La mejor relación que puedes tener con un vecino es inexistente. Todos adoramos a esos vecinos de los que ni siquiera nos enteramos de su presencia. Como inevitablemente, a costa de rozarse, surgen problemas, se inventó la diplomacia en el plano internacional, y la cortesía en el plano vecinal. Pero hay vecinos de los que se sospecha cierta hostilidad antes incluso de que sea evidente. Y Marruecos es ese vecino del sexto que arroja las bolsas de basura al patio de luces, que deja notas anónimas amenazantes en el ascensor, que odia en silencio a todo el vecindario, pero que, cuando te lo cruzas en el portal, te sonríe con toda la dentadura y te abre la puerta con gentileza. Marruecos, en fin, es ese vecino del que, tras abrir los telediarios por algún crimen atroz, alguien comenta: «¿Cómo puede ser? Siempre saludaba en el ascensor».
Sánchez ha descubierto el verdadero rostro de nuestro vecino trasero y, lejos de calibrar el peligro, ha sucumbido al pánico por razones que algún día sabremos, por más que dudo que haya algún español que aún no lo sepa. Quizá por eso ya es oficial: el rey de Marruecos tiene nuevo peluche. Se llama Pedro y si le aprietas la barriga se le ilumina el teléfono móvil. En Rabat no se habla de otra cosa. Nunca la diplomacia marroquí se había divertido tanto con un Gobierno vecino. Que Sánchez esté en manos de Mohamed resulta entretenido. El problema es que tal cosa es una inexactitud: lo correcto sería señalar que es toda España la que está en manos de Marruecos. Y en Rabat han decidido que van a pasárselo bien con los cautivos de La Moncloa, muy gallos con los de casa, y dóciles como ovejitas con los de fuera.
Hace pocos días cayó en mis manos un vídeo de un concurso de esos de parejas del que no puedo dar más datos porque yo, como toda España, solo veo los documentales de La 2. En el vídeo, un sujeto trataba de cortejar a una chica lanzándole un aluvión de preguntas impertinentes a ritmo de cocainómano y chuleándole su carrera de Medicina desde su tribuna intelectual de abrillantabíceps poligonero. Por lo visto, ahora para ligar hay que exhibir la superioridad moral del músculo sobre el resto del mundo y, según los gurús del dime de qué presumes, humillar a la querida resulta el camino más rápido. Se me escapa la técnica porque yo me quedé en James Stewart, pero si para engatusar a una rubia hay que volverse gilipollas, yo reconsideraría la técnica.
Sea como sea, el macho cacareante del programa de ligoteo me recuerda mucho al rey de Marruecos. Ni uno ni otro necesitaban la exhibición de la humillación a su víctima y, sin embargo, optaron por esa vía por el placer del abuso, regocijo habitual del mediocre común. Y a diferencia de la chica, Sánchez no tiene carrera de medicina de la que presumir, tan solo algunos secretos que mantener a salvo.
La historia está llena de episodios que demuestran que, si bien conviene llevarse bien con Marruecos –no en vano es célebre aliado americano en la zona-, sobre todo conviene ser precavidos. Nunca se ha aclarado la sombra de los servicios secretos marroquíes en el 11M, ni en tantos otros episodios oscuros de las últimas décadas; y no han perdido una sola ocasión de aprovechar la debilidad de España, por tenue que fuera, para asestar una nueva pedrada. Hoy Rabat no percibe debilidad sino sumisión, que no por casualidad fue el título de la certera novela de Houellebecq.
Aunque quien está cogido por las uñas es Sánchez, parte del papelón recae sobre el ministerio de Exteriores, en donde un modosito sin chicha juega a ser ministro y, justo cuando va a hablar sobre lo importante, ordena a los periodistas: “Fuera micros. Esto ya en off”, que supongo que es algo que vio en alguna producción edulcorada de política ficción de Netflix. Dan lástima dentro y fuera de nuestras fronteras. Este es el primer gobierno del mundo en lograr hacer el ridículo en estéreo.
Lástima que lo que está en juego no es su futuro político sino España, la seguridad nacional, y la lucha contra el yihadismo.