El Madrid, por fin, ha dirigido un escrito de protesta contra los estamentos futbolísticos. Ya de por sí la vieja expresión futbolística de «estamentos» remite a un Antiguo Régimen. El fútbol viene marcado por la inmovilidad, por la intocabilidad, y ha sido así quizás a pesar del Madrid.
El Madrid es el equipo institucionalmente innovador. Innova para crecer. La Copa de Europa, que el club creó y desarrolló hasta hacerla propia idiosincrasia, ya limitaba al Madrid, que para crecer, para que crezca el fútbol con él dentro, ha de idear una nueva competición. Al hacerlo, encuentra la oposición de la UEFA, la organizadora del fútbol continental.
Este momento europeo ya ha llegado a España. La Liga Española se le hace al Madrid insoportable. Al describir y denunciar la situación, el Madrid ha descrito la situación general. Ha ido más allá del fútbol. Ha demostrado que el Madrid y la Nación están ante lo mismo, ante problemas semejantes.
En su comunicado hecho público el lunes, el club analiza críticamente la actuación del árbitro en el último partido, pero después va más allá. Después, y así lo expresa, se refiere a lo «estructural». La carta a la Federación de fútbol contiene la descripción del funcionamiento del sistema arbitral, un sistema «sin control efectivo». El colectivo arbitral forma parte decisiva de «los procesos electorales federativos». Así, el que tiene que controlar a los árbitros (la Federación) es ‘decidido’ por los propios árbitros, de manera que se establece «un entramado de intereses cruzados», un «clientelismo institucionalizado» porque el arbitraje se convierte en «poder intocable de la propia Federación», asegurando uno la perpetuación del otro.
¿No ha hecho aquí el Madrid una crítica que pudiera ser la de todos al sistema constitucional del 78? Analiza uno de los poderes del fútbol: el arbitral, y encuentra que este poder técnico, que está bajo la supervisión y control del poder Federativo, en realidad participa del proceso de elección del presidente: elige a quien lo controla, de modo que no hay control alguno.
El Madrid ha llevado la crítica a otro nivel. No se está quejando del acierto o error en una partido. Está impugnando, y así lo dice, el «sistema», la «estructura». Y lo hace analizando, desmenuzando, pormenorizando el entramado institucional que mezcla las cosas y enmaraña los poderes y donde nadie controla a nadie, sino, muy al contrario, todos sostienen a todos, unos a otros, en reparto o repartija corrupta.
El Madrid, si nos fijamos, denuncia la falta de división de poderes en el fútbol, la existencia de un poder dentro de otro poder y quiere, pretende, la separación. Separar los poderes. Separarlos tanto que no le importa si los árbitros vienen de Inglaterra. Solo quiere que no vengan de donde vienen.
Si en España legislativo y ejecutivo comparten escaño y controlan al judicial; en el fútbol español el poder arbitral es dependiente y no está sometido a control.
El Madrid, que tantas cosas nos enseña, nos enseña la denuncia precisa de la corrupción: no hay división de poderes.
Y al hacerlo, denuncia el sistema y sus estructuras. No personas o coyunturas. No el fulanismo, ni la caza de brujas. El diseño institucional. Y entiende, incluso Florentino Pérez, tan institucional (estamos hablando del club de Butragueño) que para crecer, para ser, para ser en el tiempo, o sea, para durar, para seguir siendo el Madrid es necesario romper el sistema. Para construir, ha de destruir (disrupción, una destrucción creativa). El Madrid ha entendido que para ser ha de romper el régimen. Ha encontrado el límite, el límite corrupto y estructural, el límite 78. O el Madrid rompe eso o su existencia y convivencia en la Liga será imposible.
Florentino se pone disruptivo. Pero Florentino, que todo lo ha hecho, las Copas de Europa, los grandes fichajes, la Ciudad Deportiva, el nuevo estadio, la nueva Superliga… ¿podrá separar los poderes? Estamos ante el reto mayúsculo, el más grande de todos, y que lo haga el Madrid, ente tan sensible a la historia de España, nos indica el camino.