Me resulta tremendamente difícil felicitar a nadie estas próximas Navidades y año nuevo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que una parte importantísima de la población española lo ha pasado, lo sigue pasando y lo va a pasar muy mal en esas cercanas fiestas que debieran ser entrañables, felices y prometedoras para todos. ¿Pero pueden serlo así con cinco millones de personas que no tienen trabajo ni claras expectativas a corto plazo? ¿O con los cientos de miles de personas que lo tienen de forma precaria y sólo temporal? ¿O con los millones de españoles que han tenido que salir de España, abandonar a su familia y seres queridos, para encontrar trabajo en el extranjero?
No se trata de tener una visión en exceso pesimista de la situación de millones de compatriotas cuyo futuro es verdaderamente incierto. Se trata del análisis de los hechos –no supuestos ni imaginarios- con los que venimos conviviendo desde hace muchos años y que nos dan pautas de comportamiento y situaciones que los más viejos del lugar –como puede sucederme a mí- conocimos sólo cuando éramos niños, allá por la durísima década de los años cuarenta del siglo pasado cuando, con una España arrasada tras una terrible guerra civil, viviendo la incertidumbre de ser invadidos por los nazis o por lo aliados, y cercados después por un bloqueo internacional incomprensible, millones de españoles –como hoy- no podían celebrar la Navidad. A pesar de que otros millones de ellos sí pudieron hacerlo, eso sí, con diferencias abismales entre ellos desde el punto de vista social. También como hoy.
Ya he denunciado en más de una ocasión que esta situación en que se encuentra España no ha surgido por generación espontánea. La democracia específica española, en la que la división de poderes es un auténtico mito, se ha ido convirtiendo a lo largo de los últimos 35 años, en mi opinión, en una tremenda partitocracia absolutista. Aquel famoso “café para todos” lo que realmente ha promovido ha sido no sólo el cantonalismo regional y el nacionalseparatismo más peligroso de los últimos tiempos sino la tabla de salvación para que la endogámica partitocracia española encuentre acomodo en tantos cientos de miles de puestos en que pueden instalarse sus miembros, amigos y familiares, para poder vivir a expensas del trabajo, del esfuerzo y del sacrificio de los españoles.
Hoy estamos viviendo una etapa en la que la corrupción promovida por ladrones ilustres y la propia estructura política de este régimen se ha generalizado de tal modo que hace prácticamente inviable que la moral de toda una nación pueda superar esta profunda crisis. Porque, además, esa nación tiene que soportar el inmenso lastre de mantener cinco o seis Administraciones públicas, amén de las empresas que estas generan, subvenciones por doquier y una inversión absoluta de valores para olvidar lo viejo, lo reaccionario y lo caduco, para sustituirlo por lo que esa partitocracia ha seleccionado: lo fácil, lo irreverente, la burla hacia todo lo pasado, el libertinaje (no la libertad bien entendida), el nihilismo, el relativismo, el hedonismo…
A pesar de las buenas palabras del presidente de este gobierno de centro-izquierda, o centro-reformitas, o socialdemócrata, diciéndonos que la economía española va a ser ahora la locomotora de Europa entera, los cierto es que eso no va a resolver el problema de los millones de españoles que estas Navidades no las van a poder celebrar. Él y toda la partitocracia española lo saben de sobra. Pero ni ellos ni los millones de empleados públicos elegidos a dedo van a promover ninguna reforma de la Administración que posibilite la disminución del gasto público para beneficio de quienes son los que de verdad crean empleo: la empresa privada y el ahorro de los españoles.
No le deseo a nadie ningún mal. Pero me niego a felicitar la Navidad a toda esa multitud de individuos que, con sus comportamientos y hechos, nos hacen cada día la vida más difícil, no sólo con la hemorrágica e inútil legislación con la que dicen gobernar sino también con el caudal de impuestos que les son precisos para, entre otras cosas, vivir ellos con comodidad.
Por eso, mi felicitación más sincera va dirigida a todos esos millones de compatriotas a los que me referí antes y a las traicionadas y sufridas víctimas del terrorismo, no porque vayan a disfrutar de unas fiestas sin apenas recursos o ganas sino porque deseo de corazón que la situación que hoy nos atenaza –desde el punto de vista económico y político- acabe algún día porque la Divina Providencia, porque El que va a nacer un año más, se apiade de esta sufrida España que no se merece la clase dirigente que, con sus irresponsabilidades, falta de ejemplo y de sentido común, nos ha ido conduciendo a la situación en que hoy nos encontramos, poco a poco, desde muchos años atrás.
Felices Fiestas, pues, a todos los hombres de buena voluntad… y a todos aquellos que sufren y lo están pasando mal.
Coronel de Infantería DEM (R) de la Asociación Española de Militares Escritores