor manera de avanzar de forma segura es que el desarrollo se resuelva en cada país, con sus ventajas y sus limitaciones propias.

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