Se trata de una metáfora asaz desgraciada. En su origen fue un galicismo para indicar el aislamiento al que se sometían ciertas poblaciones, ante el temor del contagio de una enfermedad infecciosa. Por analogía, el Gobierno francés de 1919 utilizó el término para formar una barrera europea con el fin de detener la posible extensión de la revolución soviética. Desde entonces, algunos gobiernos europeos se han aferrado a la metáfora clínica para impedir el paso a ciertos partidos radicales o extremos, de extrema izquierda o de extrema derecha. La verdad es que, a pesar de todas las cautelas, esos partidos proscritos han avanzado en muchos países. Tanto es así que caben muchas dudas respecto a la etiqueta de la extremosidad. Se utiliza para despreciarlos. No suele ser una táctica muy certera.
Un caso eminente de cordón sanitario es el que se ha establecido en la Francia de los últimos lustros contra el partido de Le Pen. Año tras año, esa formación política ha ido ganando posiciones electorales, al tiempo que las han perdido otros partidos convencionales (socialistas o republicanos).
Se puede discutir si la táctica del cordón sanitario es útil para contener la expansión de ciertas formaciones políticas poco convencionales. Lo que parece indudable es que se trata de un procedimiento dudosamente democrático cuando se aplica a partidos legales.
El resultado paradójico es que Vox se convierte en la verdadera oposición al “establecimiento” progresista
En España, la metáfora del cordón sanitario se ha empleado contra Vox, un partido no solo legal, sino, plenamente constitucional. Es patente el resultado: Vox atrae a un número creciente de votantes y simpatizantes. En la España parlamentaria de diversas épocas se ha registrado una continua tendencia a impedir el acceso al poder de algunos partidos considerados como heterodoxos, radicales o revolucionarios. Un equivalente societario en el País Vasco y Cataluña ha sido el rechazo de las personas venidas de fuera (los maquetos o charnegos). Resuena la tradición de siglos anteriores, por la que los “cristianos viejos” se oponían a los “cristianos nuevos” (judíos o moros conversos). Era una lucha de castas. Podríamos adaptarla a la situación actual. Sencillamente, la casta dominante o establecida se opone a la irrupción de nuevas tribus políticas. El ejemplo de Vox es el más eminente. Las personas que se sienten cómodas con el “establecimiento” se enfrentan a lo que ellos consideran “extrema derecha”. No sabemos en qué parará tamaña confrontación. De momento, Vox ha entrado a formar parte del Gobierno de Castilla y León por un simple juego electoral. El experimento se replicará en Andalucía dentro de un par de meses. Todo parece indicar que un hipotético Gobierno del PP para toda España tendría que contar con Vox. De momento, muchos dirigentes del PP detestan a Vox, a quienes consideran renegados, poco menos que traidores.
La decisión de establecer un cordón sanitario contra un partido legal no es más que una de las taras autoritarias de nuestra frágil democracia. En su virtud, las etiquetas de “extrema derecha” o de “ultraderecha” o “fascista” son claramente denigratorias. Su función latente es la de debilitar la posibilidad de formar Gobierno con una carga tan pesada. Por eso el PP gusta de proclamarse de “centroderecha”. Sibilinamente se declara así dispuesto a tolerar algunas propuestas del Gobierno socialista aliado a los separatistas y comunistas. El resultado paradójico es que de esa forma Vox se convierte en la verdadera oposición al “establecimiento” progresista.
Los partidos separatistas no deberían tener representación parlamentaria. Pero la tienen y, además, se alían con los socialistas y comunistas para gobernar el país
La idea del cordón sanitario para contener el temido ascenso de un partido legal no tiene mucho fundamento. En todo caso, habría que señalar bien las condiciones para que lo partidos fueran legales. Por ejemplo, la más elemental sería que, en sus estatutos y en la práctica política, los partidos se propusieran representar al conjunto de los españoles, no a una parte territorial de ellos. Con ese tamiz más fino, los partidos separatistas no deberían tener representación parlamentaria. Pero la tienen y además se alían con los socialistas y comunistas para gobernar el país.
Hay que desengañarse. Detrás de la idea del cordón sanitario para ciertos partidos late la sempiterna flaqueza individual de la envidia.