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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos encuentra acomodo en la Iglesia

4 de febrero de 2015

La Universidad Pontificia Comillas, dirigida por la Compañía de Jesús, se ha convertido en el residuo degradado del legado religioso en manos no religiosas, en el paradigma provocador de la utopía, en la adúltera depositaria que da lo santo a los cerdos, capaces de despedazar al propio administrador. ¿Cómo es posible que el lícito aprovechamiento de una situación degradada para alcanzar el poder, incluso para imponerlo (porque el cielo se alcanza “por asalto”), encuentre la sórdida complicidad y el servil beneplácito de los jesuitas permitiendo al profesor Monedero, afectado por la corrupción, acusado de integración en organización criminal y delitos societarios, impartir como conferenciante un máster desde hace siete años en una universidad dirigida por una institución que desprecia? ¿Cómo mantiene y paga esa universidad católica, beligerante y hostil hacia quienes cursan sus estudios o provienen de otras universidades de la Iglesia, al ideólogo que pretende acabar con los centros concertados y “no dar ni un euro a los colegios que recen”? ¿Desde cuándo la Iglesia valora sólo la competencia académica -como arguye la propia universidad- cuando elige a sus conferenciantes o docentes, permaneciendo sorda a la formación integral del alumno?

Marcuse decretó el fin de la utopía porque, en su opinión, ya era realizable. Los tiempos estaban ya maduros. Aquellos sin esperanza ahora nos dan la esperanza; la libertad se abre paso en el reino de la necesidad. Una nueva iglesia, con sus profetas y pontífices, herederos de Nicolai Ceaecescu y de Hugo Chavez, con un nuevo ADN, un pensamiento nuevo y un hombre nuevo, con un apostolado ideológico y populista, adoctrinador, análogo para algunos buenistas al esfuerzo de Jesús, expulsando a la casta (los fariseos) del Templo, se adueña de las conciencias y cautiva a los juglares de las ideas acampados en la propia Iglesia en España, jubilosos ante el espíritu revolucionario del hombre sin principios, ante el reformador incapaz de venerar el orden mismo que sueña reformar y que encuentra en el progresismo católico un inquietante acomodo.

Durante su intervención en el Parlamento Europeo en Estrasburgo el papa Francisco encandilaba a Pablo Iglesias, quien elogiaba sin disimulos su discurso, y mostraba su deseo de hablar con él, “en el Vaticano o en Vallecas”. Próximas ya las elecciones, prepara el Círculo de Espiritualidad Progresista de Podemos un encuentro interreligioso para el mes de marzo con la única finalidad de apoyar su candidatura, de vincular el progresismo existente dentro de la Iglesia (no quieren jerarquía) para aglutinar el voto. En realidad, no hay nada más que eso, pura cratología bajo el pretexto de la exaltación de las masas. Sin sentido de la eternidad; ni moral ni religioso; espiritualmente Nada; sin Dios y sin conversión, sin Credo y sin Iglesia; sin más paraíso que la utopía marxista-leninista y la estrategia de alcanzar el poder. Porque la obligación de un revolucionario es ganar, manipular la fe que necesita el pueblo mediante la esperanza en el cambio.

Rousseau tenía razón cuando dijo que las actitudes políticas y el comportamiento social dependen en buena medida del sentimiento, el vínculo más esencial de la comunidad humana. Pero lo convirtió en sentimentalismo que sólo atiende deseos. La exaltación contemporánea de la ciudadanía también proviene de Rousseau: hay que hacer a la colectividad soberana. El sentimiento une, religa, la razón separa. Podemos identifica el sentimiento con la fe, y ésta se ve reducida a meras emociones que encuentran en su mensaje de salvación política y en sus propios sacramentos la esperanza ante el vacío moral en un porvenir mejor.

La política de las emociones y de los sentimientos pretende conquistar el cielo en la tierra. Poco práctico, y erróneo, pero la fría política de intereses de los Estados y la pertinaz crisis económica puede llevarnos a la concesión ilustrada de creer en el dogmatismo de la desigualdad como fuente de todo mal. Sin embargo, la cuestión de la educación no contempla semejantes atajos sin comprenderse, per se, falsificada. La educación en una universidad debe ser libre, sin quedar subordinada a ninguna otra finalidad, ajena al desprecio religioso o la manifiesta aversión pública hacia una institución como la Iglesia católica. No es difícil pensar en este sentido en José Carrillo, rector de la Universidad Complutense de Madrid, cuyo cinismo le impide reconocer su maridaje con Podemos. Lo propio de la universidad es preocuparse del saber mismo, del conocimiento y la ciencia, sin sesgos pragmatistas, libre de ideologías o intereses de partidos políticos. Ninguno de estos requisitos para una correcta y cualificada educación exhiben los líderes de Podemos. La religión secular suscita el modo de pensamiento ideológico -pendant del modo de pensamiento eclesiástico de la Universidad Pontificia de Comillas- del que se apropia el hombre sin religión, sin dogma ni jerarquía, buscando alguna seguridad en este mundo, festejado en una grave irresponsabilidad por los jesuitas dentro de la misma Iglesia. 

 

 

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