«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

El jabalí como síntoma (o el paradigma de Óscar Puente)

3 de octubre de 2023

Confesión personal: me resulta interesantísima la aparición estelar en el escenario político de Óscar Puente, el jabalí parlamentario por antonomasia. Bien es cierto que el jabalí, en la tradición parlamentaria española, suele pertenecer a minorías especialmente exaltadas o radicales y esta vez ha surgido en el círculo más íntimo del poder. Esto sin duda también quiere decir algo.

Hasta ahora, la luz del personaje (una de esas luces de neón moradas, como de puticlub de carretera) se proyectaba sólo sobre el paisaje vallisoletano, la tierra absoluta y el cielo absoluto de Castilla, pero hoy Castilla, como tantas otras veces, nos regala a todos los españoles un producto destilado de la esencia nacional, una estampa de trazo simple y como a carbón (mucho carbón) de un pedazo del alma nacional. Si hubiera nacido a finales del XIX, un personaje como este habría sido despedazado por la pluma de nuestros grandes. Ahora no hay grandes, pero no será por falta de inspiración.

Imaginad al tipo: chuleta, déspota, un oligarca de provincias que envuelve su prepotencia en el catecismo del partido, ese tipo de barniz que, apenas rascas, te devuelve un «usted no sabe con quién está hablando». Puente es un odiador puro, y eso se ve en sus palabras o, más bien, en su forma de excretarlas. En él se adivina esa alquimia, tan común en la gente de izquierdas, que transforma el rencor innato en ideología adquirida, según el proceso que destripó Pareto. Intriga saber qué trauma de infancia podría haber cocinado una personalidad así. Pero lo que hace aún más relevante al personaje, los colores que le dan todo su perfil, no es sólo el comportamiento, sino lo que podríamos llamar su «pensamiento», si cabe aquí esta palabra.

Le escuché el otro día una cosa reveladora como la luz que derribó a San Pablo: «En España es Constitucional lo que dice el Tribunal Constitucional«. Hay toda una visión del mundo ahí encerrada. Es ciencia lo que dicen los «expertos», es calentamiento lo que dicen los «climatólogos», es opinión pública lo que dice el CIS y es crecimiento lo que dice el INE. Ergo, basta apoderarse del Constitucional, del CIS, del INE y de todo eso para que la realidad sea la que tú quieres creer. Es la visión de la caverna de Platón, o sea, la del individuo que se contenta con las sombras proyectadas sobre la pared, pero, en este caso, después de haber matado al tipo que sujetaba la linterna y sustituirlo por uno de su cuerda. Puente no es estúpido, su tribu tampoco lo es, pero él, como toda su tribu, prefiere creer en las sombras, como esos chamanes que, estando en el secreto de las cosas, optan por tener al pueblo en la mentira para… para… ¿Para qué? En realidad, es un clásico de la izquierda. Es aquello de Sartre: «No hay que desesperar a Billancourt», o sea, que no se entere el obrero de que todo es mentira, no se vaya a dar cuenta de que está encauzando su ira, su rencor y sus esperanzas por el canal equivocado. Aquello era una estafa hace medio siglo y lo es todavía más hoy, cuando uno abre el sobre de la fraseología roja-rojísima y lo que hay dentro es un contrato con Black Rock y el sellito de la Agenda 2030.

Versión posmoderna, hipermoderna, transmoderna o lo que usted quiera de la España negra, ese topicazo doliente que tanto ha manoseado la izquierda española y que ahora se encarna en esa misma izquierda, pero devenida en parodia hortera. Todo lo sórdido y lo grotesco de Gutiérrez-Solana resucita en esta nueva España negra donde el papel de los clérigos lo han tomado los predicadores de la «mayoría progresista», el flamenqueo ha sido sustituido por el reggaetón, la miseria rural se ha metamorfoseado en feísmo urbano poligonero, el oligarca habla en catalán (y en inglés), el cacique de provincias es cualquier Puente de la vida y la corona —la de verdad, la que manda— la lleva un césar de opereta «con el tumbao que tienen los guapos al caminar». Y el nuevo jabalí corretea feliz por las estaciones de ferrocarril, orinando al pueblo desde la plataforma de un tren de alta velocidad con destino a ninguna parte. Jabalí domesticado como corresponde a la España del consenso progre, la vacuna redentora y la resiliencia cero emisiones. Jabalíes domesticados. Cerditos, en fin.

Fondo newsletter