¡Lástima que no dispongamos ahora de otro Galdós para que prolongue sus episodios nacionales! No sé, no sé… Quizá Trapiello podría hacerlo. Otro candidato no se me ocurre. O sí. ¿Pérez-Reverte? ¿Santiago Posteguillo? ¿Jiménez Losantos? ¿Félix de Azúa? ¿Arcadi Espada? ¿Sánchez Dragó?
Sea como fuere, y bromas aparte, el jueves de la semana pasada podría figurar en esa orla de honor literario y deshonor histórico.
Ese día se dio definitivo matarile al Estado de Derecho. Un golpe en la nuca, y ya.
Entendámonos… No es que, a mi juicio, antes de ese día existiera ese ente de razón, pues no puede suceder tal cosa en un país donde funcionan, en desdoro y recorte de las atribuciones del Tribunal Supremo, engendros tan superfluos como el Constitucional y, peor aún, como el Consejo General del Poder Judicial, que sólo es una institución de cuello de botella y campo de batalla concebida para que los donfiguras del ejecutivo metan sus manazas en el tercer poder y conviertan a los magistrados en mamporreros de sus designios y lacayos de sus contubernios.
El jueves negro al que aludo fue la fúnebre jornada en la que se produjo el triple dislate sanchista de avalar el lingüicidio de Cataluña –¡con eñe, coño!–, de suprimir o desvirtuar en el Código Penal el delito de sedición y, sobre todo, de conceder el nebuloso estatus de honradez personal a los responsables de la más gigantesca operación de latrocinio de nuestra historia, comparable a la del envío del oro a Moscú orquestadi por las autoridades republicanas.
Estamos tocando fondo. Más bajo no se puede caer. O quizá sí. Cosas veremos, amigo Sancho
Que todo un jefe de Gobierno se atreva a exteriorizar la cínica opinión de que los ladrones dejan de serlo si no se lucran personalmente, aunque lo hagan sus allegados, es una atrocidad moral, social, política y jurídica de tal calibre que por sí sola debería bastar para abrir un proceso de algo que, por desgracia, no contempla nuestra Carta Magna: el impeachment, la destitución terminante e inhabilitación vitalicia para el desempeño de cargos públicos del hombre que de ese modo cierre filas con la corrupción.
En ese mismo instante se dio carpetazo al Estado de Derecho, necrosis agravada por la estúpida y cómplice reacción de no pocos periodistas y de los líderes más visibles del Partido Popular, con alguna que otra excepción.
¿Dirá algo al respecto la Unión Europea, que tan fino hila en lo concerniente a aplicar sanciones por cosas mucho menos graves, aunque consanguíneas, a países como Polonia y Hungría, o seguirá riéndole las gracias y sobándole el lomo al amiguete grandullón que tan guapo y tan hipócrita es?
El villano de ese nuevo episodio de Galdós sería, obviamente, Pedro Sánchez; la heroína, la juez Alaya; sus protagonistas, Chaves y Griñán; sus víctimas, los andaluces; su Gabrielillo, ya se verá.
Estamos tocando fondo. Más bajo no se puede caer. O quizá sí. Cosas veremos, amigo Sancho.
¿A do fuir?
¡Ojalá pudiera criogenizarme hasta que caiga el Gobierno, aunque helado ya lo estoy!
Y asqueado, también.