«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Enhorabuena, señor Trump

14 de noviembre de 2022

La estrategia habitual… 

Ya cansa. Han vuelto a hacerlo. Tic tac (y Tik Tok). Se avecinaban hechos de relevancia —las elecciones de media legislatura, por ejemplo, en Estados Unidos, aunque había otros de no inferior cuantía— e inmediatamente se puso en marcha la cadena de montaje política, económica y mediática de las campañas de publicidad, entendida ésta como factor determinante y condicionante del presente y el futuro de la sociedad. «¡Por allí resopla!», aúllaron desde la espadaña de sus torres de avistamiento los vigías, centinelas y celadores de la corrección política encargados de ventear cualquier amenaza que atente contra los designios del globalismo, de la Agenda 2030 y del supremacismo a contrariis del mundo Woke. Y zas, los pesebristas, mozos de cuadra y peones de brega del periodismo se apresuraron a lanzar las instrucciones transmitidas por sus dueños y redactadas por esa especie de escribas sentados que son los asesores de los políticos y los visires de los mismos.

La estrategia a la que me refiero es tan vieja como el Egipcio de los Faraones, la Grecia de la Hélade, la Roma de las Guerras púnicas, la China de los Mandarines, el Caribe de los Piratas, la Rusia de Rasputin y el Japón de los Tokugawa. 

Ese balance trucado les permite ahora propalar la falacia de que ha sido, para ellos, una amarga victoria y, para sus rivales, una dulce derrota

Se acercaban, como decía, unas elecciones en el Imperio cuyo resultado puede ser crucial para el futuro inmediato no sólo del país en el que se celebran, sino en el resto el mundo, incluyéndonos a nosotros, y la prensa, unánime, se aplicó en el acto a la tarea de augurar con gran trompetería de titulares y numerología de encuestas manipuladas por los desconocidos de costumbre el masivo advenimiento de una marea republicana que anegaría a los demócratas del decrépito Biden y transportaría hasta la dársena de la Casa Blanca sobre su cresta de espuma y una tabla de surf al siempre efervescente Trump.

Llegaron las urnas, y en ellas, efectivamente, ganaron los republicanos, como era previsible, pero lo hicieron, lo que también era previsible, con un margen notablemente más estrecho del que los corifeos del cuarto poder habían anunciado, desmesurándolo, a bombo y platillo. Ese balance trucado les permite ahora propalar la falacia de que ha sido, para ellos, una amarga victoria y, para sus rivales, una dulce derrota. Lo mismo dijeron aquí cuando en 1996 Aznar derrotó a González y lo noqueó para los restos.

El reconocimiento de la comicidad de las seniles meteduras de pata de Biden justificarían un impeachment tan deseable como improbable

La artimaña, no por burda menos eficaz, cuela y cala porque la gente, aturdida por sus móviles idiotas, ha perdido la costumbre de pensar por su cuenta y porque, como dijo no sé si Lenin o Goebbels (quizá los dos), una mentira mil veces repetida acaba transformándose en algo que, a bulto, y si el bípedo implume se la traga, simula ser verdad. Eso que ahora llaman fake news o, con más ínfulas y cinismo, posverdad. Un sucedáneo: café sin cafeína, tabaco sin nicotina, cerveza sin alcohol, chocolate sin cacao, ginebra con la mitad de calorías.

Pues no, amigos. Lo cierto, lo que va a misa —cifras son amores—, es que muchos, muchísimos, de los candidatos bendecidos por Trump se han hecho con el santo, la peana y el escaño, y que, a falta del escrutinio del estado de Georgia, que a menudo tiene en tales y tan reñidas lides la última palabra, el cuerpo electoral se ha desplazado un 11,4 por ciento desde la izquierda mal llamada progresista hacia la derecha bien llamada conservadora. Es posible que cuando esta columna, escrita ayer, domingo, se publique, ese porcentaje haya variado ligeramente en un sentido o en otro. Pasmosa es la lentitud del escrutinio en el país más poderoso de la tierra.

Sea como fuere, y a falta del veredicto final, enhorabuena, señor Trump. A usted, señor Biden, no le acompaño en el sentimiento, pero sí en el reconocimiento de la comicidad de sus seniles meteduras de pata que justificarían un impeachment tan deseable como improbable. No nos prive de ellas, por favor. Hágalo por su país. Ayude a sus conciudanos a cobrar conciencia del peligro que usted entraña para ellos.

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