Sánchez se sostiene por el finísimo hilo de su amor por sí mismo, como le recordó ayer Santiago Abascal. La caída es tan inminente como inevitable. Caer no es sólo abandonar La Moncloa, que ya es duro cambiar las delicadas tacitas de té por la cacharrería de Ikea. Caer es cuando te estallan tantas bombas alrededor que ya no logras mantener el equilibrio, y Sánchez va a explosión por hora. Repta porque ya no yergue. Aldama ha puesto en marcha un gran ventilador, pero todo el Consejo de Ministros está cercado por ventiladores, y los documentos y rumores vuelan de una redacción a otra sin descanso. Ya nadie tiene miedo. O mejor aún, están tan muertos de miedo que les da igual todo.
A fin de cuentas, el único que no ve que su tiempo ha terminado es Sánchez, pero todos los que de una manera u otra han estado implicados en las corruptelas del poder están a esta hora midiendo cada movimiento, filtrando como cafetera en estación de tren, y más de uno deseando ponerse ya a colaborar con la justicia para que pase todo cuanto antes, confiando en que a veces los jueces son benévolos con los que ayudan a desenmarañar la madeja.
Hace tiempo que el principal problema de Sánchez es su propia defensa y la de los suyos, pero después de su estrambótica y lisérgica presidencia, el gran problema de los españoles es afrontar su legado de destrucción. El presidente actúa ahora como el okupa que entra en la más lujosa mansión, se tira seis o siete meses, y la abandona después dejándola irreconocible, las cortinas rotas, latas de cervezas por todas partes, los enseres de valor malvendidos por aquí y por allá, y una capa de mugre que asusta al miedo. ¿Quién va a pagar los desperfectos? Si no es magia, serán tus impuestos.
Lo peor es que la oposición no puede aún trabajar en el día después. Es imperativo todavía seguir fiscalizando la actividad del Gobierno, haciéndole rendir cuentas a cada minuto, hasta que la extinción de esta negrísima etapa de la historia de España sea un hecho.
Sánchez cree que si se come el turrón estará salvado. Y la Navidad está a la vuelta de la esquina. Habrá tenido tentaciones de adelantarla, como Maduro, pero no es alguien capaz de exponerse a más ridículos que los que ya ha sufrido en las últimas semanas, y tal decisión podría desencadenar un festival de memes indigeribles para su elevadísimo concepto de sí mismo.
Ocurre que los buenos sentimientos navideños no le serán propicios esta vez. Se puede sobrellevar la Navidad familiar en medio de la incompetencia, del dolor, o de la traición, y encontrar una esquina de paz, pero no en medio del mal. No puede el ladrón ni el asesino ni el traidor ni el tirano disfrutar de la luz propia de la Navidad, porque tiene el alma como un avispero, y la conciencia como un mar de chapapote.
Con todo, llegará el día después de Sánchez, y querremos que todos y cada uno de los que prostituyeron el Estado y las instituciones —con la nación no han podido ni podrán— se sienten en el banquillo, no ya por venganza, que a mi eso me da pereza, sino por la necesidad de restituir el orden, la ley y la justicia. Habrá que tratar de recuperar el dineral distraído, tanto en corruptelas como en despilfarros oficiales amparados por la ley pero no por la moral, y habrá, sobre todo, que preocuparse por los españoles, abandonados por completo por el Gobierno, tanto como nunca lo han estado antes, ni en los años más miserables del socialismo español. Los afectados de Valencia ponen rostro y dolor a historias de infame abandono gubernamental, pero lo cierto es que somos todos los ciudadanos los que estamos desatendidos, incluyendo a sus propios votantes, a los que desprecia más que a la oposición. El Gobierno está a otras cosas.
Y es que al fin, me desdigo de lo que opinaba hace años, se ha hecho bien en llamar a esto «sanchismo» y no socialismo, porque siendo igual de ruinoso, el primero tiene una especial connotación, la que circunda al infinito ego del personaje, y que desaparecerá tan pronto como se marche a casa con su inmenso saco de complejos que, sin duda alguna, están detrás de su patológico modo de afrontar el poder.
El día después de Sánchez, España dejará de ser el cajero automático del sanchismo. El día después de Sánchez, España volverá a ser de todos los españoles.