A las 21:56 Broncano hizo el chiste sobre Froilán. Mucho tardó, casi un cuarto de hora. Chistes sobre la rama risible y castiza de la familia real y chistes a costa de los críticos de su fichaje por TVE, los que en todo ven «menas y gais». Lo de siempre. Lo de toda la vida.
Pero lo de Broncano no tiene que ver con la dirección del chiste sino con una forma de comunicarse. Solo hay que pensar en cómo ha cambiado todo. La falta de énfasis, de seriedad. El suyo es un estilo desenfadado en el que la comedia linda con la subnormalidad. Lo escribo con sumo respeto y hasta admiración. España fue pasando de un Jesús Hermida, engolado y enfático, al colegueo farfulloso de Broncano. No está solo en Broncano, está en casi toda la comedia española. En ellas se instituyó el tono almodovariano de loca del coño iluminada por una especie de franqueza trans o Lola Flores y en ellos, los hombres, una profunda gilipollez como cuando Tony Leblanc hacía de tontito. La cosa oligofrénica estaba en Faemino o asoma en Raúl Cimas. Son grandes humoristas que se comieron al gangoso de Arévalo.
La audiencia que pueda obtener Broncano no importa tanto porque su trabajo es de futuro y su sola incorporación moderniza, actualiza TVE. Basta el tono. Su programa es casi idéntico al de Movistar. En el combate nocturno, el mundo seriote, el mundo de la realidad, del echar a Sánchez, tenía su show en Motos, que se hace el enrollado como cuando se decía «tronco». Broncano porta consigo una genuina expresión que sí enrolla, un cierto rollo de vacile suavísimo y muy cordial.
Hay trazas de Muchachada Nui, de Ilustres, una jam de humor improvisado pero mucho más cerca del alipori; de pasotismo hacia el absurdo (el ochentero que evolucionó, que no quedó quieto), arrastramientos vocálicos de trapero dentro de un flow antirretórico; un yo tan rebajado, tan cerca de la idiotez y con tan pocas pretensiones que resulta inmune a cualquier ironía. En la MMA de la coñita, ¿quién podría hacerle una llave a Broncano?
Esto es más poderoso que los chistes —-que de todos modos se seguirán haciendo sobre los mismos—. Se logra un tono en el que cualquier palabra en serio resulta ridícula, cualquier enojo escandaloso, cualquier rigidez directamente fascismo. Ponerse serio, ponerse grave, dejarse de bromas provocaría risas nerviosas.
Porque todo parece producto de un gas de la risa. Hasta acabar las frases es cosa de tipo que se toma demasiado en serio. El «usted» haría estallar las carcajadas.
Parapetado en el poder mediático (Estado e IBEX) este tono gana más oficialidad con Broncano. El humor tampoco podrá hacer mucho contra el poder porque el mismo poder se ríe de todo. No es un poder serio, le da igual la solemnidad. Patrocinada la risa floja y la coña marinera, ¿qué subversión podría suponer un poco más de humor?
Broncano no se sabe qué edad tiene. Podría ser un universitario o un cuarentón. Ha logrado personificar esa nueva edad del español en la que se confunden juventud y madurez. Es la edad PSOE, la edad de todo esto: no te hagas muy mayor porque tu vida quedará estancada en una indefinición muy poco seria. No vayas mucho más allá de tus veintitantos.
Sus entrevistas, a menudo a veinteañeros, son como de goma, enredadas en bromitas que no importa que se queden a mitad porque las rescata el público o la propia banda. Sus preguntas que no llegan del todo parecen el inicio de un tonteo de quinceañeros. Ni siquiera los chistes van en serio. No pasa nada si fracasan, no se les ve la ambición, salen sin gran convicción. Si llegan nos reímos; si no, reiremos también. En su primera noche entrevistó a un surfista ciego, una figura que parecía irreal de tan buen rollo. Ni las mayores desgracias, ni las tinieblas nos sacarán de la jovialidad.