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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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El rosario, arma peligrosa

31 de diciembre de 2021

Un rosario puede ser muy peligroso. Todo depende de para quién. Los comunistas de todo el mundo lo saben. Para someter a los pueblos, es necesario quebrantar la fe, debilitar la práctica religiosa, diluirla en la “solidaridad” y el “humanismo”. Recuerdo un pasaje de “Fear No Evil”, las memorias del famoso disidente y “refusenik” judío soviético Natán Sharansky, en que describía cómo la lectura de los Salmos lo ayudó a soportar el encierro en prisión. En “Cadenas y terror”, el obispo greco-católico Ioan Ploscaru cuenta su terrible experiencia de la persecución comunista en Rumanía. El autor menciona un detalle que refleja el poder de la oración. Cuenta que un día un guardia entró en su celda “y me contó un problema familiar. Me pidió rezar por él. Lo hice con gozo por poder ser útil. Después de un tiempo se fue a casa y pudo constatar que Dios le ayudó…”. Son muchísimos los testimonios del peligro que la oración supone para los tiranos, para los opresores y, en general, para los enemigos de la libertad.

En primer lugar, la oración es una acción al alcance de todos nosotros. Incluso cuando sentimos que nada puede hacerse ante una situación de injusticia, la plegaria es la prueba fehaciente de que no estamos inermes. En el libro de Sharansky, los Salmos se convierten en campo de batalla simbólico ente el preso y sus carceleros, entre la libertad interior y los muros de la celda. El “valle de la muerte” en que el disidente se encuentra encerrado deja de ser un espacio de desolación para convertirse, en medio de la tiniebla, en un sitio que atravesar y, por lo tanto, que tiene una salida.

La tragedia del aborto es consecuencia directa del mal causado por una estructura que ha hecho del aborto un negocio y una consigna

Por otra parte, no hay aislamiento que resista a la oración. Quien reza, decía Benedicto XVI, “sabe de algún modo que puede dirigirse a Dios”. Orar es una rebelión radical y definitiva contra el aislamiento y la soledad. Alguien que recita una oración es alguien que espera ser escuchado y recibir una respuesta. Todos los discursos totalitarios, desde el comunismo hasta el movimiento “woke”, tratan de arrinconar al ser humano frente al aparente triunfo de las ideas en boga. La Revolución está en marcha y nada podrá detenerla. “Dormíamos, despertamos”. En fin, ya saben, todas las consignas que llevamos escuchando años. La oración detiene esa aparente marcha irrefrenable. No sólo la paraliza, sino que la reconduce. Devuelve al ser humano la posición que le corresponde como criatura dotada de una dignidad intrínseca que nadie puede arrebatarle. 

La oración se vuelve aún más peligrosa para los tiranos cuando se hace en grupo. Ahí despliega todo su formidable poder. Convierte a los vecinos, ciudadanos, compañeros de trabajo (o perfectos desconocidos) en hermanos que piden algo juntos. Crea un vínculo entre ellos que ya no depende de lo que diga un político o una norma administrativa, sino que tiene como fundamento una experiencia de vida y una esperanza en la escucha. Un grupo de personas que rezan juntas desafía todo el poder coactivo del Estado. Sí, se las puede identificar, multar, detener, enjuiciar e incluso condenar, pero todo eso sólo subraya la amenaza que supone su oración para el orden establecido.

Por todo el mundo, grupos de creyentes se reúnen para rezar el rosario a la puerta de las clínicas abortistas. Rezan por las dos vidas -la de la madre y la de la criatura que lleva en su vientre- y por un mundo, el nuestro, que mata a los más indefensos. El aborto, piedra angular del orden radicalmente injusto en que nos encontramos inmersos, es una tragedia que cada año se cobra en España decenas de miles de víctimas, todas ellas inocentes. 

No es, sin embargo, una desgracia fruto de la mala suerte o un misterioso designio de un espíritu incognoscible, sino una consecuencia directa del mal causado por una estructura que ha hecho del aborto un negocio y una consigna.

Toda esa cultura de la muerte se tambalea cuando alguien reza por la vida. Por eso, hay que aferrarse con mayor fuerza al rosario. Hay que rezar más. Hay que hablar más. Hay que sacudir con más fuerza los cimientos de este orden injusto. En ese rosario, a la puerta de las clínicas abortistas, nos estamos jugando la propia condición humana. Fíjense si es peligroso para sus enemigos. 

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