Arnaldo Otegui dio el lunes una entrevista a Radio Euskadi en la que interpretó la victoria de Milei como la confirmación de un «bloque reaccionario mundial» que tendría, en su opinión, proyección española: lo que llamó «los neofascistas y neofalangistas». Conectó así de modo directo una visión de un mundo dividido en dos bloques con su interpretación del resultado electoral español: por encima de toda diferencia, los españoles habrían votado parar a «los nuevos autoritarios»; y este sería el sentido superior de la coalición pro-Sánchez: «La primera consideración es parar a estos», según un «mandato democrático» que exige «armar un bloque».
La justificación es beneficiar a las naciones ibéricas oprimidas y a las mujeres. El bloque se justifica, por tanto, ya no sólo en los «derechos nacionales de Euskal Herria» sino en los derechos sociales y en el feminismo (por razones desconocidas, Otegui no hace mucho énfasis en lo LGTBI). Hay un perejil woke que se une a «lo social» como salsa para que ligue la coalición.
Utiliza Otegui un lenguaje duro: armar, bloque, pero ahora han de afrontar una «obra de orfebrería política», una finura que pasará por depurar el Estado, fundamentalmente la justicia, de «elementos franquistas» («democratizar»), romper con la Transición («Lo atado y bien atado se empieza a desatar») e iniciar un «debate plurinacional».
Cosas de Otegui, diríamos. Pero es que todo lo que dijo Otegui lo había dicho días antes en su discurso de investidura Pedro Sánchez. Un discurso sobre el que no se ha hablado lo suficiente.
Su intervención partió del globalismo. De una visión global. Un mundo que Sánchez dividió en «democracia» frente a «las fuerzas contrarias, las propuestas reaccionarias o la ultraderecha». Este combate se libra en el mundo, en Europa y en España y en su opinión, no es ya un simple debate entre derecha e izquierda sino un choque de visiones: una «opción progresista» frente a una «opción reaccionaria» que estaría «contra los derechos humanos, la ciencia, la cultura y el diferente» y que asoció al «odio, la incompetencia y la rabia». El cambio climático llevaría este antagonismo a la altura de un «dilema existencial», pues políticas a favor de la desigualdad podrían conducir a una «catástrofe de la especie».
Esta interpretación bipolar del mundo es la de Otegui y también fue ayer, comentando lo de Milei, la de Yolanda Díaz, que habló de una derrota para el «bloque democrático».
Este bloque en el que estarían Sánchez, Díaz y Otegui reúne al izquierdismo hispanoamericano, pero también al globalismo institucionalizado de Europa y Estados Unidos. Constituye la hegemonía occidental presente en los medios. La curiosidad es que Sumar o Bildu admitan formar parte de ese bloque que se define por los excluidos: Brexit, Trump, Bolsonaro, Orban y ahora, en su flexión más liberal, Milei… El bloque del que habla Sánchez es puro globalismo, los dogmas 2030, Puebla pero también Davos, Sao Paulo pero también Bruselas o una especie de ultraglobalismo con capital en el Washington demócrata. Desde esa posición, plenamente seguro de su institucionalidad, parecía hablar Sánchez en el Congreso cuando conminaba al PP a definirse: o la reacción o la integración, y mencionó los modelos europeos válidos: Tusk, Macron o Von der Leyen.
El discurso exterior de Sánchez se parece mucho al de Otegui, pero aun más se parece el interior. Frente a Vox, que sería la traducción española de esa derecha mundial, Sánchez consideró que «el único muro es la coalición progresista». Le da así un sentido frentista a su alianza: lo que Otegui llama «parar a estos» o, en términos de Sánchez, oponerles «un muro democrático». Para hacerlo prometió «usar toda la fuerza del Estado». El matiz despectivo del «estos» de Otegui lo alcanzó después en su intervención.
En definitiva, Sánchez enmarca su coalición en una visión acabada del mundo, una especie de cosmovisión ultraglobalista escatológica, terminal, que comparte con Otegui, en la que estaría Bildu pero no un demócrata poco belicista defensor de su constitución y votado por medio EEUU como Trump.
La coincidencia entre los discursos de Otegui y Sánchez es completa. La convergencia es total. Esa es la estupefacción. Coinciden en el análisis del mundo, pero sobre todo en su traslación al momento español, y en el sentido y propósito de su unión: excluir a millones de españoles e iniciar, sin ellos y contra ellos, una nueva Transición.
Lo que recibieron los españoles en la sesión de investidura fue lo mismo que les podría haber dicho Otegui. Sólo que peor. Enfrente hay un «bloque», un «muro», y un sólo relato.