«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una estafa llamada nacionalismo

10 de octubre de 2013

 El nacionalismo en el siglo XXI no existe. Usar la palabra nacionalismo en la era de la comunicación es un atentado contra la inteligencia humana. ¿Nacionalismo? Cuando son BCE, el FMI o la UE, entre otros, quienes deciden cuándo subir o bajar los impuestos, cuándo jubilarse, qué hacer con los fondos de pensiones cuando un país se arruina como pasó en Chipre… ¿Nacionalismo? En una UE en la que sus directrices son las que delinean el espectro político y jurídico en más de 25 países. No puedo dejar de preguntarme por qué al político catalán le interesa tanto vender el supuesto nacionalismo, cuando el nacionalismo en el siglo XXI es simplemente aire, una herramienta para dominar más fácilmente al pueblo.

El nacionalismo no ofrece una solución política a los problemas del crimen, la inseguridad, la financiación, la educación, la inmigración, los hospitales o las infraestructuras, simplemente constituye un eslogan para controlar al más débil. ¿Acaso a la clase política catalana le importan estos problemas?. No. Ellos venden sueños, tienen cuentas en Suiza como las del Sr. Pujol, se enriquecen con el pueblo catalán, sus hijos acuden a colegios privados y bilingües, el único fin que para ellos tiene el nacionalismo es ser más Estado, aglutinar más poder y controlar leyes y tribunales para ser todavía más amos y señores de su propio destino.

¿Dónde quedará el débil, el que tiene menos recursos o el que quiere igualdad de condiciones? La respuesta es clara: sumido en la esclavitud. Quedará supeditado a una tiranía de poder que no podrá romper. Estará obligado a quedarse y vivir en Cataluña, ya que solo hablará catalán. Además, en caso de enfrentarse a algún problema jurídico, me cuestiono qué justicia le asistirá con unos tribunales elegidos por los políticos. No estamos ante un problema de identidad, de comunidad o de amor por lo propio, sino ante un problema de poder, de demagogia por controlar al más débil, quien, sumido en su sueño de supuesta libertad, se adentra en una era de miseria que no se puede ni imaginar.

El problema de Cataluña y España no es la financiación; no es la Policía, que ya controlan; no son los impuestos (que ya ostentan bajo su control y que son los más altos de España); no es un problema de Sanidad (pues ya la gestionan); no es un problema de ser más independientes de España, sino de poder tener rienda suelta para dominar y mandar en su propio territorio.
Me duele el corazón si pienso en aquel catalán que desconoce el fin de tanta mareada nacionalista que, analizada retrospectivamente, sólo conduce al fracaso a un pueblo que realmente sí se merece más libertad. Aquel catalán con menos posibilidades para viajar y que su gueto

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