«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Alfonso Ussía Muñoz-Seca. Madrid 1948 Escritor. Premios. Mariano de Cavia, González-Ruano, Jaime de Foxá y Baltasar Iban. Especial Ejército, Fundación Guardia Civil y FÍES de periodismo. 53 libros. Distinciones. Gran Cruz del Mérito Naval. Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo. Medalla de Oro de Madrid. Cruz de Plata de la Guardia Civil. Entre ABC, Tiempo, Época, y La Razón, más de 20.000 artículos. Pluma de Plata y Pluma de Oro.
Alfonso Ussía Muñoz-Seca. Madrid 1948 Escritor. Premios. Mariano de Cavia, González-Ruano, Jaime de Foxá y Baltasar Iban. Especial Ejército, Fundación Guardia Civil y FÍES de periodismo. 53 libros. Distinciones. Gran Cruz del Mérito Naval. Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo. Medalla de Oro de Madrid. Cruz de Plata de la Guardia Civil. Entre ABC, Tiempo, Época, y La Razón, más de 20.000 artículos. Pluma de Plata y Pluma de Oro.

El sitio

28 de diciembre de 2020

Me he tragado una pequeña dosis de desconsuelo cuando he oído a una distinguida y activa militante del Partido Popular la causa de mi silencio literario en la prensa escrita. Que me he radicalizado. “El artículo de la semana pasada en el que te ensañabas con la mujer del presidente del Gobierno que se movió por las redes no puede ayudarte. Las empresas tradicionales necesitan dinero, no problemas, y tú eres ante todo, un problema”. 

Creo que mi artículo era aceptable y que no me ensañé con la mujer de Sánchez. Elogié su fuerte carácter y su ambición sin límite, y deduje –por información directa-, que Sánchez es un calzonazos. No sólo en el trato con su mujer, sino también en el  que comparte día a día con Pablo Iglesias.

Es decir, que mi exilio se justifica con mi nuevo perfil radical. ¿Por qué soy radical?  Defiendo una España unida. La Constitución de 1978, la monarquía parlamentaria como sistema arbitral e histórico indispensable para el desarrollo y estabilidad de España. Defiendo la independencia del Poder Judicial. Defiendo la libertad de los padres para elegir los centros de educación de sus hijos.

Defiendo la vida. La de los que van a nacer y son abortados, y la de quienes se acercan a su fin y van a ser legalmente suprimidos. Defiendo, en la enseñanza en las comunidades con otras lenguas, la educación bilingüe, no la prohibición en España de ser formado en español, nuestra mayor riqueza cultural que compartimos con setecientos millones de personas en todo el mundo. 

Defiendo la propiedad privada. Y defiendo, con acentuado orgullo, a las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad del Estado, humilladas desde el propio Gobierno. Es decir, que comparto el radicalismo con millones de españoles. Mi pregunta no puede ser otra. ¿Por qué tenemos que reconocer los fundamentos constitucionales que defendemos? Porque quienes se han radicalizado hasta extremos insoportables son los poderes públicos, los partidos políticos, las empresas supuestamente independientes que crean o infectan la opinión e información, los separatismos que aprueban nuestros presupuestos y el terrorismo que vota a favor de este Gobierno sin rumbo, que sólo se mantiene por el deseo insuperable de no perder la delicia del poder. Y defiendo a quienes, sin rozar los límites de las leyes, carecen de complejos para exponer con plena libertad sus programas y sus promesas. Situarse junto a la Constitución, la Corona, la figura del Rey, la independencia judicial, el derecho a la vida, la gratitud al servicio de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado, y oponerse con rotundidad a la fragmentación de España, a quienes nos gobiernan desde el odio a España y a ideologías históricamente superadas por el tiempo y sus fracasos, equivale a situarse en la radicalización. No. Son los representantes del odio y la ruptura, junto al amparo de los tibios y la complicidad de los avariciosos, los únicos radicalizados.

Defiendo a quienes, sin rozar los límites de las leyes, carecen de complejos para exponer con plena libertad sus programas y sus promesas.

A los veintinueve años voté en el refrendo de la Constitución, redactada por un conjunto de políticos que representaban a los partidos y a la sociedad, y que impulsó el Rey Don Juan Carlos I, despojándose de todos los poderes. No me convencieron algunos tramos, pero era el texto del abrazo, de la reconciliación y de la esperanza. Pero aquella libertad de mis treinta años no la encuentro cumplidos los setenta. Aquella ilusión por una España libre y justa es hoy una desilusión sonora. Aquella esperanza ha mutado y nada tiene que ver el saco de los años que ha caído sobre mis espaldas, sino el agobiante convencimiento de nuestra estupidez colectiva. Cuando muera, quiero seguir siendo tierra de España, y que aquellos que la viven y la pisan lo hagan con la libertad y la ilusión con las que yo la viví y pisé cuando mi patria fue una nación seria y respetada en todo el mundo, consecuencia de una transición tan generosa como milagrosa e inteligente gracias a su unidad de criterio del bien común.

Sin respeto a la opinión y a la prensa libre de condicionamientos y subvenciones no hay camino que recorrer, sino una indicación hacia el campo de concentración de las ideas. Soy católico y como los que rechazan, con todo su derecho, la religión, hijo del humanismo cristiano, que ha sabido estar presente en todos los siglos y no se ha estancado en el medievo. Soy monárquico porque creo en la historia y en la necesidad de un poder sin poder que sobrevuele a los partidos políticos. Soy español y estoy enamorado de mi tierra y de mi mapa. Y soy libre, o al menos, lo fui hasta hace unos meses.

Soy monárquico porque creo en la historia y en la necesidad de un poder sin poder que sobrevuele a los partidos políticos.

Yo no he perdido el sitio, ni lo han extraviado los millones de españoles que, más o menos, puedan coincidir conmigo. Lo han perdido los políticos de los dos partidos tradicionales que se han abrazado, uno al comunismo, el separatismo y el terrorismo, y el otro, a la comodidad de la tibieza. Y otros factores, claro. Pero mi sitio, que es España y su libertad, permanecen anclados en mi alma.         

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