«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

El Occidente ayusil

16 de abril de 2024

El Parlamento Europeo, niño tonto de una Comisión que es realmente quien impone la ley desde el islote de Monchique hasta Cabo Greco, ha aprobado una resolución que buscaba incluir el aborto en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión. El asunto ha salido adelante con los votos de socialistas, liberales (seguramente no «clásicos»), comunistas, verdes y algunos diputados del grupo de los populares de Europa.

Frente a tal estado de cosas, durante la presentación de un nuevo medio de internet, Isabel Díaz Ayuso ha pedido al Parlamento Europeo que sepa defender «la libertad y la vida». Esto es, en términos absolutos, como pedir a José Luis Martínez-Almeida que gane ¡Mira quién baila!. Pero lo más interesante de sus declaraciones vino después: «Si no lo hacemos desde Occidente —defender la libertad y la vida—, no sé quién lo hará». Traducido a la lengua del Valle del Silicio, lengua franca occidental y único valle que interesa a la presidente madrileña, el mensaje era claro: go west (…life is peaceful there?).

Si asumimos, y lo haremos por comodidad, el Occidente «ayusil» (concepto mutante, discutido y discutible), salta a la vista que ella y buena parte de la derecha española de infantería, ¿por qué no decirlo?, siguen atascadas en el sueño de un mundo protestante que vivió su momento de gloria antes de la caída de la URSS. Aquellas sociedades occidentales triunfaban, aunque paradójicamente ya habían empezado a ser carcomidas por la crisis de sentido que padecemos y que hoy podemos elevar casi a la categoría de lugar común.

Ese mundo, antes evocado, tenía todavía la tensión espiritual necesaria para hacer frente a su némesis: la Rusia soviética. Pero no sólo. El descacharrante cine propagandístico de aquellos años, que hoy Hollywood no se atreve a hacer, o no de la misma manera, iba añadiendo enemigos. Por ejemplo, el «imaginario» país de «Bilia» situado en el norte de África, pegado al Mediterráneo; o bien algún estado-arrozal sin sociedad abierta donde un malvado autócrata asiático torturaba marines a pleno sol. Todo sin olvidar extrañas satrapías y repúblicas bananeras cuyos ejércitos siempre acababan diezmados por un comando de veteranos de Vietnam. En ausencia de comando, un púber con walkman o un culturista con síndrome postraumático solían ser los encargados de salvar a USA (Occidente máximo) de horrores que hoy se nos presentan frívolamente como inevitables, casi necesarios, por la prensa generalista.

Menos del séptimo arte, Emmanuel Todd habla en su último libro La derrota de Occidente (Gallimard, 2024) de todo lo nuclear: religión, oligarquías, capacidad industrial y el fin de la nación. A pesar del título, el autor proclama que su obra no tiene nada de spengleriano o decadentista (aclaración para el centrismo tiende-puentes) y él mismo se confiesa «occidentalista». Historiador e investigador de larga trayectoria, Todd es un tipo aburrido que se limita a presentar su trabajo desapasionadamente, como fruto del cruce de diversas disciplinas que aplica a su labor historiográfica.

Sin andarse con muchos rodeos, entiende la guerra de Ucrania no sólo como la confrontación entre una oligarquía liberal y una democracia autoritaria, sino como el síntoma de la derrota de un Occidente ombliguista, encerrado en sí mismo. El funcionamiento caótico de tal oligarquía «produce élites incompetentes en el plano diplomático y, por tanto, errores graves en la gestión del conflicto con Rusia y China» (¿quid de la crisis israelo-iraní?…).

El conflicto en el este de Europa no es más que el punto de partida. Muchas de las tesis de Todd nos son familiares. Su descripción de aquello en lo que han devenido nuestras democracias, y lo que ello complica las relaciones internacionales, hará pedir las sales a más de uno. Pero lo fundamental es que, a pesar de haberse intentado, estamos ante una autoridad académica a la que es difícil cancelar dándole tratamiento de «rusoplanista» o «trumputinejo».

El Occidente ayusil lleva plomo en las alas y, en materia de libertad y vida, se me ocurren otros santos a los que encomendarse. Mientras tanto, no sé a ustedes, pero a mí el algoritmo de YouTube me sugiere sin cesar aquel hit británico de mitad de los 80, Everybody wants to rule the world.

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