«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

El esperpento nacional

27 de enero de 2023

Goya se quedó corto: no es el sueño de la razón lo que produce monstruos, es la razón misma la que los engendra. Todo el mundo ha comentado ya el caso la «mejor» estudiante de Ciencias de la Información y su penoso arrebato contra Ayuso, por lo que no me voy a ensañar más con esa supuesta élite estudiantil, aunque alguna reflexión sobre la universidad que la produce sí que sería más que necesario. En otra ocasión.

Más relevante me parece el complejo de Superman mostrado por Pedro Sánchez al hablar de su persona y de cómo se ha tenido que enfrentar sucesivos retos; el último, nada más y nada menos, que el ralentizamiento del movimiento del núcleo terrestre. Imaginarse con capa y calzoncillo rojo por fuera, volando en la estratosfera para acelerar la rotación de la Tierra sólo lo puede imaginar un megalómano como nuestro actual presidente. Que, en lugar de avergonzarle, le riamos la gracia, no es sino otra señal más de lo bajo que hemos caído los españoles.

Razones hay muchas. Desde la degradación profesional de nuestros representantes políticos, su falta de experiencia laboral y vital, el ánimo de medrar personalmente de algunos, las ansias de enriquecerse rápidamente de otros, la falta de democracia de los partidos en los que militan y a los que se deben, el poder cuasi omnímodo de los líderes alfa, regidores del destino de sus seguidores, la moda de la forma sobre la sustancia… pero sea lo que sea que está detrás de la peor generación de políticos con mucho, hay una característica generalizada que me parece muy grave: la pérdida de la vergüenza. No sé exactamente cuándo se perdió, pero es innegable que hace unos años o décadas, los políticos sabían distinguir entre el bien y el mal, entre el bien común y el personal, entre el social y el partidista. Y por las razones que sean, culturales, tácticas o morales, había líneas rojas que no se atrevían a cruzar o si lo hacían, era a escondidas, y si eran pillados el rubor era tal que dimitían. Era aquello de que la mujer del César no sólo tenía que ser honrada, sino parecerlo.

Hoy las apariencias no engañan, porque nuestros políticos son como los ordenadores modernos: «what you get is what you see». Quienes quieren despenalizar el sexo con niños, promulgan leyes que favorecen a violadores y pederastas; quienes aspiran a sustituir a los españoles con emigrantes, se aferran al aborto como un método anticonceptivo más; quienes no dejan de pronunciar la palabra libertad, impiden que todos quienes no sienten como ellos puedan expresarse libremente. Y digo sienten y no piensan, porque para la generación actual, adoctrinada en esas universidades públicas que todos pagamos (y también en muchas privadas, todo hay que decirlo), lo importante no es pensar, son los sentimientos. Cómo se siente uno es superior a lo que es o debe hacer. Y ya sabemos cómo acaba eso de la autodefinición: con hombres trasladados a cárceles de mujeres por el mero hecho de sentirse una de ellas. ¿Por qué escandalizarse de que una «mujer» con pene viole o deje embarazada a otra reclusa? ¿No es un hombre que se define mujer y a la que le siguen gustando las mujeres una lesbiana con pene?

Hace décadas había una cosa que se llamaba maneras. Esto es una serie de formas de comportarse que se veían aceptables en determinados momentos de nuestra historia. Desde luego que cambiaban con el tiempo, pero factores como la chabacanería, la falta de higiene personal, blasfemar continuamente, no tenían cabida. Al contrario que hoy en día, que parece que hay que aplaudirlos.

Yo no puedo ver a Pedro Sánchez disfrazado de Superman. Primero porque no lo es, aunque mienta tanto como el volador Clark Kent. Este lo hacía para ocultar su identidad y poder seguir haciendo el bien, y nuestro Pedro lo hace para reírse de todos nosotros y mantenerse en su poltrona, Falcon incluido. Aquí el único competidos de Kent lo fue Ruiz Mateos y su persecución a quien le arrebató su imperio.

La verdad es que Goya no se quedó corto. Se quedó muy corto: no es el sueño de la razón, ni ésta, es España la que produce monstruos y esperpentos.

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