«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El misterio de la inflación

13 de abril de 2022

El asunto desborda una interpretación monetaria e, incluso, la misma economía. Se detecta por una anómala situación de escasez, asociada a la pérdida del valor del dinero. Se traduce por la frase coloquial de “no llegar a final de mes”, según la percepción de los consumidores modestos.

En el caso español hodierno, la circunstancia se ha agravado por los estrangulamientos en el comercio, después, de más de dos años de pandemia del virus chino y, últimamente, por la guerra de Ucrania. Pero, la coyuntura de escaseces o aprietos económicos no es tan ocasional como parece; se debe a causas más profundas e, incluso, latentes o misteriosas. Por mucho que la inflación sea de carácter internacional, en algunos países, la brusca y decidida elevación de los precios se acusa más que en otros. Desde luego, en España, se manifiesta más que en la mayor parte de los otros vecinos europeos (mal llamados “países de nuestro entorno”).

La inmigración extranjera que tenemos (excepto una parte, la que proviene de los países de habla española) es de bajísima especialización

La elevación decidida de los precios no es la enfermedad, sino el síntoma más visible; digamos, la fiebre. El verdadero mal se debe a la disminución de la productividad de la economía española, o, si se quiere, a la detención de las expectativas de mejora. Es difícil averiguar a qué se debe un efecto tan desastroso, tantos son los factores que confluyen al unísono. El principal es tan sutil como el debilitamiento del espíritu de trabajo o de esfuerzo por parte de la generalidad de los españoles. Se aprecia, ya, en su minoración dentro de todos los grados de la enseñanza. Debido a lo cual, se va formando una situación endiablada por parte de la población activa. Se acumulan unas altas tasas de desempleo, de acuerdo con los criterios aceptados en Europa. Al tiempo, el sistema productivo demanda nuevos puestos laborales cualificados, para los que no hay suficientes candidatos. La cosa se podría remediar con una fuerte inmigración extranjera cualificada. Pero, la que tenemos (excepto una parte, la que proviene de los países de habla española) es de bajísima especialización. La cual supone, más bien, una carga para los servicios asistenciales. Lo más grave es un juego de actitudes. Son muchas las personas activas que se conforman con vivir del subsidio de desempleo o de otras formas de ayuda pública, en lugar de esforzarse por buscar un mejor empleo.

La situación anterior de escasos estímulos para progresar en los empleos se complica por un desmesurado crecimiento de los efectivos del sector público. El cual se muestra poco productivo e, incluso, parasitario.

El resultado es que son las clases modestas quienes, al final, financian la expansión de la economía

Es fácil concluir que, resuelto todo lo dicho, se acusa la tendencia a una pérdida general de productividad. La consecuencia automática es que, para muchas personas, los ingresos por trabajo o pensiones crecen menos que los precios. Algunos de los cuales se desprenden de una previa situación de oligopolio, incluso, de carácter internacional. Es el caso, por ejemplo, de los precios de la electricidad y los carburantes (gasolinas, gas). Añádase la paradoja de la ideología ecologista, suscrita por varios partidos y, en general, la mentalidad sobre el particular, prevalente en la sociedad española. El ecologismo dominante nos ha llevado a no desarrollar la energía más barata de las centrales nucleares y a ensayar las “energías sostenibles”, por lo general, poco rentables. Es lógico, por tanto, que, a igualdad de otras circunstancias, los precios de la electricidad y de los hidrocarburos suban de forma rampante, incontenible. El coste de la energía repercute, en seguida, en el transporte y, al final, en todas las actividades productivas. La inflación está servida.

Aunque las autoridades se quejen de la inflación desbocada, en el fondo, les viene muy bien. Es una situación que asegura crecientes ingresos para el Fisco; no digamos, si, encima, aumentan los impuestos. Además, la inflación se convierte en una especie de ahorro forzoso con el que alimentar el desarrollo económico, a través, de las múltiples ayudas del Estado a las grandes empresas. El resultado es que son las clases modestas quienes, al final, financian la expansión de la economía. Se comprenderá que esta sea una situación insoportable para la mayor parte de los españoles, la verdadera enfermedad social.

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