A menudo, cuando trata de explicarse la caída de la natalidad, se esgrimen razones económicas, aunque pronto topamos con el muro de lo cultural. El mundo cambia y a veces cuesta explicarlo.
El escritor Jason Pargin ha aportado una explicación digna de considerar.
En un tuit que a estas alturas ya debe de ser viral intenta esclarecer la acusada caída de las tasas de natalidad de EE.UU a partir del año 1990.
¿Qué había en la cultura juvenil y popular de entonces que ya no hay?
Y aquí la genial intuición de Pargin: el saxofón.
En la música pop de esos años el saxofón era un instrumento habitual. Era la ráfaga romántica en muchas baladas, género también por entonces más habitual.
El saxo tuvo su momento, su fase estelar entre los épicos solos de guitarra (fundamentales en las baladas heavies) y los machacones rapeos del hip-hop. Entre el roquismo de los 60-70 y la cultura MTV hubo unos años en los que el protagonista era el saxofonista. Cuando callaba el cantante, llegaba él (no pocas veces con gafas de sol como Gingivitis Murphy).
Los 80 están llenos de canciones marcadas por el saxofón: Careless Whisper de George Michael, Smooth Operator de Sade, las canciones de Hall & Oates o las de Spandau Ballet, héroes de los New Romantics, que sin complejo alguno consideraban al saxofón uno más del grupo…
Aunque en España no fuera tan fuerte la presencia del instrumento, razón por la que tampoco nos atrevemos a señalarlo como una causa primera de nuestra debacle demográfica, no podemos olvidar el éxito clamoroso que Spandau Ballet tuvo entre nosotros. Para ellos, España fue su segunda casa. Aquí grabaron, por ejemplo, el videoclip de Gold, ese himno del remember y del desmelenamiento.
El saxofón aportaba una ráfaga de romanticismo casi erótico, un instante tórrido que mezclaba sentimentalismo y sensualidad, que daba una cierta lubricidad al momento…
La desaparición de ese instrumento, ¿no pudo contribuir al derrumbamiento de lo amoroso? Al menos lo simboliza.
El romanticismo saxofónico no es comparable a la sensualidad de la música negra posterior, ni mucho menos a lo que luego se llamo música latina. En el saxofón había una seducción romántica, de pareja, de idilio, de copa de vino y cierta desesperación y la pelvis no jugaba papel alguno. Era una música imposible de perrear. Era una música de la verticalidad hacia el sofá en la que el Ideal se hacía concreto, tomaba formas redondeadas.
El pico político del saxofón quizás se alcanzó en 1992, cuando Bill Clinton lo tocó en una campaña electoral. Tampoco resulta sorprendente que fuera precisamente él. Si ese fue el apogeo político del saxofón (gran erotismo fálico neocon), su cima y casi diríamos que su hybris también se produjo por entonces, cuando a mediados de los 90 Kenny G se convirtió en estrella total, llevando la música de ascensor a las almas.
Pero eso ya era una degeneración blanda y ambiental del romanticismo del saxo. El instrumento ahí se sale de madre porque hasta entonces había tenido un papel auxiliar, subalterno y muy circunscrito, como de apuntador romántico en las baladas de los 80. También suena hegemónico en los jingles y músicas de inicio de las series de televisión de esa época; en sus notas nos llegaba algo del dinamismo, la opulencia y rutilancia de los Estado Unidos de entonces…
¿De dónde pudo venir la popularidad del saxofón? Como en lo reaganiano, todo arranca de un poco más atrás. El saxofón pop ya está en los 70: en el Young Americans de Bowie y en los infravalorados Supertramp, que contrataron al entrañable John Anthony Helliwell, el que se acaba apoderando de The Logical Song… Quizás la popularización del rock sinfónico y del glam llevó (felizmente) al saxofón. Paralelo a la sordidez punk, también el brillo contagioso de lo funky.
El saxo fue parte de la cultura popular de los 80, aportaba algo elegante, aterciopelado, suntuoso y, sobre todo, unas elevadas posibilidades de romanticismo… Pero acabó. Desapareció. No podía durar mucho. Y ni en lo que Trump tiene de revival lo hemos visto aparecer. No recordamos el saxofón en su parafernalia.
El instrumento sigue en un cajón cerrado de la historia. Todo se recicla pero Clío, por lo que sea (quizás por Kenny G) ha dicho que el saxofón no. Es posible entender esto como un desdichado episodio generacional. Hay una generación (la X, probablemente) condenada a una sensación de orfandad sonora, de vacío, de perpetua inadecuación ambiental que a veces no se sabe explicar. Es una calidez, una trepidación que no hemos vuelto a sentir. Para muchas personas, estar en casa es el saxofón. Era una inconcreta, pero aguda nostalgia que no hemos sabido reconocer hasta Pargin.