«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

Estado y ciudadano

8 de marzo de 2023

Tácito aseguraba que cuánto más corrupto es un estado más leyes tiene. Los estados que se asientan sobre una base positiva, es decir, sobre la idea de que el individuo y su libertad son los bienes más preciados que posee la nación suelen tener constituciones breves, entendibles y leyes pensadas desde el sentido común y la experiencia, que huyen de esos laberintos legales en los que cualquier persona corriente, de la calle, acaba por perderse irremisiblemente.

Ahora que se discute tanto acerca de cómo han de ser los estados en un mundo globalizado por la economía y la geopolítica es bueno aprovechar la oportunidad para decir en voz alta una verdad que se escucha poco o nada entre políticos: el estado ha de ser eficaz y nunca un gigantesco monstruo burocrático, ha de servir como factor de equilibrio, justicia social y ponderación entre ciudadanos, ha de tener principios que se asienten en la convivencia, el respeto, la instrucción como obligación y deber y ha de permitir al individuo desarrollar su vida con las menores trabas posibles. Esto es, no debe ser intervencionista ni meter sus narices en la vida de la gente. Un estado moral.

Uno, que vive en un estado que además de intervencionista es lento, mal organizado, carísimo, cargado de elementos inútiles y con una administración que se solapa con otra, y con otra, quisiera vivir en un lugar en el que las normas cupiesen en el tamaño de un prospecto farmacéutico. A lo largo de la historia de la humanidad, en materia legislativa deberíamos ir siempre de lo complejo a lo simple, de lo alambicado e ininteligible a lo claro y diáfano. No creo que exista un documento más normativo que la Biblia, decía el gran escritor Josep Pla, paisano mío, y si adoptásemos los mandamientos – más o menos – a nuestras constituciones ganaríamos todos bastante. Porque podemos estar de acuerdo en que no se debe matar al prójimo, en que no se deben codiciar los bienes ajenos, en que es bueno honrar a padres y madres, en que mentir es el fracaso del individuo y la sociedad, en fin y por no seguir, en que deberíamos amar a todos nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos. Un estado de este talante, inspirado en una sociedad en la que todos sus integrantes tuviesen iguales derechos que obligaciones, extremo este último del que nadie habla habiéndose convertido el debate político en una sucesión de diversos egoísmos, es el deseable.

La hermandad fraterna y sincera entre individuos y naciones basada en el mutuo respeto, la cooperación y la justicia, he ahí el sueño del buen liberal decimonónico que en el XIX soñaba con una Arcadia transportada a la tierra. Pero uno ve a Sánchez, a Lula, a Maduro, y comprende que esos estados sean como son, con una arquitectura legal complicada y desesperante. Es lógico. Están pensadas para disimular el cesaropapismo de quienes los dirigen. Porque, a mayor legislación, menor libertad y más dictadura. Es un axioma imbatible que la historia nos ha enseñado.

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