En las televisiones, tan feministas, pasó algo el viernes. En Cuatro, una periodista dijo lo siguiente: «Si los españoles, esta cultura, la española, emigra a una sociedad en donde son una minoría, donde los tienen en un gueto de pobreza absoluta, esta cultura, los españoles, también serían violadores y criminales». Estas palabras fueron dichas por una a) mujer, b) periodista, c) de la SER, o sea, la trinidad de la infalibilidad, lo que explica quizás que la autora sea profesora en tres universidades y que en las palabras, al ser dichas, chisporroteara la revelación; porque aunque demostraban la habitual «poquita fe» en los españoles y (recalcó por dos veces) su cultura, un desprecio ya poco novedoso, lo interesante es que relacionaban crimen y (lo más importante) violencia sexual con las condiciones materiales y económicas. Esto es importante porque son las condiciones asociadas a la inmigración ilegal (eureka), pero, sobre todo, porque con ello se ignora o al menos menosprecia el elemento cultural. No era entonces el patriarcado. Es el dinero, nos dicen. La renta. Viola el pobre y el tieso. O sea, que subiendo el SMI (que es a lo que reducen la economía) caerán las violaciones y desaparecerán las violaciones grupales. Pero si esto es así, ¿para qué sirve la cruzada cultural antropológica del Ministerio de Igualdad contra el Heteropatriarcado?
No quedó ahí la cosa. En la otra mitad de Mediaset, en Telecinco, se produjo otro hecho novedosísimo. ¡DeViernes!, el programa que sustituye a Sálvame, dedicó parte de su tiempo a entrevistar dócilmente a Cándido Conde-Pumpido, hijo de Conde-Pumpido padre, taumaturgo constitucional, tan dócilmente que desoyendo todos los protocolos establecidos y seguidos por los medios para casos de denuncias de violencia sexual le dieron la palabra y la presunción de inocencia a él (hombre) y no a la mujer denunciante y, por tanto, y según los cánones de la propia cadena, víctima, incurriendo así en la odiosa y machista doble victimización pues a la muchacha, sin defensa alguna, la pusieron de mentirosa, de loca, de prostituta y de acuchilladora de varones y no dejaron de sacar su rostro una y otra vez, trasmutada de víctima en acosadora fatal mientras Conde-Pumpido junior, reconquistador de la igualdad varonil ante la ley, contaba sus amores con Lara Dibildos y lo mucho que une la pesada carga de ser hijo-de.
El feminismo cantó la gallina: Aline, la presunta de Conde-Pumpido, fue lapidada televisivamente como si estuviéramos en algún desierto de Somalia y una mujer-periodista-prisaica (la tríada impepinable), es decir, una sacerdotisa gubernamental del género, negó la mayor: las violaciones están relacionadas, no con la cultura, sino con las condiciones económicas. ¡No viola el opresor, viola el oprimido, el opresor-oprimido! Figura, el opresor-oprimido, que dará días de gloria y lugar a una curiosa redistribución económico-moral: en lo que tenga de «culpable», la entera masculinidad cargará con su parte solidariamente (todos violamos); y en lo que tenga de «oprimido», será el contribuyente el que deba emanciparlo con pagas, socorros y exenciones con cargo al presupuesto.