Las revelaciones de los llamados fontaneros del PSOE han originado un revuelo de contestación. De inmediato, algunos se fueron a Moncloa, y el PP fijó en el calendario, con la debida demora («sin ira, libertad…»), otra de sus manifestaciones anestésicas bajo el lema «Mafia o Democracia», olvidados ya el fetiche «Constitución» y el fetiche «Estado de derecho».
Ferraz como punto de protesta, además de ser más accesible, revelaba un grado mayor de reflexión: el origen de lo que sucede está en los partidos, en El Partido. La concentración en Moncloa iba a ser, de nuevo, menospreciada por sospechosa de fascismo, extremismo, pintoresquismo o refuerzo del PSOE en tanto independiente del PP, que, incapaz de ofrecer una propuesta ideológica distinta, aspira a capitalizar el antisanchismo, palanca definitiva del voto útil.
El lema del PP: «mafia o democracia», resumía el engaño imperdonable en el que sumen al español, o la excusa que le dan para que participe. No es «mafia o democracia» sino, en conjunción no necesariamente disyuntiva, «mafia o consenso», que es mafia de mafias. De hecho, el consenso es el sistema organizativo de las mafias de Estados Unidos.
Las cinco mafias se regían por un capo di tutti capi (capo de todos los capos), un jefe dominador, sistema que se sustituyó, pasados los agitados años 20, por un régimen de consenso entre las familias: la Comisión.
¿Qué es el Consenso? Forma de gobierno de la mafia. Esa estructura invisible de reunión, ese acuerdo flotante, instituido a la muerte del dictador/capo di tutti capi.
Que saquen ahora la palabra mafia es, hay que reconocerlo, de un cinismo apreciable. Aunque, por supuesto, la ignominia y desesperada cutrez del aparato sociata merecen eso y más. Se podría resumir en que han blanqueado a la ETA y ensuciado a las fuerzas y cuerpos de seguridad. Su inversión de los polos magnéticos es absoluta.
Sin embargo, es curioso que el espasmo de contestación se despertara por la «revelación» del nombre de Sánchez o las palabras de Leire Díez, que suceda con esto de la UCO, siendo gravísimo, o con las otras «revelaciones» sobre el trabajo del hermano o el máster de la esposa.
Porque ya hay gravedades urgentísimas sobre España. Ya hay una situación insostenible. Lo estructural ya condena el instante, el agua ya llega al cuello: la reforma judicial en marcha, los precios de la vivienda en máximos históricos, la regularización exprés de más inmigrantes (hechos consumados de la política inmigratoria) y el despedazamiento del Estado en Cataluña. Estas cuatro situaciones, sobre todo estas cuatro, exigirían el mayor de los escándalos y, sin embargo, se abocan hacia la institucionalización, cuando no a la naturalización (palabra que el PP recomendó para ir aceptando lo de Bildu).
Nada casual, pues el PP se repartió la justicia con el PSOE, apoyó la regularización del 2024, legitimó pactar con Junts hace unos meses, admite el Estado Compuesto y participa de la política de vivienda que ha convertido Madrid (Madrid Federal) en una ciudad imposible, invivible e inalcanzable.
Por eso, el «Mafia o Democracia» resulta tan escandaloso como el propio escándalo. Y si acaso, hay que entenderlo como en poesía: esa «o» no excluye, sino que suma, explica, define.
La insatisfactoria mezcla de rasgos democráticos con realidades oligárquicas que es la partitocracia, corrupta hasta el tuétano y la entraña, descansa en el Consenso. Y es el Consenso, esa estructura de poder y pactos, el problema. Además, un Consenso, en su momento actual, especialmente temible, porque como toro herido da cornadas traicioneras. Es un Consenso en crisis, en cambio de piel, que busca modificarse, rehacerse, crecer hacia otro lado.
Desgastado, si no roto, el consenso inicial de 78, el PSOE quiere, con no poca desesperación, llevarlo hacia otro sitio mientras que el PP juega una posición curiosa: pulsa aquel consenso inicial, lo invoca, y alude para ello a un mitológico PSOE bueno, el de González (los mismos que lo consideraban mafioso ahora lo tratan de Hombre de Estado), o un entendimiento con un Junts y un PNV igualmente buenos: consenso inestable, ilusorio, velo que encubre, mientras llega, la realidad de la trasposición (y podemos usar esa palabra) del Consenso Europeo como único horizonte.
Esta es la dual posición del PP, del conglomerado tras las siglas. Su fantasmal 78 mientras llega Europa, ¡más Europa!
A la vez que engrandece por completo a un vesánico Sánchez, con esas fotos, por ejemplo, de demente, de ido, congelando en la imagen la idea de tirano neroniano que ha roto, con su locura, la placidez de una «democracia plena» y del «mejor momento de nuestra historia», mientras eso hace, participa activamente, con el propio Sánchez, del consenso europeo que fija el nuevo marco de poder e ideología. Que se diga esto irrita mucho al PP (a sus ávidos) razón de más para decirlo: Sánchez es socio europeo.
Y cuando alguien, con buena fe, se pregunta por qué no imputan al presidente, no podemos decir que la mafia sea el problema, sino la cristalización del Consenso en las instituciones (que nos hemos dado): el Tribunal Supremo lo elige el CGPJ que, a su vez, es elegido por los partidos, en pacto que lleva siendo décadas y que se reeditó, ya con escenario europeo, entre González Pons y Bolaños (el amigo de Nerón).
Ese pacto de la justicia fue la transición del Consenso español al Consenso Europeo. La transición de la Transición. A España ellos le ofrecen dos salidas: el nuevo Estado plurinacional y descacharrado que firmó ETA (posnacionalidad coronada) o la disolución del cuerpo gangrenado en el federalismo totalitario de Europa, que no es muy diferente, y que el rey también sanciona (véase esta semana su premio a Von der Leyen y su discurso con ribetes de euroidentitarismo excluyente)
Sánchez es un problema urgentísimo, pero antes de dejarse avasallar por los ávidos (los ávidos del PPoder), valdrían dos precisiones: una es que no es solo Sánchez, sino la deriva urgente de políticas estructurales que alcanzan lo insostenible (justicia, autonomías, inmigración y vivienda); la otra es que la respuesta a Sánchez puede ser un error y, como ya hemos visto antes, la perpetuación, institucionalización y normalización de parte de su obra, cuando no de toda ella.