Leo y escucho estos días en los medios las bondades de la famosa formación profesional. ¿Qué es eso de la formación profesional? Al parecer, un invento de esta peculiar democracia española logrado con el apoyo económico abundantísimo de la Unión Europea a fondos específicos, para lograr que las personas sin la formación necesaria o adecuada accedan a puestos de trabajo cualificados sin necesidad de pasar por la Universidad. Es decir, lograr que jóvenes que no quieren estudiar una carrera universitaria o no sirven para ello, obtengan mediante la formación profesional un puesto de trabajo bien remunerado, con el que sean capaces de afrontar un futuro estable.
Estos cursos de formación –otros los llaman de perfeccionamiento- fueron asumidos enseguida por Sindicatos y Patronal fundamentalmente. Estos agentes sociales serían los encargados de preparar, programar y facilitar la enseñanza de las diferentes materias con las que aquellos jóvenes se sintieran más identificados para obtener un título que les capacitara para ejercer su profesión. Y estuvieron muy interesados en ser ellos los únicos que pudieran expedir certificados de aprendizaje habida cuenta que eran también ellos los máximos beneficiarios de los fondos aportados por el Estado, Comunidades Autónomas y, sobre todo, la Unión Europea, para que dichos cursos pudieran ser impartidos sin reparar en gastos.
Con este motivo se iniciaron procesos de vergonzosa corrupción, como los habidos en Andalucía y otras regiones, en las que los alumnos eran simplemente entretenidos en no aprender nada, mientras que los supuestos enseñantes se repartían el dinero para beneficio propio. Hubo, no obstante, otros centros de enseñanza que sí formaron a quienes acudían a ellos en materias tales como informática, electrónica, carpintería, fontanería, etc. Y, mira por donde, en estos días en que se está alabando tanto la creación de nuevos puestos de trabajo que mitiguen parte del bestial paro que padece España, se está hablando mucho de que quienes consiguen trabajo con más facilidad son, precisamente, la gente que ha estudiado o aprendido algún oficio en la formación profesional. Presentando este éxito a la opinión pública como si la formación profesional fuera un invento nuevo del que los políticos, en general, se habían olvidado o, como mínimo, la menospreciaban; sobre todo aquellos de la banda izquierda, como ahora explicaremos.
Cuando yo era un joven estudiante, allá por los años cincuenta del siglo pasado, y España comenzaba a iniciar un proceso de “despegue económico” gracias a su propio esfuerzo, sin ningún Plan Marshall como el que apoyó a Europa Occidental ni recursos procedentes de ningún otro organismo, las migraciones internas en nuestro país desde el campo a los núcleos urbanos se hicieron masivas. Los núcleos industriales proporcionaban trabajo estable, mientras que el campo sólo proporcionaba trabajo temporal. Por eso, el Estado franquista –y, para los ignorantes, el Estado “fascista” de la época- decidió que había que elevar con rapidez el nivel educativo de los jóvenes –del campo o de la ciudad- para proporcionarles oficios que eran imprescindibles para cubrir loS cada vez más numerosos puestos de trabajo de aquella nueva sociedad que demandaba cada vez más bienes y servicios.
Y aquel “sanguinario” Estado comenzó a construir por toda España las famosas Universidades Laborales. Pero, además, confió a las Fuerzas Armadas la enseñanza de numerosos oficios a la Tropa que hacía el Servicio Militar, a cargo de Oficiales y Suboficiales Especialistas (el conocido como PPO). Universidades como la de Gijón, Valencia, “La Paloma” en Madrid, Sevilla, Alcalá de Henares, etc., fueron acogiendo a miles de muchachos a los que el Estado pagaba sus estudios, profesores seleccionados y cualificados, para hacerlos torneros, fresadores, ebanistas, pintores, mecánicos de diversas especialidades, etc., con los que se cubrían las demandas de las empresas interesadas en ellos.
