Después de algunos milenios de civilización, hemos dado en conferir a cada individuo ciertos signos de identidad, que lo hacen único. La Administración Pública se encarga de registrarlos. Es la base documental para que, luego, sea respetada su personalidad. Convencionalmente, se asignan estas circunstancias: (1) Nombre y apellidos, (2) Sexo clasificatorio. (3) Fecha de nacimiento, que determina la edad del individuo en cada momento. (4) Lugar de nacimiento. (5) Lugar de residencia. (6) Nacionalidad. Ya no se suele incluir la raza o color de la piel, por su imprecisión y, sobre todo, por el extendido temor al racismo, que tantas tribulaciones ha ocasionado en el mundo contemporáneo.
La sutil revolución de los usos sociales en nuestro tiempo significa que, por primera vez en la historia, empiezan a borrarse algunos de esos elementos de identificación. No es difícil que una persona corriente altere su nombre y apellidos, circunstancia que, antes, se reservaba a los delincuentes (de manera clandestina), los artistas o ciertas personalidades egregias.
Todavía nadie ha reivindicado la libertad para alterar su fecha de nacimiento, es decir, para confirmar que tiene otra edad. Mas todo se andará
Más trascendencia tiene la declaración de cambio de sexo clasificatorio. La nueva legislación progresista abre la mano en ese terreno, que siempre, ha sido tan vedado. La asunción de otro sexo se comprende como un derecho, que, incluso, pueden ejercer los adolescentes. Es notoria la confusión general que puede suponer esa alteración, aparte de las consecuencias para la salud mental de las personas con el sexo cambiado. Pero, la aventura sigue adelante, como demostración de la preeminencia de la ideología progresista, una especie de nueva religión mundana de nuestro tiempo.
Todavía nadie ha reivindicado la libertad para alterar su fecha de nacimiento, es decir, para confirmar que tiene otra edad. Mas todo se andará. En los adultos es común la pretensión (a veces, obsesiva) de “quitarse años”. ¿Por qué no va a poder instituirse como un derecho?
Muchas personas verían con agrado la posibilidad legal de alterar el lugar de nacimiento que figura en su Documento Nacional de Identidad o equivalente. Siempre habrá lugares más vistosos para esa referencia biográfica que una humilde aldea o pedanía.
Es una tradición que las personas de orden deben asignar un domicilio legal y real. Empero, puede ser un dato molesto para ciertos individuos (no solo delincuentes) que desean pasar inadvertidos. La prueba es que los verdaderamente ricos suelen disponer de varios domicilios o “residencias”, a veces muy alejadas entre sí. Es ya un rasgo de clase media con pretensiones: el derecho de disponer de una “segunda residencia” para las vacaciones. La verdadera revolución sería que nadie se sintiera obligado a hacer explícito el lugar donde vive habitualmente. Se supone que las fuerzas del orden (Policía, jueces, inspectores fiscales) y los superiores jerárquicos en el trabajo no estarán muy convencidos con esa táctica del despiste. Pero todo puede suceder.
En un mundo tan móvil como el nuestro, pronto surgirá la demanda de un nuevo derecho: el de borrar la nacionalidad previa de algunos individuos
Todavía queda un punto más conflictivo. Por razones fiscales y de ejecución de derechos políticos, se acepta como un axioma que todas las personas deban tener una nacionalidad. Los apátridas, refugiados o exiliados plantean numerosos problemas económicos y de orden. Sin llegar a tanto, las corrientes migratorias de “ilegales” suscitan costes extraordinarios. Tales hechos, que afectan a millones de individuos, no pueden ocultarse por más tiempo. En un mundo tan móvil como el nuestro, pronto surgirá la demanda de un nuevo derecho: el de borrar la nacionalidad previa de algunos individuos. De momento parece una fantasía. Algo similar sucedía con la adscripción de un sexo clasificatorio para toda la vida. Ya vemos que esa situación no es tan fija como se creía. Se entiende que nos encontramos en la antesala de la mayor transformación social de la historia. Vendría a ser la realización de la vieja utopía anarquista, que por eso se evaporó.
Lo que es más grave: las alteraciones dichas harían desaparecer algo tan esencial como el sentimiento de la intimidad, de la mismidad. Las primeras compuertas ya se han abierto. La dificultad mayor estaría en que, con todos estos cambios, al Estado le resultaría más difícil cobrar los impuestos. Es la misma razón por la que hace algunos miles de años se impuso la escritura. No hay mal que por bien no venga.