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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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El virus de lo ‘woke’

26 de abril de 2022

Sospecho que la bajada de suscriptores de Netflix, es decir, de clientes, no se debe sólo al fin de los confinamientos y a la creciente oferta de sus competidores, sino a la opción ideológica que ha hecho en sus producciones. La empresa ha optado por convertir sus contenidos en instrumentos de adoctrinamiento e influencia política y social. No aspiran a entretener, sino a “educar” (permítanme las comillas, por favor).

En efecto, Netflix ha abrazado con fervor la agenda “woke y todos los consensos de la ideología globalista. A sus productores les preocupa más no parecer racistas que dar rigor y sentido histórico a sus series y películas. La obsesión por las cuotas y la visibilidad de los colectivos, uno de los dogmas del globalismo, ha terminado desdibujando las narraciones hasta hacerlas forzadas. No se da solo con sus producciones, por supuesto, sino en general con los contenidos que distribuye. Así, tenemos un Lupin muy alejado del personaje que concibió Maurice Leblanc o una Ana Bolena directamente inventada. No se trata de que sean producciones aburridas —aunque algunas de ellas sí que lo sean— sino de que suelen estar sesgadas y, en realidad, orientadas siempre hacia el mismo lado.

Para lo ‘woke’, todo lo que Occidente ha hecho es racista, xenófobo, excluyente y destructivo para el clima. De la visión del cristianismo, mejor ni hablamos

Se me dirá que todos los contenidos tienen un sesgo. Es verdad, pero precisamente en la variedad está la posibilidad de contrastar y adoptar una posición crítica. Basta ver un par de películas de John Ford para ver que los héroes pueden tener la grandeza que les falta a los protagonistas atormentados y desgarrados que ahora están de moda. Netflix hurta esa variedad a sus suscriptores y, salvo que uno recurra a las “soap operas” turcas o los “thrillers” y dramas coreanos, le costará encontrar algo que no lleve impreso ese toque “woke” característico. 

Así, Elon Musk ha metido el dedo en la llaga al señalar que el declive de Netflix se debe al “virus de lo woke. Esta moda cultural estadounidense ha inspirado desde campañas de “cancelación” hasta propuestas para abolir la Policía. Se trata de una de las tendencias que la ideología globalista emplea para intentar deslegitimar a las identidades nacionales y, en particular, a las sociedades de los países occidentales. En torno a ella, se arraciman todos los tópicos y lugares comunes de esa alianza entre las élites globales y la izquierda. Ya saben, todo lo que Occidente ha hecho es, entre otras cosas, racista, xenófobo, excluyente y destructivo para el clima. De la visión del cristianismo, mejor ni hablamos. Es lógico que quien paga una suscripción se replantee si, encima de adoctrinarlo en lo “woke”, quiere que le cobren por ello.

Algo similar está sucediendo, por cierto, en toda la industria audiovisual estadounidense. La retransmisión en directo de la gala de los Óscar ha ido perdiendo audiencia año tras año. En 2022 ha remontado un poco por la trompada de Will Smith a Chris Rock, pero nada más. Uno de los escaparates del progresismo global —ya saben, aprovechar la atención para reivindicar cosas del gusto de la izquierda— está perdiendo influencia. Algo parecido ocurre, aunque esto sería para otra columna, con los premios de los festivales y certámenes. Que una película gane no significa que deje de ser un bodrio —de hecho, hay bodrios con un palmarés notable— ni que vaya a ser un taquillazo. Basta ver en qué han convertido a James Bond para advertir que vamos por el mal camino. Pérez-Reverte lo describió con acierto: “Un James Bond tan equilibrada y políticamente correcto, tan familiar, tan enamorado y tan moñas que constituye un insulto a la inteligencia de los espectadores y a la memoria del personaje”. Si esa es la tendencia dominante en la industria del entretenimiento, es comprensible que algunos —cada vez más— prefieran no pagar el adoctrinamiento.

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