«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El raro impulso de afiliación

14 de enero de 2023

No me refiero al hecho corriente de que unas personas se asocien con otras, formalmente, o de forma espontánea y circunstancial para los más diversos fines. Se requiere un paso más. Es lo que, técnicamente, se llama «impulso de afiliación». Muchas personas no solo necesitan asociarse para los ocios o los negocios. Buscan algo más: el deseo de que esa pertenencia a la asociación se convierta en un elemento de su personalidad. Se manifiesta, por ejemplo, en llevar una insignia o un tatuaje. Son manifestaciones de compartir unos valores de forma intensa. Es el caso de ciertas cofradías o entidades religiosas o políticas, en las que sus miembros lo son a pleno rendimiento.

La ilustración extrema podría ser la pertenencia a grupos terroristas o a otras bandas criminales, a movimientos políticos de carácter revolucionario o totalitario. Sin llegar a tal grado de compromiso, los partidos políticos democráticos, en un país como España, bien quisieran que sus simpatizantes o votantes se convirtieran en verdaderos afiliados. Tal aspiración tropieza con una realidad, que se convierte en un obstáculo administrativo. Resulta que los partidos políticos españoles reciben, por ley, cuantiosas subvenciones por parte del Gobierno. Ante ese privilegio (que casi nadie está dispuesto a renunciar), no es probable que crezca el número de auténticos afiliados, en el sentido dicho del máximo compromiso. Un caso parecido es el de las asociaciones de voluntarios impulsadas, sobre todo, por la Iglesia Católica. Muchos de esos lazos son poco firmes; se manifiestan como rituales, entendiendo que es el Estado quien sufraga una buena parte de los gastos. Ocurre algo parecido con las mal llamadas ONG (organizaciones no gubernamentales).

Se cierra, así, un círculo virtuoso de difícil salida. Por un lado, hay muchas personas que necesitarían afiliarse con entera dedicación a ciertas asociaciones de todo tipo. Sin embargo, la estructura administrativa lo obstaculiza. Es un lugar común la conclusión de que en España es muy débil el asociacionismo; por ejemplo, el sindical o el empresarial. Pero, lo que cuesta más es que intervengan con mayor resolución los afiliados (siempre en el sentido estricto) de todos esos conjuntos. En el fondo, falla el espíritu de entrega a las causas colectivas, por muy meritorias que parezcan ser. La figura que se impone no es el individualismo, sino la desconfianza que generan las entidades que escribimos con mayúsculas.

No quiero ni pensar que el débil impulso de afiliación de los españoles sea una especie de recuerdo de lo que ocurrió en la guerra civil de 1936. Por desgracia, en ambos bandos, las personas más comprometidas con las causas ideológicas fueron fusiladas sin mayores miramientos. Si esto fuera, así, estamos ante una lamentable versión de la infausta «ley de memoria democrática».

Una explicación alternativa mucho más liviana es que, simplemente, a los españoles no les va mucho eso de comprometerse con una causa colectiva. Arguyen que el fanatismo no está bien visto.

La resistencia de los españoles a comprometerse de verdad en las causas ideológicas no es tan negativa como parece. Se trata, por lo general, de una táctica bien pensada. Se hace, así, para mantener una relación personal con un amigo o unos pocos de ellos, introducidos, ya, en la organización correspondiente. Es decir, lo que importa es esa previa relación del llamado «grupo primario» (amigos, parientes). Se cumple, así, el principio de la fidelidad a las personas cercanas, antes que a las ideas. Siempre habrá algún erudito que interprete lo dicho como la reminiscencia de una institución como la antigua devotio ibérica.

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