«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España: año cero

19 de junio de 2014

Me precio de contar entre mis amistades con la de un excelente historiador que sostiene que España, se mueve a golpe de cíclicos y violentos espasmos de cuarenta (o casi) en cuarenta años. Y, vista la reciente historia de nuestros dos últimos siglos, así parece haber sido: 1833, 1868, 1898,1936, 1975, 2014. No todos esos coletazos han sido precisamente pacíficos, como se sabe. Pero todos han supuesto una profunda, sacudida primero y remoción después, de estructuras políticas y sociales que parecían inamovibles durante el tiempo en el que tuvieron vigencia para acabar cayendo de golpe como un castillo de naipes.

Casi todo el mundo acepta ya, salvo los felizmente instalados que siguen tocando la lira, que el llamado Pacto de la Transición no da más de sí. Que el sistema bipartidista que en él se ha apoyado está herido de muerte. Por el desprestigio de sus principales actores y por la  eufemísticamente bautizada como ‘caída de popularidad de la propia Corona en la que se apoyan. Que la irrupción de nuevas fuerzas políticas, algunas de corte ciertamente inquietante por su marxista radicalidad a pesar de su amable cara, suponen un escenario nuevo de pronóstico absolutamente incierto. Si unimos a ello un rabioso ataque del independentismo catalán -nada nuevo en la historia de España- pero que ha vuelto en los últimos dos años a reclamar a gritos silla de pista en la escena política, completaremos un cuadro nada fácil de manejar para el nuevo jefe del Estado.

Es verdad que el Rey, en nuestra monarquía parlamentaria como en el resto de las conocidas, al menos en la vieja Europa, ‘reina pero no gobierna’. Así lo entendió don Juan Carlos de Borbón, padre del nuevo Rey de España cuando devolvió -por la vía del 56 de la Constitución- al pueblo español prácticamente todos los poderes que recibió del régimen anterior. Y así seguirá siendo. Pero no es menos cierto que Felipe VI tiene ante sí todo un campo para muñir acuerdos, tratar, desde la ‘autoritas’ que le confiere su posición, de aunar voluntades hoy encontradas y pilotar, al igual que hizo su padre, una suerte de ‘segunda Transición’ que España y los españoles piden a gritos. Y no hablo de típico ‘borboneo’, tan nefasto en nuestra historia.

No me cuento entre los que sostienen que el hijo lo tendrá más fácil que el padre. Lo expuesto debería ser suficiente para que quien no comparta mi opinión pueda al menos entenderla. Don Juan Carlos recibió un país que arrastraba una profunda división, heredada de una guerra civil con heridas por cerrar, pero con una profunda voluntad de cicatrizarlas. Y con la sobresaliente supervisión e impagable ayuda del ‘amigo americano’, sin el cual nada hubiera sido posible. Fue por tanto una Transición ‘modélica’ pero en la que se trabajó ‘con red’, porque ninguno de sus protagonistas querían volver a ‘hacerse daño’. Como en el chiste. Pero a día de hoy no tengo claro que exista una voluntad de entendimiento tan sólida como aquella, entre políticos de distinto signo y entre los propios ciudadanos. Más aún, sospecho que la extrema izquierda ha vuelto a atisbar su oportunidad de cobrarse el ‘segundo tiempo’ de un partido que siguen considerando en juego y esa es para mí una amenaza mucho más real que las que pudiera haber en 1976 y 1977. La única ventaja es que ETA ya no mata (aunque siga existiendo y alcanzando poder político, que para eso han consumido casi 50 años matando).

Por eso no me estorba que, dígase lo que se diga, España tenga desde hoy dos Reyes. Mucho me temo que el hijo va a necesitar de los consejos del padre, mucho más de lo que don Juan Carlos necesitó de los de Franco primero y de los de Torcuato y muchos otros después.

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