Desde hace un tiempo, y gracias a don Luis del Pino, ejerzo de tertuliano, una actividad que siempre fue fugaz para mí. Mi dificultad, todavía no resuelta, es intentar trasladar al estudio radiofónico la ira que manifiesto cada vez que pongo la televisión. Pero no lo he conseguido. Mi fracaso es absoluto. Por eso, por la conciencia de mi fracaso y mis limitaciones, miro a los tertulianos como los recogepelotas mirarían a los tenistas profesionales.
Y para mí, de entre todos, uno es el primero, uno es Djokovic. Hablo del tertuliano Gonzalo Miró.
El tertuliano Miró tiene varias cosas únicas. En primer lugar, como hijo del régimen es el régimen mismo opinando; sin dejar de ser frescas, sus opiniones parecen emitidas en papel timbrado. Luego, la bilocación. Miró la ha rozado. Es posible que haya llegado a estar en dos tertulias a la vez. Por último, la más extraordinaria de sus características era ser irrebatible. Esto era un logro suyo. Las otras eran características estructurales que cristalizaban en él, pero esta era algo que solo él conseguía, por méritos propios.
Cuando él habla en una tertulia, nadie le contradice, nadie le rebate. No es que lo que dice sea inapelable, es que nadie apela. Se quedan los otros callados, escuchan, y siguen, como si hubiera pasado un ángel (¿no es Miró, en cierto modo, un ángel mediático?). Gonzalo Miró alcanza así, por otra forma, su forma, la condición de irrebatible, de irrefutable. Nadie le rebatió nunca en serio y esto se vio por contraste cuando, hace no mucho, mi no enemigo Soto Ivars (único columnista que tiene una Ley en su honor) decidió rebatirle, contradecirle, dialogar, hacer lo que nadie nunca hizo: tomar los argumentos angelicales de Miró en serio y dedicarles un esfuerzo intelectual para desmontarlos ofreciendo, a cambio, una construcción lógica alternativa. Soto Ivars volvió a demostrar con ello su naturaleza liminar o más bien fronteriza, de estar en los límites de los mundos lógico-periodísticos. Nadie nunca rebatió seriamente al tertuliano Miró salvo él ¡porque Gonzalo Miró era El Irrebatible!
Cuando lo vi, mientras otros celebraban la lucidez de los planteamientos, yo me puse triste, un poco consternado incluso, y lamenté que se hubiera mancillado la virginidad socrática de Miró, al que nunca nadie cuestionó, del que nadie nunca esperó respuesta. Nadie le replicó porque nadie nunca quiso arriesgarse a una contrarréplica… Así que fue muy generoso por parte de Soto Ivars, pero en el rostro de Miró, hasta entonces boxeador sin derrota, había una estupefacción (un pestañeo grogui), un desconcierto que hice mío. En mi faceta de tertuliano no cuajado, jornalero del triste batallar del turno de palabra, me sentí como si hubieran vandalizado la estatua del Joven Orador, rompiendo en pedazos un ideal molde clásico.