«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El tercer sexo inmobiliario

4 de septiembre de 2024

Una forma de conversación es hablar de pisos. O más bien, de precios de pisos. De repente, alguien nos actualiza el mercado: «Por un pisillo de nada ahí ya piden 600.000 euros». Empieza a ser muy difícil vivir en Madrid para un asalariado, dificilísimo como alquilado, imposible como propietario, así que la ciudad se convierte en un sistema de referencias o una aspiración. Madrid, y como Madrid las grandes ciudades, se blinda, se amuralla con requisitos medioambientales (el Madrid fortificado de Almeida) o con los precios cosmopolitas.

No pasa nada por no poder vivir en Madrid. Siempre se puede disfrutar de su cinturón metropolitano, en absoluto barato. Pero esto establece una distinción, un «tercer sexo» social e inmobiliario. Hay gente en los pueblos y provincias, gente en las grandes urbes y gente en el dentro-fuera de las áreas metropolitanas.

El esquema del momento es urbe globalista contra campo soberanista, pero mucha gente vive en lo metropolitano, en una situación ambivalente, condenados a entrar y salir de la ciudad con salvoconducto ecolaboral. Son personas obligadas a emplear gran parte de su tiempo en ir y venir, en desplazarse (el commuting inglés).

A las personas que viven en la urbe esplendorosa y global, ¿cómo podemos juzgarlas? Es normal que piensen como piensan: el mundo está bien hecho y nunca estuvimos mejor. La globalización es maravillosa. Lejano, un mundo interior y rural resiste a duras penas o desaparece junto con las ideas tradicionales. Entre los dos, los que se desplazan diariamente viven en el claroscuro de lo nuevo global. Estas personas habitan el rigor metropolitano (paliado incluso con piscinas cuyo cloro perfuma a los free riders) o en el limbo del piso compartido. Al fin y al cabo, ¿no da un Madrid o un Barcelona tanta identidad como para que compense renunciar a la intimidad?

Hay una línea divisoria entre quienes miran Idealista como se mira el Hola y quienes sienten que les salen los números. Entre los que tienen piso y los que no, entre quienes pagan alquiler y quienes lo reciben. El piso divide la sociedad. El piso son los medios de producción.

Pocos pueden comprarse uno (altos salarios o rentas de papá), muchos no podrán jamás, encadenados a un salario absorbido por el alquiler, y esta distinción proyectará en otro sentido la del boomer-joven: los búmeres Don Piso vivirán espiritual, política e intelectualmente en quienes les hereden.

En las personas metropolitanas y suburbiales hay una clave y una batalla posible. En cierto modo, viven en la periferia de lo global. Ellos han visto o recuerdan aun la experiencia familiar de tener una casa y además entran en contacto diario con el mundo urbano. Madrid (o la ciudad que sea) les enseña diariamente sus contrastes, el posible brote de un rencor. Esto ha de ir formando una visión de las cosas. Puede que una parte (ya sucede) pida cuentas generacionales, reclame crecimiento, soberanía y asocie la nostalgia del piso con la del Estado-nación.

Pero otros irán en sentido contrario, más bien a favor de las manecillas del reloj. El mismo mundo que les ha llevado a esa posición les ofrecerá satisfacciones alternativas en forma de derechos y algún ajuste de cuentas con «los ricos», pararrayos del resentimiento: rentas mínimas, intervencionismo, «cuidados», decrecimiento que además salve el planeta (darle sentido a su no poder entrar libremente en la ciudad); algo socialista, la posibilidad real de un cierto socialismo a medida de un capitalismo distinto, de Estado y grandes mastodontes, como dos organismos complementarios, no en conflicto sino en simbiosis; también un ferviente globalismo (religioso) con énfasis tragicómico en «nuestros barrios». Roto ya cualquier sentido de comunidad nacional o histórica, estos morlocks metropolitanos solo querrían coberturas del Estado a cambio de su fidelidad, victorias simbólicas sobre el enemigo (interno, eterno), un sentido compensatorio de superioridad moral y eutanasia almodovariana (opcional inyección con forma de pene) bajo la cúpula espiritual del Estado global.    

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