«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

El PP vuelve a traicionar la memoria de la derecha española

15 de abril de 2025

El Gobierno quiere ilegalizar a las asociaciones que puedan ser acusadas (¿por quién?) de apología del franquismo. El Partido Popular ha avalado con su abstención el proyecto. La noticia no ha tenido el recorrido que merece, quizá porque nos vino en jueves previo a la estampida de Semana Santa. Sin embargo, es de una importancia crucial. Ante todo, por el evidente aliento liberticida de una ley que pretende limitar el derecho de asociación en función de delitos de opinión. Y después, por la insólita actitud del Partido Popular, que a efectos prácticos ha consistido en lavarse las manos a sabiendas de que con ese gesto se condenaba al reo. Una vez más, PP son las siglas de Poncio Pilatos.

¿El PP ha olvidado quién es? ¿Cómo y por qué nació? ¿De verdad esos jóvenes talentos del actual PP, desde Moreno Bonilla hasta esas diputadas que exhiben sus piercings como prendas de limpieza de sangre progresista, ignoran de dónde salen sus siglas y qué herencia recogen? El Partido Popular es el único grupo del actual hemiciclo fundado por ministros del régimen de Franco. Su origen, como todo el mundo debería saber, es la Alianza Popular de los «siete magníficos» en 1976: Fraga, Fernández de la Mora, López Rodó, Licinio de la Fuente, Silva Muñoz, Martínez Esteruelas y Thomas de Carranza. Seis ministros y un director general de Franco. Y, por cierto, de excelentes cualidades los siete. Después, dentro del partido o en coalición, otros nombres tan significativos como López Bravo, Fernando Suárez o Areilza. Gente de un peso político y personal incuestionable. En bastantes aspectos, lo mejor del franquismo.

En condiciones normales, de aquel grupo debería haber nacido la derecha oficial de la transición tras la muerte del general. No sólo por la altura personal y política de sus miembros, sino también porque, aun con sus diferencias, fueron ellos los primeros en empezar a plantear un horizonte para España después de Franco. Señalemos de pasada que el primer texto que se publica en España sobre el sentido del centro político aparece con la firma de Manuel Fraga en 1969. Sorprendentemente, los elegidos para conformar la pata derecha del nuevo orden no fueron ellos, sino un grupo de ambiciosos jóvenes sin gran fuste intelectual, escasísima experiencia de gobierno y que, además, provenía nada menos que del núcleo del Movimiento Nacional: Suárez, Martín Villa, Rosón, etc. Enseguida, por cierto, se bautizaron como «centro». Alianza Popular quedó embarrancada y no salió del arenal hasta que Verstrynge y Fraga la reflotaron en 1982. Cuando el partido cambió su nombre por Partido Popular, ya en 1989, su presidente siguió siendo Fraga. ¿De verdad los actuales diputados del PP ignoran todo eso?

Ahora el Gobierno de Sánchez pretende disolver cualquier asociación que incurra en enaltecimiento de Franco, de su régimen o de personalidades a él vinculadas. Y al Partido Popular, según se ve, le parece bien. Si se abstuvo no fue por disconformidad con la norma, sino porque pretendía extenderla a «todo régimen totalitario». Es difícil echar más porquería sobre sí mismo. La obsesión del Partido Popular por separarse lo más posible de la memoria común de la derecha española es propiamente patológica. Seguramente el primer paso fue aquella idea absurda de Aznar de condenar en las Cortes el alzamiento del 18 de julio, una iniciativa que no aportaba nada al PP y, al revés, confería un aura de legitimidad histórica a sus enemigos. Desde aquel día, el PP se ha venido comportando como el delincuente rehabilitado que bajo ningún concepto quiere que se le recuerde su pasado. Es impresionante. En el hemiciclo se sientan partidos de pasado golpista (y asesino) como el PSOE, Esquerra, el PCE o Bildu, sin ir más lejos. Pero el acomplejado es el PP. Tan acomplejado como para entregarles a estos otros la herencia del abuelo, para que la quemen en una pira vengativa. Lo que dan no es pena; es algo mucho peor.

Ahora, con el fallido Año Francobeo de Sánchez, mucha gente joven ha podido conocer los aspectos más estimables del régimen de Franco: el desarrollo, la vivienda, la prosperidad, el empleo estable, la alfabetización masiva, etc. A poco que se repasen esos logros, enseguida surgen muchos de los nombres que dieron origen al PP. Éste, sin embargo, prefiere construirse una memoria ficticia, un pasado falso, y en la operación no retrocede ni siquiera ante la barbaridad de condenar delitos de opinión. Tal vez sea mejor así: esta enésima traición (¿cabe otro nombre?) viene a poner a cada cual en su lugar. Concretamente, pone al PP en el lugar de un partido que no es capaz de reconocerse en la memoria real de los españoles, en la historia material de la nación, ni siquiera en las vidas de sus propios votantes. Un partido sin alma. Tampoco merece tenerla.

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