«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.
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En defensa de Viktor Orbán

5 de abril de 2025

Cada vez me cae mejor el presidente de Hungría. Ha tenido los huevos de recibir a Benjamín Netanyahu. ¡Con alfombra roja! Y anunciar al mismo tiempo que van a retirarse de la Corte Penal Internacional. Nunca entendí lo de la orden de detención contra el primer ministro israelí. Israel no ha declarado el presente conflicto, sino que fue objeto de un ataque brutal el 7 de octubre del 2023.

A traición, como los japoneses el 7 de diciembre de 1941. No en vano, Roosevelt lo bautizó como el ‘Día de la Infamia’. Incluso peor, porque Pearl Harbor fue un ataque militar. El 7 de octubre fue un ataque terrorista que con secuestro, asesinato y violaciones de civiles.

Tampoco quiero pensar mal, pero el fiscal jefe del TPI es Karim Kahn, hijo de padre pakistaní —una democracia ejemplar como se sabe— y madre británica. Él mismo creció como musulmán.

Es como la orden de detención contra Vladimir Putin, otro país soberano. ¿Qué quieren? ¿Provocar la III Guerra Mundial? ¿Ustedes creen que si, por azar, Putin fuese detenido en un país extranjero los rusos se quedarían con los brazos cruzados?

Para entender a Viktor Orbán, hay que leer al escritor Sándor Márai (1900-1989). Como su colega alemán Stefan Zweig (1881-1942), vivió hace años una segunda juventud en España. Al primero creo que lo recuperó Salamandra. Al segundo, Acantilado.

Eran los típicos ilustrados de los años 30 al que la II Guerra Mundial les arrebató todo. Márai tiene un libro de memorias que yo leí hace años en mi inglés precario —«Memoir of Hungary (1944-1948)»— en el que explica que tras vivir la dictadura nazi tuvieron que enfrentarse a la dictadura soviética. Y, entre medio, la Batalla de Budapest, una de las más sangrientas de la II Guerra Mundial.

Acabo exiliado —y olvidado— en Estados Unidos. Terminó suicidándose después de la muerte de su esposa. Creo que él mismo estaba gravemente enfermo. No le dio tiempo a ver la caída del Muro de Berlín. Pero luego, el gobierno húngaro recuperó su obra y su memoria.

Sándor Márai tiene notables obras de ficción que ahora no vienen al caso. Hoy quiero hablarles de un pequeño libro de no ficción: «Lo que no quise decir», imprescindible para entender la Hungría actual. Es un dietario en el que recuerda su juventud. Dice así: «No olvidemos la etapa de la dominación turca. En tiempos de la dinastía Árpád y, más adelante, de los Anjou la nación húngara constituía una importante potencia europea». De hecho, y hago un inciso, una de las princesas de esta casa real se casó, en segundas nupcias, con el monarca de la Corona de Aragón, Jaime I (1236-1301). Ha pasado precisamente a nuestra historia con el nombre de Violante de Hungría.

«Su población —continua Márai— sobrepasaba los cuatro millones de habitantes —superando en este momento a la de Inglaterra— y tanto su organización social como los dispositivos culturales se desarrollaban según las pautas intelectuales que imperaban entonces en toda Europa». Es decir, una nación homologable a otras del continente. ¿Y qué pasó? Pues que fueron invadidos por el Imperio Otomano. El propio monarca de la época, Luis II, murió en la batalla de Mohács. No solo el rey sino la élite gobernante.

Como se sabe, Solimán el Magnífico fracasó ante las puertas de Viena —¡en Europa central—pero en cambio conquistó la actual Budapest, que en realidad es la unión de dos ciudades. No sólo eso, Hungría prácticamente desapareció del mapa. El antiguo reino fue dividido en tres partes: una al norte y al oeste, la húngara propiamente dicha. El centro y el este quedó en la órbita del Imperio otomano por la vía de la anexión o del vasallaje.

Vuelvo a citar al Sándor Márai: «Cuando los turcos se batieron en retirada y abandonaron el país, después de ciento cincuenta años de despotismo opresor, asfixiante y bárbaro, la población húngara haba menguada a un millón y medio de habitantes». «Durante aquellos ciento cincuenta años se había quebrado la columna vertebral de la nación. Tras la marcha de los turcos; los húngaros, un pueblo oriental y talentoso, habían dejado de ser un motor del centro de Europa».

Huelga decir que el escritor húngaro —por cierto una de las lenguas más antiguas de Europa— escribió esto mucho antes de la llegada de Víktor Orbán al poder. Pero leyendo estas líneas entendí porque los húngaros son tan reacios a la inmigración, sobre todo a la musulmana: estuvieron a punto de desaparecer.

De hecho, el propio Orbán —que se dio un garbeo por Madrid antes de la cumbre de Patriots del pasado mes de febrero— explicó en su discurso que lleva once años en el poder pero que antes estuvo dieciséis picando piedra en la oposición. Leyendo a Sándor Márai lo entendí todo.

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