«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
(Santander, 1968). Jefe de Opinión y Editoriales de La Gaceta de la Iberosfera. Ex director de La Gaceta de los Negocios, de la Revista Chesterton y de Medios Digitales en el Grupo Intereconomía. Ex jefe de Reportajes en La Razón. Formado en la Escuela del ABC. Colaborador de El Toro TV y de Trece Tv. Voluntario de la Orden de Malta. Socio del Atleti. Michigan es su segunda patria. Twitter: @joseafuster
(Santander, 1968). Jefe de Opinión y Editoriales de La Gaceta de la Iberosfera. Ex director de La Gaceta de los Negocios, de la Revista Chesterton y de Medios Digitales en el Grupo Intereconomía. Ex jefe de Reportajes en La Razón. Formado en la Escuela del ABC. Colaborador de El Toro TV y de Trece Tv. Voluntario de la Orden de Malta. Socio del Atleti. Michigan es su segunda patria. Twitter: @joseafuster

Qué es lo que no entendiste

13 de noviembre de 2013

A las tres de la mañana del 13 de noviembre, unos golpes sonaron en la puerta de la casa del presidente del Tribunal Supremo, que se despertó, se ató el batín y rezongó mientras caminaba todo el pasillo hasta el hall de entrada. Cuando llegó, la mucama filipina ya estaba allí y se retorcía las manos, nerviosa. “¿Quién es, Lissie?”, preguntó Moliner. La interna se mordió el labio y gimoteó: “Dicen que son de la Guardia Civil”. El presidente del Supremo abrió la puerta y vio a dos tipos altos vestidos de uniforme de faena verde olivo, boina y el subfusil pegado al chaleco blindado. Uno de ellos preguntó: “¿El señor Moliner?”. El magistrado asintió con un gesto. “Soy el sargento Rebolledo; haga el favor de vestirse, que nos tiene que acompañar”. Moliner protestó: “¿A estas horas? ¿Sabe quién soy yo? ¿A dónde vamos?”. El sargento Rebolledo le miró y respondió, seco: “A Zarzuela”. Un segundo después, el presidente del Supremo se dio media vuelta y dijo: “Salgo en cinco minutos… Lissie, saca mi traje negro”. Media hora después, el coche entró en el Palacio por un túnel secreto y los guardias civiles llevaron a Moliner hasta un ascensor metálico. Los agentes se quedaron fuera mientras el presidente del Supremo pulsaba el único botón que había en la consola. El ascensor, contra todo lo esperado, bajó. Durante cinco minutos que se hicieron eternos, Moliner sintió que la cabina descendía a toda velocidad. Al final, con un chasquido y un resoplido largo, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.

El magistrado vio una sala de control llena de pantallas de ordenador y alrededor de cien militares que se gritaban órdenes y tecleaban con furia. Una mano firme le palmeó en el hombro: “¡Mi querido Moliner!” –exclamó una voz cansada.

El magistrado se volvió, dio un pequeño taconazo y bajó la cabeza mientras trataba de vencer un gallo instalado en su garganta: “Majestad”. El Rey le miró derecho a los ojos y sonrió. El presidente del Supremo parpadeó, anodadado. “Señor, ¿qué es todo esto?”. Su Majestad le tomó del brazo y le dijo: “Dentro de dos días, un meteorito gigante, casi el doble del tamaño de España, golpeará la Tierra y provocará la extinción de toda forma de vida sobre la faz del planeta. Esto lo supimos hace cerca de cuatro años. Ya ves, sí, como una película yanqui, ¿eh?, ¿qué te parece? Desde entonces nos hemos afanado en construir un refugio subterráneo en el que caben poco más de cien mil españoles que han sido elegidos por su utilidad para la construcción de la sociedad futura”.

El presidente del Supremo notó una punzada en el pecho: “Señor, es un orgullo que…”. El Rey movió la mano delante de su cara y no le dejó acabar: “No, Moliner, mi querido amigo, no es eso. ¿Qué parte de lo de utilidad no has comprendido? Ningún magistrado del Tribunal Supremo está invitado. Si te he mandado llamar es porque me daba cosa no decírtelo”.

.
Fondo newsletter