Recuerdo muy bien que la preparación de estos muchachos era de tal calidad que, antes de que finalizaran sus estudios de dos o tres años en las Universidades Laborales o en los Acuartelamientos de las FFAA, las empresas enviaban allí a sus equipos de captación para lograr hacerse con los servicios de los alumnos mejor calificados. Por eso, la mayoría de ellos, antes de finalizar sus estudios, ya tenían asegurado un puesto de trabajo en ésta o aquella empresa. Y, gracias a esta formación profesional, a la que se acogían voluntariamente todos aquellos jóvenes a los que no les interesaban los estudios superiores, España pudo afrontar en los años sesenta y posteriores su gran desarrollo económico, con un crecimiento medio anual del PIB, de 1960 a 1974, del 7,5%. Como nunca antes ni después se ha conocido en nuestro país. Para lograr que España fuera la novena potencia industrial del mundo.
No por casualidad aquellas famosas Universidades Laborales creadas por el franquismo con el único propósito de fomentar la formación profesional, no sólo eran el orgullo de España sino la envidia de la mayor parte de los países de Europa Occidental. Porque quienes salían de ellas con un oficio cualificado no tenían nada que envidiar a los universitarios que acababan su carrera. En la mayor parte de los casos los primeros se “colocaban” mucho antes que los segundos, ganando en principio tanto dinero como ellos. Y, lo más importante: fueron fundamentales para la ampliación a gran escala de la gran clase media española que surgió en aquellos años y que sería trascendental para dar una enorme estabilidad política al país, durante el franquismo y después del franquismo.
Pero, llegada la Transición y, sobre todo, el socialismo a partir de 1982, aquello de las Universidades Laborales había que suprimirlo. Por dos motivos esenciales: eran una herencia de aquel franquismo –tan odiado por tantos a través de los mitos y los estereotipos fraguados en su contra- al que había que enterrar históricamente (aunque nunca han terminado de hacerlo gentes de izquierda) y, por otro, porque el socialismo, en virtud de su supuesto igualitarismo, decidió que todo el mundo tenía las mismas capacidades y derechos para el estudio y, por ello, todos los jóvenes debían ir a la Universidad. Todos tenían ese derecho, aunque no les gustara estudiar, ni aunque casi se le regalara el título universitario. De modo que la Universidad se convirtió en una formidable fábrica de parados y, por el contrario, la formación profesional prácticamente se olvidó, desestimándola como un subproducto de las diferencias entre las clases sociales. Una estupidez política de dimensiones colosales.
¿Y qué se hizo con aquellas extraordinarias instalaciones que eran las Universidades Laborales? Convertirlas en centros de cultura (?), en diferentes talleres sociales (?), o de lo que los Ayuntamientos o Comunidades en donde estuvieran creyeran más oportuno para ser utilizadas. En definitiva, desaparecieron. Lo mismo que el PPO de los Acuartelamientos militares.
Después de los escándalos de corrupción que ya hemos mencionado referidos a los fondos recibidos para la formación profesional encargada a los sindicatos, en especial, ha habido jóvenes que han tenido la suerte de aprenden algún oficio y que hoy son noticia porque pueden encontrar trabajo sin gran dificultad. ¡Todo un hallazgo para los políticos, comentarista, periodistas y otras gentes que no conocieron otros tiempos! ¡Se acaba de iniciar un gran descubrimiento! ¡La formación profesional puede competir con la Universidad! Sobre todo en una época como la actual con casi cinco millones de parados con apenas cualificación educativa en su gran mayoría.
Cuando, de unos años a esta parte, se ha hablado y perorado tanto entre expertos y menos expertos de la necesidad de cambiar el modelo productivo de nuestro país, no sólo centrado en el famoso “ladrillo”, yo me he preguntado cientos de veces: ¿qué hubiera ocurrido si las Universidades Laborales hubieran seguido existiendo? ¿No hubieran ido evolucionando para procurar oficios cada vez más demandados por el mundo empresarial? ¿No se habrían evitado los casos de corrupción –vergonzosos y reprobables al robar el dinero a los más necesitados- que se han producido en España? Con su extraordinaria labor ¿no se hubiera evitado este gigantesco paro que preocupa seriamente a millones de familias?
Pero, no; lo primero es lo primero. Destruyamos lo bueno y eficiente y construyamos una nueva sociedad igualitaria (¿de verdad?). Y, así, al cabo de estos últimos años -¡más de 30!- de corrupción, de saqueo de las arcas públicas y de destrucción de empleo –especialmente debido al PSOE-, seremos felicísimos y comeremos…; o no comeremos. ¡Pero hemos inventado la formación profesional! ¿Ahora?