Hace poco he tenido la oportunidad de retirarme al monte con una veintena de adolescentes. San Juan Bosco se empeñó en repetir hasta la saciedad que no existen los jóvenes malos sino aquellos que nunca han escuchado que pueden ser buenos, un nutrido grupo que jamás ha coqueteado, siquiera tímidamente, con la posibilidad de la redención. En el monte yo encontré adolescentes de ambos grupos —buenos e ignorantes de su bondad— y a ellos les planteé una serie de temas y debates que me parecen interesantes.
Cincuenta y dos años después, el campamento al que acudo cada verano como monitor cosecha éxitos y charlando con un padre comprendí todo el secreto de nuestra fórmula: «A los niños pequeños los tratáis como tal, como niños, y no esperáis de ellos más que imaginaciones fantasiosas y delirios. Y a los mayores los tratáis también como merecen, con sus exigencias y responsabilidades, afrontando la vida que se les viene». Yo lo daba por hecho, claro, pero no debería ser así en un mundo que expone a los pequeños a los delirios de la adultez y recrea a los mayores en la inocencia infantil.
En el monte hablamos de la muerte, de la libertad y de la tristeza, tan arraigada en nuestros días. Discutimos sobre novias, proyectos de vida y el futuro político de España. Y entre otros muchos temas se asomó la propuesta de vida que hace la Iglesia a los jóvenes de nuestro tiempo, que balbuceante transmití y que muerto de vergüenza intentaré indicar aquí. Esos jóvenes se encuentran asaeteados por un amplio ramillete de gurús y propuestas, condenados a elegir su helado favorito en una palestra de incontables sabores, y la Iglesia emerge con un mensaje de sensatez entre tanto vicio. En el medio, la virtud.
Uno de los extremos que ofrece el mundo es el de Mia Khalifa. Acerté en mi provocadora elección porque esta actriz porno es conocida por todos ellos, tan prestos a la risa. La entrepierna de esta tal Khalifa ha sido vista por cientos de millones de usuarios, que piensan que una forma de vida es la del sensualismo irrestricto. Lo que pasamos por la pupila tiene su eco en el corazón y muchos de ellos todavía piensan que una forma noble de vida pasa por el placer del mundo. La Iglesia se niega, claro, no porque sea pecado —acaso el más pobre de nuestros argumentos—, sino porque este esquema pornográfico destroza corazones, emborrona miradas. Y eso es terrorífico.
En el otro extremo muchos de estos jóvenes me alaban a Llados, predicador de un estoicismo antihumano. Sus fucking consejos han encendido las alarmas en muchas mentes adolescentes, que ven en este gurú de coches alquilados y novias de silicona un modelo a seguir. Una vida donde toda la voluntad sea dominada parece posible. Una vida sin fucking pajas, sin siestas ni cervezas a media tarde. Una vida que sólo entroniza a uno mismo, y qué triste nos resulta este altar de la soledad. Tampoco la Iglesia aplaude esto, claro, porque desde el mito del auriga alado el hombre es un equilibrio. Un caballo corre más rápido no cuando trota desbocado sino cuando su jinete controla bien la brida.
Es de una belleza magna pensar que el primer milagro de Cristo fue la conversión del agua en vino. La aparición de Jesús en las bodas de Caná viene a evidenciar, dos mil años después, que nada de lo humano era ajeno al Redentor del género humano. Ni siquiera algo tan banal como el vino merecía el olvido de Jesús, y por eso su primer milagro consistió en alargar la juerga de una boda. Lo mismo pasa con el sexo: soy incapaz de creer que en la bragueta cerrada de Llados quepa ninguna virtud, como tampoco cabe en el la entrepierna abierta de Khalifa. De nuevo, hay un punto medio.
A esta fiesta de aberturas se ha sumado el ministro Escrivá, máximo difusor del «pajaporte». Yo estoy a favor de la medida porque todo lo que implique alejar la pornografía de estos quinceañeros que me acompañan al monte es bueno. No puedo más que celebrar que el Gobierno de España se posicione con contundencia contra una industria que enriquece a unos pocos y destroza a tantos. Ahora bien, el argumento del pecado mortal no me parece el mejor. Si Escrivá quiere terminar con esta denigrante forma de explotación, no tenía que meterse en fregados de bonos canjeables, códigos imposibles y demás. Hasta la prohibición directa se me quedaría corta. El Gobierno tiene la oportunidad de sumarse a la tercera vía, que es la del orden entre excesos. Toda la virtud del mundo sin ese orden es, en fin, una rara virtud.