Ni dos horas habían pasado desde el atentado yihadista. Conecto con la radio más directamente concernida con lo ocurrido, buscando información, y esperando –lo digo con absoluta sinceridad- una cierta empatía con las víctimas y con todos los cristianos, sus oyentes. Nada. En los minutos que soporté el vergonzoso espectáculo, el presentador pronunció quince veces la palabra “prudencia” y otras tantas “cautela”, descartando hablar de atentado, de yihadismo, y dando credibilidad a la primera versión que, con la maldad habitual, el cosmos progresista quiso poner en circulación, aquella que hablaba de una “discusión previa”, como para justificar que igual no era un atentado sino una discusión de tráfico por el pasillo central de la iglesia. Mil veces insistió el presentador en no prejuzgar, porque no se conocían los detalles. A fin de cuentas, por entonces solo sabíamos que un marroquí con chilaba había atacado con una catana tres iglesias al grito de “Alá”, matando a un sacristán, e hiriendo gravemente a un sacerdote. Y en Algeciras. Pero prudencia, nada se sabe.
“Hay que ser muy cautos”, llegó entonces la gloriosa intervención de un viejo tertuliano de la orden mendicante de Ferraz, y especialista en endulzar criminales. “Hay que tener en cuenta que en Algeciras viven muchos musulmanes”, añadió el presentador, “por eso debemos ser, si cabe, aún más cautos”. Un segundo tertuliano entra en acción: “Yo creo que debemos ser aún más prudentes y, de hecho, quiero anticipar que yo no voy a hacer ningún comentario sobre los sucesos de Algeciras”. Yo esperaba que el presentador le respondiera “¿y entonces a qué coño has venido a la tertulia?”, pero no: “Haces muy bien, pero no me digas a mí que no estoy siendo lo bastante prudente”. El tertuliano número dos absuelve al director del programa: “Sí, sí, muy prudentes estamos siendo aquí. Pero toda prudencia es poca”. Si no fuera extremadamente triste el asunto, habría resultado un sketch muy gracioso.
La orgía de la prudencia les duró diez minutos. En el minuto once alguien lee el tuit de condena que acababa de publicar Santi Abascal, y el presentador recuperó por fin la energía, para condenar a gritos y con el mayor de los desprecios… el tuit: “¡Esto es lo que nos faltaba, lo que nos faltaba! ¡Qué vergüenza! Esto es inaceptable”. Los otros dos tertulianos se sumaron con idéntico entusiasmo a la condena… a Abascal.
Pronto supimos que la prudencia no era ocurrencia propia sino una orden, cuyo origen, me atrevo a aventurar, no anda lejos del Ministerio del Interior. Eso explica que ni uno se saliera del guion: desde el presidente del Gobierno hasta Feijóo, nadie dio la espalda a la fiesta de la moderación, evitando en sus tuits de condena hablar de atentado, de yihadismo, e incluso esquivando la palabra “asesinato”, sustituyéndolo por “fallecimiento”, como si el pobre sacristán hubiera muerto al tropezarse con el escalón de la iglesia.
Lo cierto es que no votamos a los políticos para que sean prudentes y moderados ante los problemas, sino para que los resuelvan. Ante un atentado yihadista, ante la llegada de la peor cara de la cristofobia a España, no esperamos nada de este mezquino Gobierno, pero sí de la oposición política y mediática, algo más que una condena: el elemental análisis de lo ocurrido y la denuncia de aquellas políticas y negligencias que promueven el terrorismo islámico en nuestro país. En menos de tres horas, el “escandaloso” tuit de Abascal quedó confirmado por la fuerza de los hechos de principio a fin. Prudencia. Ese “no hay que estigmatizar”, que sonó ayer más que la canción de Shakira, es algo que nunca escucho cuando se culpa a todos los hombres por el asesinato de un hijo de perra a su mujer.
En definitiva, qué triste hora para ser español, el culpable de un atentado es el terrorista, pero también sus cómplices: y un Gobierno que no ejecuta la expulsión ya decretada de un inmigrante ilegal –que para colmo estaba siendo vigilado por la policía-, un gobierno que promueve la cristofobia derribando cruces para alegría de los islamistas, actúa como un cómplice y como tal hay que denunciarlo, con o sin moderación, con o sin prudencia. Sin esa complicidad, sencillamente, no habría habido martirio cristiano ayer en Algeciras.
Y en cuanto a los opositores modositos de la política y los medios, una apreciación: no lo llames prudencia cuando quieres decir pánico.