«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

El santo en la procesión y el muerto en el velorio

17 de octubre de 2024

El pasado fin de semana, la izquierda salió a la calle para protestar por la crisis de la vivienda propiciada por la izquierda. Decenas de miles de personas tomaron las calles del centro de Madrid para reclamar el derecho a una vivienda digna, protestar contra la subida de los alquileres y exigir «un cambio» en las políticas actuales.

Casi cuarenta organizaciones, entre ellas, el Sindicato de Inquilinas, CCOO, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Amnistía Internacional, Ecologistas en Acción o el Sindicat de Llogateres, han participado en la protesta. La izquierda protesta contra sí misma. No debería de extrañarnos, porque ya lo hemos vivido muchas veces.

Una verdadera maestra en ese campo es la vicepresidente Yolanda Díaz, la que nos habla como a párvulos con una desarmante ternura maternal. Díaz, que desconoce el pudor político y no se calla ni debajo del agua, se ha lanzado a la red social X para aplaudir la protesta con este mensaje: «Miles de ciudadanas y ciudadanos salen hoy a las calles de Madrid para reclamar soluciones al problema más grave de nuestros días. Es hora de actuar: frenar la compra especulativa y bajar los alquileres. Casas para vivir y no para especular».

Aforunadamente, º gallega con esta precisión: «Las manifestación es contra del Gobierno central al que pertenece Yolanda Díaz y no regula los precios del alquiler, los convocantes piden la dimisión de la ministra de vivienda Isabel Rodríguez. Uno de los eslóganes es »gobiernos responsables y caseros culpables».

De hecho, la ministra del ramo, Isabel Rodriguez, tiene la virtud de encontrarse entre los dos colectivos culpables: como gobierno, y como casera. Desde que entró en el gobierno se ha preocupado de que su marido pasase de panadero a ejecutivo del Ibex 35 y de acrecentar su patrimonio inmobiliario con tres pisos y otros cuatro inmuebles.

Para el gobierno hay dos clases de problemas: los que niegan que sean problemas y más bien presentan como logros, y los que contemplan con la indignada irritación de quien se enfrenta a un dragón que llega repentinamente para asolar el reino feliz que gobiernan, algo surgido de la nada o de oscuros intereses, siempre ajeno.

Cuando Alfonso Guerra extendió el certificado de defunción de la división de poderes, España no podía imaginar hasta qué punto la izquierda abomina de semejantes particiones que le dejen fuera del menor cachito de protagonismo social y político.

Don Alfonso, el líder de los descamisados con camisa de Armani, solo parecía referirse a los tres poderes clásicos, un Fantasma de las Navidades Pasadas con respecto a nuestro Sánchez y su «¿de quién depende la Fiscalía». La Fiscalía, estamos descubriendo, depende de él y los suyos a un extremo que bordea el crimen y, al menos, cae de lleno en el más lacayuno servilismo, pero eso es poco.

Aspirar al monopolio del poder es de principiantes, de flojos, un totalitarismo quiero y no puedo. La izquierda quiere más; aspira, sí, al poder total. Pero también a la oposición. Quiere la caricia de la alfombra y el sillón mullido del despacho oficial, pero no renuncia a la barricada; ambiciona a decidir la ley, pero también la resistencia a la ley. Quiere el Falcon y la preocupación por todos esos Dacia Sandero que emiten dióxido de carbono como locos. Quiere heredar y encabezar a los desheredados. Quiere, en fin, como San Pablo, ser todo para todos.

Para ser justos, la izquierda no tiene más remedio que vivir en esta esquizofrenia. Durante su larga travesía en el desierto cultivó esa imagen de revuelta, de levantamiento de los de abajo, que no puede abandonar cuando está arriba sin perder su marca.

Como reflejo de eso mismo, a las derechas, que en este momento son la única rebeldía posible contra el poder en todo Occidente, les pierde ese tic de la gente de orden, que protesta mal y quema pocas papeleras.

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