«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El franquismo, cosa fundamental

17 de diciembre de 2023

En su siniestra intervención europea de esta semana, Pedro Sánchez vino a comparar, a cuenta de supuestos homenajes en el callejero, el franquismo con el Tercer Reich. Resulta muy llamativo que esto suceda ya sin escándalo alguno y es quizás una de las Madres del Cordero de lo que pasa en España.

La rendición total de la derecha política y cultural en lo tocante al franquismo y la guerra civil es algo asumido. Vino primero una imposición historiográfica, intelectual, cultural e ideológica del mundo de la Transición, una remitificación cinematográfica hecha con dinero público, por ejemplo, y luego la certificación política. Pío Moa la sitúa en el año 2002, cuando con mayoría absoluta, el PP condenó en las Cortes el franquismo. Condenar el franquismo y la guerra civil sería como condenar la conquista de América, la Reconquista o la Revolución de Septiembre, pero no del todo. Realmente era mucho más. A partir de esa condena, que se recordó y reasumió en 2021 y que tuvo sus réplicas autonómicas (Galicia, por ejemplo, en 2008, mientras aprobaba su Plan de Normalización Lingüística), quedaba expedita la cuestión para que llegara, no mucho después, la Ley de Memoria Histórica zapaterina, que luego ha tenido continuación bildusanchista.

La condena del franquismo no era condenar un régimen sin más ni un episodio histórico, era condenar el fundamento de la legitimidad de la Monarquía, la Transición y la llamada democracia, con origen todas en las Leyes Fundamentales. Al condenarlo, se quitaba el taburete en el que se apoyaba el cuerpo colgante de la Transición, se dinamitaba el cimiento sobre el que se apoyó el nuevo edificio. Por lo tanto, la deslegitimación del 78 empieza por el PP, cuando plasma en las Cortes, con mayoría absoluta, lo que era ya una renuncia previa del mundo aznarista, rendido a otras cosas, a mezclar, por ejemplo, el patriotismo constitucional alemán con lo anglosajón neoliberal.

(En esa época, el patriotismo constitucional le quita también el taburete de la nación a la constitución… Sin su fundamento político y sin su fundamento histórico legal no podía llegar muy lejos. ¡No me quieras tanto! diría la Constitución, si pudiera hablar, a los constitucionalistas. Con una Constitución deslegitimada en origen y desnacionalizada pretendían ellos vencer al golpismo que se larvaba)

Al deshacerse del franquismo, o mejor, al dejarlo en manos de la izquierda como cosa nefanda cuando no tabú, esa generación renovaba el pacto de sus mayores: lanzada al moro muerto de Franco para ser aceptados en el consenso. Era una relegitimación oportunista, particular, personal, generacional, que de repente dejaba sin apoyo, sin soporte, al régimen del 78. Se quedaba la derecha (y el país en su conjunto) inerme ante la ideología que uniría a la izquierda con el separatismo en los pactos zapaterinos: el antifranquismo, ideología del régimen naciente que ahora se esboza.

Si el mito celebrado era el «de la ley a la ley», ¿cómo podría defenderse si a la vez se condenaba la ley primera, de la que nacía la otra?

Pero es más que la deslegitimación del 78. Es servir en bandeja lo que dará cohesión ideológica a la nueva coalición, que tiene en la guerra civil un mito oscuro del que sigue sacando uranio político, un eterno enemigo interno, una justificación para todo. La «democracia avanzada», elemento comunistoide de la Constitución, serviría así para derrotar al franquismo y su obra en una batalla de décadas, de siglos quizás, nunca acabada, nunca purgado del todo lo anterior.

Es natural. La guerra civil quizás sea el hecho más importante de la modernidad española. Desemboca ahí el siglo XIX, la II República, por supuesto, y en la dictadura que le sigue queda encerrado medio siglo XX, la legitimidad del nuevo Estado que crece con España y la de la Transición, que nace de las Leyes fundamentales del Régimen del 18 de julio. Si todo esto queda en manos de la izquierda y de sus socios secesionistas, ¿cómo puede hacerse política? ¿Con qué armas y con qué bagajes se puede plantear una discusión, si el siglo XX queda entero para la manipulación del PSOE y sus socios, en empalme eterno de la mitificada II República con un «Tiempo Nuevo» del que no dejan de hablar mientras, reos de una historia intervenida, nos someten a la «democracia avanzada» que, por supuesto, no dejará nunca de avanzar mirando retrospectivamente al franquismo. La famosa ‘batalla cultural’ empieza, si ha de empezar, por el franquismo y la guerra civil. Batalla política no hay otra: la verdad histórica de España.

Fondo newsletter