Donald Trump solo está haciendo lo que haría la gran mayoría de españoles si tuvieran la ocasión de pasarse una semana al frente del Gobierno. Acabar con las locuras identitarias más desquiciadas que las minorías están imponiendo a las mayorías, declarar la emergencia nacional en la frontera sur porque, en efecto, hay una emergencia nacional, designar a los carteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras, crear un Departamento de Eficiencia del Gobierno para adelgazar la administración y evitar el despilfarro poniendo al frente al tipo que más dinero ha logrado ganar en el mundo, prohibir la censura gubernamental, reconocer oficialmente la existencia de sólo dos sexos, masculino y femenino, porque sólo hay dos sexos, cargarse las trabas climáticas delirantes que arruinan a los trabajadores de su nación, permitir a los Estados Unidos producir más recursos naturales y empleos, y otras cosas por el estilo.
No es una gran revolución, en honor a la verdad, es sólo, como ya se ha dicho, regresar al sentido común, y gobernar para sus ciudadanos, y no para ciertas élites desquiciadas, o para organismos que, en el mejor de los casos, no tienen el menor interés en que Estados Unidos sea una nación próspera.
Todo esto le parece muy mal al PP, o al menos a González Pons, que por alguna extraña razón permanece en el PP, exhibiendo un nivel de militancia progresista que más que ensanchar el partido, lo disuelve. Por otra parte, la bravuconada anti Trump de Pons ha venido a respaldar una vez más a los golpes de pecho del superhéroe monclovita, que se ha erigido en el muro contra el trumpismo un tipo que no es capaz ni de mantener a salvo los muros de su propia frontera, que es el coladero más acogedor de Europa.
Pons simpatiza hasta extremos sospechosos con la obispa maleducada, y probablemente asidua al fentanilo, que vomitó tonterías anti trumpistas en la Catedral Nacional de Washington en el Servicio Nacional de Oración, que fue más bien el Servicio Antinacional de Oración. La señora Budde, mito erótico-intelectual de Pons, es la líder espiritual de 86 congregaciones y 10 escuelas de la Iglesia episcopal en Washington y cuatro condados del estado de Maryland, por cuyos fieles deberíamos rezar por el eterno descanso de sus almas, porque si la pastora de lobos atiza semejante ladrillo en cada homilía deben caer como moscas servicio tras servicio.
Feijoo, un millón de días tarde, ha desautorizado las palabras de Pons sobre Trump, si bien creo que no se ha posicionado sobre la elocuencia antifa de la obispa. Desautorizar es el verbo que se utiliza en política cuando estás de acuerdo, pero no lo puedes admitir, o cuando te mueres miedo en cualquier posición. Dice que Pons ha escupido su articulín en Las Provincias «a título particular» y una vez más conviene recordar a los políticos con cargo que no tienen título particular alguno mientras no se larguen a su casa y abandonen el título institucional. Sin embargo, ha dado demasiadas explicaciones. Todo lo que tendría que haber dicho, si realmente estaba en desacuerdo con Pons, era un simple: «Cállate, payaso», seguido del anuncio del nuevo nombramiento para su puesto.
Pons es de esos tipos que flotan durante años en la política porque el PP los deja flotar, aunque vayan a la deriva. En realidad, nunca ha sido el más intelectual del partido, sus ideas podrían ser estas o las contrarias, pero además con los años, que no perdonan, se le ha puesto la lengua muy larga, como en la canción de Sabina, y logra extraordinarias subidas del pan cada vez que levanta el dedo para hablar. Con la incursión literaria llegamos a pensar que había fichado por el Estado Islámico, pero ahora tenemos serias sospechas de que disfruta repitiendo las consignas de todos los enemigos de Occidente.
Por lo demás, carece de relevancia alguna. Porque si Donald Trump es «el macho alfa de una manada de gorilas» para el PP, o al menos para el pornoautor de Bruselas, el vicesecretario de acción institucional del PP sólo puede ser, en esta historia, el gusano omega para Donald Trump, quien informado del asunto, cuentan fuentes no oficiales, sólo dijo: «What? Pons? ¿Which Pons? Ah, ¡el que escribe cosas guarrillas!». Y sonrió con toda la piñata al aire.